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Dos recolectores de basura en el camión | Foto: Shutterstock
Dos recolectores de basura en el camión | Foto: Shutterstock

El recolector de basura cuidó a mis hijos por 25 minutos y decidí contratarlo como niñero a tiempo completo - Historia del día

Mayra Pérez
26 dic 2022
06:20

Llamaron a una doctora por una emergencia en el hospital y no tenía con quién dejar a sus tres hijos. De repente vio al recolector de basura y tuvo una idea. Pero no estaba preparada para lo que encontró cuando regresó a casa.

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"¿Ahora? ¿Estás segura de que el doctor Morales no está disponible?", pregunté a la enfermera Carla por teléfono, mientras me empezaba preparar para salir.

"El doctor Morales está fuera de la ciudad, aunque intentará llegar aquí. Usted vive cerca, así que pensé en llamarla. Los internos no tienen idea de lo que están haciendo".

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

"Sé que es su día libre, pero no sabía qué más hacer. ¿Podría venir?", preguntó la enfermera, tratando de no sonar preocupada.

"Estaré allí tan pronto como pueda. Solo necesito encontrar una niñera", respondí y colgué. Inmediatamente llamé a Vicky, quien era la única persona que podía manejar a mis tres traviesos niños.

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He sido cirujana durante mucho tiempo, pero antes contaba con el apoyo de mi esposo Pedro. Por mutuo acuerdo, habíamos decidido que él se quedara en casa cuidando a nuestros hijos. Pero falleció de un repentino ataque cardíaco, y me quedé a cargo de todo.

Ahora, tenía que encontrar niñeras cuando ocurrían emergencias inesperadas. Los niños eran terribles y nada fáciles de manejar. Dos niñeras habían renunciado después de solo un día de trabajo.

Lamentablemente, se habían encargado de correr la voz de que mis hijos José Luis, de 9 años, Cristina, de 7, y Lucy, de 3, eran incontrolables. Lo peor es que no estaban equivocadas. Por suerte, Vicky aún aceptaba cuidarlos.

"Lo siento, señora Olivia. No puedo cuidar niños hoy. Estoy enferma y apenas puedo moverme", dijo Vicky con voz débil. Le dije que descansara un poco y colgué el teléfono.

El personal de la guardería del hospital ya conocía a mis hijos y en el pasado habíamos tenido algunas discusiones. Pero a estas alturas, parecían ser mi mejor alternativa; tendría que dejarlos allí.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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De pronto, escuché a los niños gritar: "¡Tío Beto! ¡Tío Beto!".

Suspiré. No tenían un tío. El recolector de basura de la zona era tan amable y dulce que los niños lo llamaban tío. Lo conocía desde hacía muchos años y mis hijos lo adoraban.

José Luis abrió la puerta principal y todos salieron a saludarlo. "Tal vez tenga que llamar al hospital", pensé. Nunca iba a conseguir que esos niños volvieran a la casa para vestirse.

Sonreí al verlos jugar con Beto. Mis hijos se habían convertido en pequeños demonios después de la muerte de su padre. El terapeuta dijo que era normal y que pasaría, pero yo no estaba tan segura. Me sentía como una fracasada y no sabía qué hacer.

Mientras veía a los niños abrazar y pedir al tío Beto que jugara con ellos, se me ocurrió una idea. "Tiene que funcionar", me dije y caminé a su encuentro.

"Roberto, tengo una petición algo loca", le dije al recolector de basura. "Sé que estás ocupado. Pero me preguntaba si podrías cuidar a mis hijos durante 25 minutos. Tengo que revisar algo urgente en el hospital, y no tengo a nadie más", supliqué, y mis hijos me miraron con los ojos muy abiertos llenos de sorpresa.

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"Claro, doctora Sierra. Puedo cuidarlos por un rato", respondió, asintiendo y sonriendo.

"Dan trabajo. Te lo advierto", dije tímidamente.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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"No se preocupe. Adelante. Su trabajo es importante", me dijo. Salí corriendo, esperando que mi casa no estuviera completamente destruida para cuando regresara.

