Hijos se indignan cuando su padre rico le deja toda la herencia a la doméstica: reciben invitaciones de ella al día siguiente - Historia del día
Un millonario le dejó todo su dinero y bienes a la empleada doméstica. Sus hijos estaban enojados hasta que la mujer los invitó después del funeral para contarles la asombrosa petición de su padre.
"Esta es la última tarea que te pido. ¿Es demasiado?", preguntó el señor Fonseca en su lecho de muerte a Melinda, su empleada. Ella había sido la única persona a su lado desde hacía muchos años.
Sus hijos no sabían que su padre estaba enfermo. Vivían lejos, y no lo habían visitado en mucho tiempo. Lo habían dejado solo a cargo de su imperio agrícola, mientras perseguían sus propios sueños y gastaban su dinero.
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"No, señor Fonseca. Puedo hacerlo", respondió ella, sosteniendo su frágil mano suavemente. El anciano murió pocas horas después.
Esa noche, sus hijos, Roberto, Paolo y Leonardo, supieron la noticia e hicieron las maletas para asistir al funeral. Pero no se esperaban lo que sucedió durante la lectura del testamento.
"Es mi último deseo y testamento que todo mi patrimonio, incluido mi dinero y mis preciosos campos detrás de la finca, quede en manos de Melinda, quien estuvo a mi lado durante los últimos años de mi vida".
"Espero que mis hijos puedan respetar mi decisión y seguir adelante", leyó el abogado del señor Fonseca, y hubo un rugido de conmoción en su oficina.
Roberto y Paolo se enfadaron, gritaron y acusaron a Melinda de haber engañado a su padre. Leonardo era más reservado, pero igualmente no podía creer que su padre le hubiera dado todo su dinero a su asistente doméstica. No tenía sentido para él.
Según el abogado, no podían hacer nada para impugnar al testamento, y les pidió que por favor salieran de la oficina y aceptaran la decisión de su padre.
Roberto, Paolo y Leonardo fueron al bar local esa noche y ahogaron sus penas. Se lamentaron por no haber visitado a su padre y tildaron a Melinda de oportunista y cazafortunas.
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Al día siguiente, Leonardo, el menor de los tres, fue despertado por una extraña llamada telefónica. El número era de la granja de su padre, el hogar de su infancia.
"¿Hola?", respondió somnoliento.
"¿Leonardo?", dijo una voz femenina. "Es Melinda".
Se sentó inmediatamente. "¿Por qué me llamas?", preguntó con severidad.
"Quiero que tú y tus hermanos vengan hoy a la granja", dijo.
"¿Por qué haríamos eso? ¿Para que puedas restregarnos en la cara tu riqueza? No lo creo", dijo Leonardo con desprecio, frotándose los ojos.
"Tu padre tenía otra petición para ustedes. Por favor. Los tres deben venir", suplicó Melinda y colgó el teléfono.
Leonardo se lo contó a sus hermanos, y tenían demasiada curiosidad para ignorar la llamada, así que se dirigieron al hogar que ya no era suyo.
"¿Discúlpame?", preguntó Roberto, muy ofendido.
"No puedes hablar en serio", agregó Paolo, sacudiendo la cabeza.
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Leonardo la miró confundido, pero no dijo una palabra.
"Es la verdad. Es lo que quería su padre", insistió Melinda, mirándolos uno a uno.
"¿Y nos devolverías nuestra herencia? ¿Si hacemos lo que nos dices?", cuestionó Paolo, cruzando los brazos.
"¡Vamos! Solamente eres una cazafortunas. Debes traerte algo entre manos", agregó Roberto.
"Ese fue el último deseo de su padre. Tienen que hacer eso", insistió Melinda.
"Ok, ok", comenzó Leonardo antes de que sus hermanos pudieran decir más. "Entonces, nuestro padre quería que tuviéramos una sección de estos campos y la cultiváramos sin ayuda durante un año".
"Quienes lo logren se quedan con la propiedad. ¿Es eso lo que nos estás diciendo?".
"¡Tal cual!", asintió ella.
"Eso es absurdo, Leonardo. ¡No puedes considerarlo! Nunca trabajamos en los campos. Ese es el trabajo de los obreros, no de los propietarios", le dijo Roberto a su hermano. Era el mayor de los tres.
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"Ya no somos los dueños, Rob. Ese es el punto", respondió Leonardo, poniendo los ojos en blanco.
"Aun así, esto no es justo. Deberías dividir la propiedad entre los tres si quieres hacer las cosas bien", sugirió Paolo, mirando a Melinda.
"No puedo hacer eso. Se lo prometí a tu padre", dijo Melinda y se fue de la reunión.
Los tres hermanos se quedaron mirando los inmensos campos que habían ignorado toda su vida. Nunca les importó ese negocio, excepto cuando les daba dinero para disfrutar de la vida. Jamás se habían ensuciado las manos.
Roberto y Paolo se burlaron y volvieron a despotricar contra su padre y la empleada. Eventualmente, decidieron irse en el auto alquilado que compartían, pero Leonardo declinó la invitación.
"Creo que me quedaré un tiempo aquí", dijo Leonardo. "Ustedes sigan adelante".
"¿Vas a hacer lo que ella quiere?", preguntó Paolo con sarcasmo.
"Tal vez", Leonardo frunció los labios.
"Eres un idiota", se burló Roberto, y se marchó con Paolo sin mirar atrás.
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Leonardo se quedó, habló con los empleados y se puso a trabajar. Tuvo que aprender mucho sobre agricultura. A veces cenaba con Melinda, que vivía en la casa y aún se encargaba de todo.
Un año más tarde, su sección del campo estaba llena de nuevos cultivos frescos, que llevó a vender en el mercado agrícola local. Leonardo no podía describir la sensación de orgullo que le había dado esta tarea. Vendió todo y volvió a la granja.
"Ha pasado un año, y tú eres el único que hizo lo que quería tu padre", le dijo Melinda. "Vamos al abogado. Todo esto es tuyo".
Después de finalizar todos los detalles y firmar todo el papeleo, Leonardo no pudo evitar sentir un vacío. No obtuvo tanta satisfacción al hacerse millonario como lo hizo al sembrar, cosechar y vender sus cosechas.
Finalmente podía entender por qué su padre lo disfrutaba tanto. En sus oraciones nocturnas, Leonardo le agradeció la lección.
Se mudó por completo a la granja y le pidió a Melinda que siguiera trabajando en la casa con un gran salario. Ella no solo era una gran cocinera, también era una excelente asistente y una persona muy leal.
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Leonardo siguió dirigiendo el negocio como lo hizo su padre; también aprendió sobre las innovaciones ambientales y las adaptó a la granja, haciéndola crecer aún más.
A veces ayudaba a sus hermanos, pero no con la misma frecuencia que lo había hecho su padre. Ahora entendía que solo el trabajo bien hecho era satisfactorio y esperaba que ellos algún día lo comprendieran.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Nunca es tarde para aprender. Roberto, Paolo y Leonardo tuvieron una vida llena de lujos por los que jamás trabajaron, hasta que su padre decidió darles una lección. Solo uno de ellos aprovechó la oportunidad y agradeció lo que le tocó aprender.
- No hay nada más satisfactorio que un trabajo bien hecho. El señor Fonseca consintió mucho a sus hijos y ellos crecieron entre riquezas y privilegios sin esfuerzos. Antes de morir, entendió su error y sintió la necesidad de enmendarlo, haciéndoles trabajar por su herencia.
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