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Perro extraviado en una carretera. | Foto: Shutterstock
Perro extraviado en una carretera. | Foto: Shutterstock

Madre manda a su hijo a pasear al perro: horas después éste vuelve cojeando y gimiendo solo - Historia del día

Una madre perfeccionista envió a su hijo a pasear a su perro para que se distrajera. Una hora más tarde, el can regresó a casa cojeando y gimoteando, pero su hijo no estaba por ninguna parte.

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Hilda siempre había querido ser la madre perfecta, una buena madre, aunque los últimos meses de pesadilla lo habían cambiado todo. Había descubierto que su matrimonio era defectuoso y que su esposo se acostaba con otra mujer a sus espaldas.

Hilda había cerrado los ojos y se había tragado las lágrimas cuando su marido regresó a casa la noche en que descubrió su infidelidad y la abrazó. Le daba asco y quería apartarlo de su lado.

Pero ella era una ama de casa sin ahorros. Así que se había apuntado a un trabajo en secreto, había salido a ganarse la vida y se había enfocado en sacar a su hijo y a sí misma de aquella situación.

Álvaro se puso pálido cuando ella le tiró los papeles del divorcio y le dijo que habían terminado. “¿Cómo puedes dejarme, Hilda? No eres nada sin mí”, espetó él, así que ella le confesó que había descubierto su aventura hacía mucho tiempo.

Pero el turbulento matrimonio de Hilda había dejado cicatrices en ella que ni siquiera el tiempo había podido curar. La había transformado en un ser menos emocional y más realista, y la víctima de su “nuevo yo” era su hijo pequeño, Bernardo.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Hilda ganaba bien en su empleo. Siempre había tenido las habilidades, y todo lo que tenía que hacer era dedicarse al trabajo para conseguir todo lo que antes sólo podía soñar. Era profesora titular y presidenta del comité de padres y profesores del colegio de su hijo.

Lo que la madre no sabía era que Bernardo no estaba hecho para las cosas que ella quería que hiciera. No estaba hecho para los clubes de debate y las sociedades literarias, ni para los clubes deportivos a los que ella lo había obligado a unirse.

Bernardo era un niño imaginativo y compasivo. Cuando veía a los mendigos en la calle se sentía fatal, así que les echaba dinero en sus tazas, y a menudo compartía su comida con los estudiantes que no podían permitirse almorzar. Así era él.

Ninguna decisión en la vida es tan importante como para olvidar el valor de nuestros hijos.

Un día, el niño y su madre estaban saliendo de un centro comercial después de ir de compras cuando la mirada de Bernardo se fijó en un hombre mayor que daba forma con destreza a sus pinceladas hasta convertirlas en exquisito arte sobre un lienzo en blanco.

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El chico quedó cautivado por el talento de aquel hombre, por no decir otra cosa. Entonces se fijó en el sombrero que había junto al artista y en un cartel que decía: “Te dibujo por 5 dólares”.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

“¡Mamá!”, dijo Bernardo, tirando de su vestido. “¿Podemos pedirle que nos dibuje? ¿Por favor?”.

Hilda miró al desaliñado hombre mayor y arrugó la nariz. “Ay, Dios. No, Bernardo, no”, dijo ella. “Esta gente se nutre del dinero que otros ganan con esfuerzo. ¿Por qué no encuentra un trabajo de verdad? No me gustaría ni estar a su lado”.

Los hombros de Bernardo se hundieron al darse cuenta de que el hombre los había oído hablar a él y a su madre. Durante un breve instante, el niño y el pobre pintor se miraron a los ojos, y una extraña tristeza cruzó la mirada del hombre mientras el chico subía al automóvil e Hilda se alejaba conduciendo.

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Bernardo estaba muy disgustado aquel día. Había querido ayudar al hombre y pedirle que lo dibujara, pero más que eso, había querido saber cómo pintaba con tanta precisión y fluidez moviendo el pincel como si nada.

“No me gustó cómo hablaste de él, mamá”, le dijo Bernardo a Hilda cuando se sentaron a comer aquella tarde.

“¿A qué te refieres?”, preguntó la mujer, sirviéndole un poco de ensalada a su hijo.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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“De ese pintor”, dijo él, moviendo el tenedor por el plato. “Fue irrespetuoso”.

“Por el amor de Dios, Bernardo”, dijo Hilda. “¡Eres demasiado chico para entender cómo estos vagos engañan a gente inocente!”.

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“Quiero aprender a pintar”, dijo el niño en voz baja. “Quería pedírselo a ese señor”.

“¡No, no quieres aprender a pintar!”, dijo Hilda con rigidez. “¡No quiero que termines en la calle mendigando para ganarte la vida como un vagabundo! ¡No fue por eso por lo que insté a nuestro director a que te metiera en todos los clubes de la escuela!”.

“Odio las sociedades y los clubes en los que me has metido, mamá”, siseó Bernardo, dejando su tenedor a un lado del plato. “¿Por qué no puedo llevar una vida normal como mis amigos? A veces desearía vivir con papá”.

“Pues a ti nunca te gusta nada, Bernardo”, murmuró Hilda en voz baja. “¿Sabes siquiera lo mucho que me esfuerzo? Tu padre, al que adoras, era un hombre terrible, y ni siquiera puedo decirte toda la verdad. Si supieras lo difícil que es ganarse la vida”.

“¡Deja de murmurar!”, gritó Bernardo mientras apartaba la silla y se ponía en pie de un salto.