Tardé mucho más de 25 minutos, ya que el doctor Morales se quedó atascado en el tráfico y la situación del paciente se hizo urgente. Tuve que atender la cirugía de emergencia y no pude desocuparme hasta tres horas después.

Me sentí tan mal por Roberto, quien obviamente tenía trabajo que terminar. Conduje hasta casa lo más rápido que pude. "¡Beto! ¡Beto! ¡Lo siento!", grité sin aliento mientras abría la puerta, pero quedé helada.

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Toda mi casa… espera, ¿es esta mi casa? No puede ser, estaba impecable. Mi casa siempre estaba llena de juguetes, crayones, papel y, a veces, manchas de mantequilla de maní. Lo sé. Terrible. No me juzgues.

"Doctora Sierra, ¿cómo estuvo su cirugía? ¿Todo bien?", preguntó Beto cuando apareció en el pasillo.

"¿Qué pasó aquí? Mi casa… está irreconocible. ¿Y por qué los niños no están gritando y corriendo?", pregunté, muy confundida y sorprendida.

"Lucy está durmiendo la siesta; Cristina y José Luis están en sus habitaciones, leyendo", me dijo, y lo juro, mi mandíbula cayó al suelo.

"¿Me estás tomando el pelo?".

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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"No, puede verlo usted misma", respondió con una sonrisa.

Mis ojos no podían aceptar lo que veían. Pero Beto me había dicho la verdad. "¿Cómo hiciste esto?", quise saber.

"Oh, doctora Sierra. Hace muchos años fui un padre soltero. Los míos eran diez veces peores que estos tres ángeles", se rio. "Les enseñé a cuidar de sí mismos y siempre les leía cuentos. Sus hijos estuvieron encantados. Quizás necesite comprarles más libros".

Asentí, deslumbrada. Nadie había llamado a mis hijos "ángeles", y nunca se habían interesado por los pocos libros que tenían. "No puedo creerlo", susurré.

"Fue fácil. Pero ahora tengo que irme", dijo Beto, recogiendo su chaqueta de trabajo del respaldo de una silla.

"Oh, sí. Lamento mucho haber llegado tarde. Qué pena contigo", dije, tocándome la frente. "Te pagaré el triple".

"No. No. No necesito dinero", respondió, negando con la cabeza.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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"Por favor. Por el tiempo extra", insistí con mi mirada dulce. Sabía que Beto no podría negarse.

"Está bien, invitaré a los niños a algo agradable", se rio. "Adiós, doctora Sierra. ¡Que tenga un buen día!".

"¡Gracias!", repetí.

Mis hijos se portaron bien durante el resto de la tarde y casi lloré. Fue el mejor día de todos. Entonces, llamé a Beto y le ofrecí un trabajo de niñero de tiempo completo, triplicando su salario actual y agregando beneficios de salud.

No tuve que insistir demasiado. Según me dijo, de verdad había disfrutado cuidarlos. Con la ayuda de Beto, descubrí que mis hijos necesitaban a alguien que los hiciera sentir seguros y amados, porque eso era lo que tenían con su padre.

Por eso habían rechazado las guarderías o las jóvenes niñeras. ¡Estaba tan contenta de haber encontrado la solución a nuestro problema! Beto hablaba con mis hijos con amabilidad, paciencia y mucho amor.

Yo hacía lo mejor que podía, pero a su lado aprendí a ser más comprensiva y cercana a mis niños, especialmente porque ya no gritaban ni destrozaban la casa. Nos unimos más cada día.

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Beto se convirtió en mi héroe personal. Con los años, entendí que había llegado a mi vida porque el universo sabía que mis hijos lo necesitaban.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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¿Qué podemos aprender de esta historia?

  • Incluso los niños más ruidosos y activos pueden cambiar con el cuidado y la atención adecuados: A diferencia de Olivia, Beto sabía cómo conectarse con los niños y eso mejoró la manera en que los pequeños canalizaban su energía.
  • Algunas personas son como ángeles que llegan a tu vida cuando más los necesitas: Beto fue lo mejor que le pasó a la familia de Olivia después de la muerte de su esposo.

Comparte esta historia con tus amigos. Podría alegrarles el día e inspirarlos.

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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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