Pobre madre en duelo se ve obligada a vender las botas de su difunto hijo: al otro día oye un bocinazo en su patio - Historia del día
Helena quedó desconsolada tras verse en la necesidad de vender unas botas que su difunto hijo nunca llegó a usar. Su vida cambió cuando un anciano extraño fue a verla al día siguiente.
“Mamá, ¿cuánto tiempo vamos a estar aquí?”, preguntó Emily, la hija menor de Helena, rompiendo el silencio en el cementerio.
Ella y sus hermanas mayores, Carla y Ana, habían acompañado a su madre a la tumba de su hermano pequeño Jack. Él había fallecido debido a una neumonía seis meses atrás.
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Parecía que todo lo que Helena conocía era el dolor. Primero, perdió a su esposo. Luego perdió a su hijo Jack. Tiempo después, vino otra tormenta cuando a su hija menor, Emily, le diagnosticaron cáncer.
La madre soltera estaba haciendo todo lo que podía para salvar la vida de su pequeña. Consiguió dos trabajos de limpieza y vendió todos los muebles que le habían quedado a su suegra antes de morir. Pero el dinero apenas alcanzaba para el tratamiento inicial de Emily.
La cirugía aún estaba pendiente y Helena no podía pagarla. Les pedía dinero prestado a sus amigos y sus pagos mensuales del seguro social se utilizaban por completo en los servicios públicos.
Los problemas que la pobre madre enfrentaba a diario parecían no tener fin. En un momento, decidió vender en el mercadillo todos los muebles que le quedaban, las antigüedades e incluso la ropa de Jack.
Mientras rebuscaba entre las pertenencias de su hijo fallecido, se encontró con un par de botas de cuero sin usar. Recordó habérselas comprado a Jack cuando tenía un concurso de disfraces en preescolar.
Él había querido disfrazarse de vaquero. Pero no había podido hacerlo debido a una gripe severa. La madre les quitó el polvo y les dio un beso.
“Mi bebé... Cómo me gustaría que estuvieras con nosotros hoy. Qué feliz te veías cuando te mostré estas botas nuevas”.
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Helena estaba angustiada. Puso las botas en su caja y dejó una nota que decía: “En memoria del pequeño Jack”. Puso notas similares en algunas otras cosas y las reunió para llevarlas al mercadillo al día siguiente.
En la venta de artículos usados, la madre se encontró con Bárbara, una señora mayor, presumiblemente de unos 70 años, que estaba mirando ropa de segunda mano.
Lo que intrigaba a Helena era que la señora estaba eligiendo solo la mejor ropa y negociando con el vendedor para reducir el costo en unos pocos dólares.
“Quiero toda esta ropa, señor. Le pido que me rebaje al menos $10 más. Ha pasado bastante tiempo desde la última vez que las mujeres y los niños en mi refugio usaron algo bonito”, dijo Bárbara negociando con el vendedor.
Helena estaba bastante atónita. “¿Mujeres y niños en su refugio?”.
Resulta que Bárbara era una viuda que dirigía un albergue para madres solteras y sus hijos. Les daba de comer, les ofrecía refugio y, en ocasiones, les compraba ropa de segunda mano asequible.
Helena se sintió conmovida por la amabilidad de Bárbara y se ofreció a darle la ropa y las botas de Jack de forma gratuita a pesar de saber que no obtendría el dinero para el tratamiento de su hija.
“¿Estás segura de que quieres dármelas gratis, querida?”, le preguntó Bárbara a la madre. “¿Y por qué tus ojos están tan rojos? ¿Hay algo en lo que pueda ayudarte?”.
Helena le dijo que era solo “polvo” en sus ojos y se alejó sonriendo. Ella pensó que nunca volverían a verse, pero al día siguiente, un bocinazo fuera de su casa sobresaltó a la pobre madre.
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“¡Señora Bárbara! ¿Qué está haciendo aquí?”, preguntó Helena al ver a la mujer mayor que había conocido el día anterior bajarse de un auto.
“Vine a verte, cariño. No pude agradecerte lo suficiente tu amable ayuda ayer. Encontré las notas en los artículos que me diste. Le pedí tu dirección al organizador del mercadillo y me dijo que vivías aquí. ¿Me invitarías una taza de café?”.
Helena se alegró de que Bárbara la visitara. Pero temía que a la mujer mayor no le gustara estar dentro de su casa. Pensaba que sus condiciones de vida no atraerían los ojos de una persona rica como ella. Sin embargo, no podía negarse a la petición de la mujer mayor.
Helena la condujo al interior de su casa y se quedó tímidamente detrás mientras su invitada miraba a su alrededor, asombrada.
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“El estado de tu casa lo dice todo, cariño. Verás, a veces, no es mala idea pedir ayuda. Todos necesitamos apoyo en un momento u otro”, dijo Bárbara.
“Cuando murió mi esposo, quedé viuda y sin ayuda. Me quedé a cargo de nuestro pequeño hijo. Me esforcé mucho para superar nuestros problemas”.
“Mi vida como madre soltera era como una montaña rusa. Pero creí en mí misma y convertí mis debilidades en mis mayores fortalezas. Hoy, puedo ayudar a todas esas madres y niños sin hogar. Son como una familia para mí”.
Los ojos de Helena se llenaron de lágrimas. No tenía idea de que la amable mujer mayor cambiaría su vida pronto.
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“Esta casa ya no será mía en unas pocas semanas. Estoy planeando venderla para poder pagar la cirugía de mi hija”, reveló la madre. Luego le narró su historia a Bárbara, quien se ofreció a ayudarla. Invitó a Helena y a sus hijas a vivir en su refugio.
“Puedes quedarte allí todo el tiempo que desees después de vender la casa. Te ayudaré a ti y a tus hijas”.
Helena no podía agradecerle lo suficiente a Bárbara. Poco tiempo después, vendió su casa y logró pagar la cirugía de Emily. La operación fue un éxito y, pronto, la niña se recuperó y fue dada de alta del hospital.
La madre y sus hijas vivieron en el refugio de Bárbara durante dos años. Durante ese tiempo, Helena trabajó en un restaurante propiedad del hijo de la mujer mayor, Mateo.
Bárbara la había referido y había sido contratada como cajera con una buena paga y una bonificación.
Helena logró reunir y pudo comprar una hermosa casita dos años después, donde se mudó con sus hijas. Aunque el hogar era muy compacto, no carecía de comodidad y amor.
Incluso hoy en día, Bárbara visita a menudo a Helena para tomar una taza de café y tener una conversación cálida y amistosa.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Donde hay amor y amabilidad, siempre hay esperanzas: Helena había perdido toda esperanza en la vida, pues sus penas y problemas la agobiaban. Un día conoció a Bárbara, una mujer mayor que acabaría con sus miserias ofreciéndole amor y bondad.
- Las penas no son permanentes: Helena enfrentó una serie de golpes en su vida. Había perdido a su esposo y luego a su hijo menor, Jack. Luego, a su hija Emily le diagnosticaron cáncer y los médicos le dijeron que necesitaba cirugía urgente. Pensaba que sus penas nunca terminarían, pero supo que estaba equivocada después de conocer a Bárbara.
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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.