“¡Ya terminé de cenar! Me voy a mi cuarto”.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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“¡No, no te vas!”, dijo Hilda. “No irás a tu habitación hasta que regreses de pasear a Casper. Es hora de su paseo”.

“¡Eres muy mandona! ¡Te odio!”, murmuró Bernardo mientras abrochaba la correa de Casper y salía de casa.

Hilda terminó su comida, limpió la mesa y se retiró al sofá de la sala. Luego puso las noticias locales y se relajó unos minutos antes de consultar su agenda para el día siguiente.

Normalmente, Bernardo paseaba a Casper durante una hora y luego volvía a casa. Pero aquel día pasó una hora y aún no había rastro del niño y el perro.

Hilda miró el reloj de pared y esperó que llegaran pronto.

Llevó su trabajo a la sala para mantenerse ocupada, pero por alguna razón no podía concentrarse. Finalmente tomó su teléfono y se acercó a la ventana de la sala, que daba a la calle. Todas las noches veía a Bernardo y Casper volver a casa desde allí.

Pero aquel día, se le revolvió el estómago y se aceleró el corazón cuando vio al perro volver solo, cojeando sobre la grava fuera de la casa. Bernardo no estaba con él. Hilda apenas podía contener las palpitaciones de su corazón mientras salía corriendo por la puerta principal hacia Casper.

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Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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“¿Cómo te lastimaste, Casper?”, preguntó, angustiada. “¿Y dónde está Bernardo?”.

El perro no hizo más que gemir y mirar a su espalda como si Bernardo fuera a aparecer en cualquier momento. Pero el niño no aparecía por ninguna parte, y la madre supo que algo estaba muy mal. Su instinto le decía que su hijo estaba en peligro y, sin pensarlo dos veces, marcó inmediatamente el 911.

“¡Mi hijo!”, gritó por teléfono. “Ha desaparecido. En realidad, no, no ha desaparecido exactamente, pero salió a pasear a nuestro perro y no ha vuelto. Y el perro regresó, y está herido... ¡Por favor, necesito ayuda! Algo está mal”.

“Señora”, dijo el oficial. “Por favor, cálmese. Sólo así podremos ayudarla. Tengo su dirección aquí, y estamos enviando una unidad... La ayuda está en camino”.

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Pero Hilda no podía calmarse. Ninguna madre se calmaría si su hijo no volviera a casa de pasear a su perro y éste regresara cojeando y gimoteando. Así que Hilda se ocupó rápidamente de los primeros auxilios de Casper y le dijo: “Vas a portarte bien, Casper, y te vas a quedar en casa, ¿de acuerdo? Voy a buscar a Bernardo, y voy a encontrarlo, pase lo que pase”.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Minutos después, Hilda estaba rastreando todo su vecindario en busca de Bernardo y las rutas que él solía seguir para pasear a Casper. Cuando llegó al parque del vecindario, se encontró con los policías que habían sido enviados a su casa.

“Soy el agente Kevin, y éste es mi compañero, Raúl”, le dijo a Hilda. “Señora, por favor, cálmese y explíquenos los acontecimientos, ¿de acuerdo?”.

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Hilda se quedó sin aliento. No le encontraba sentido a nada. Sólo pudo decirles a los policías cómo iba vestido Bernardo y que solía pasear con su perro por el parque.

Ya casi había anochecido y los agentes se unieron a Hilda en su búsqueda de Bernardo. Aquella noche el parque estaba tranquilo e inquietante, sin una sola persona a la vista.

“¡Bernardo!”, gritó Hilda tan fuerte como pudo. “¿Puedes escucharme, cariño? ¡Bernardo!”.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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La madre y los agentes registraron todo el parque y, cuando se acercaban al final, algo en el asfalto llamó la atención de la madre. Sabía que no estaba alucinando por miedo porque el agente Kevin se arrodilló y frotó el líquido escarlata entre sus dedos pulgar e índice derechos.

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“Definitivamente es sangre, y no es muy vieja”, suspiró. La madre sintió que iba a desmayarse. Se llevó las palmas a los labios y los ojos se le llenaron de lágrimas.

“Mi hijo... ¡Por favor, que esté bien!”, dijo sollozando. “¡Es todo lo que quiero! Bernardo... ¿dónde estás?”.

“¡Kevin!”, gritó el oficial Raúl en ese momento. “¡Creo que localizamos al niño! ¡Tengo su zapato derecho!”.

El agente Raúl señalaba detrás de los arbustos, y cuando Hilda y el agente Kevin siguieron los rastros de sangre desde el asfalto hasta la vegetación y se unieron a él, descubrieron una cabaña. Estaba hecha de troncos y pajas de hierba, y emitía luz por la ventana, lo que indicaba que estaba habitada.

“¡Silencio... no hagan ruido!”.

Los agentes se acercaron con cuidado hasta la vivienda y se dieron cuenta de que las manchas de sangre habían desaparecido en la entrada. Tomaron posiciones y se hicieron señas con los ojos antes de reventar la puerta.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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“¡Manos arriba! ¡Quieto!”, gritó el agente Kevin al hombre mayor que se limpiaba la sangre de las manos dentro de la cabaña. El agente Raúl le esposó los brazos y lo apretó contra la pared.

“¿Dónde está el niño?”, preguntó el oficial. “¿Qué hiciste? ¿Dónde demonios está el niño?”.

Hilda estaba en estado de shock mientras entraba en la cabaña, sosteniendo el zapato de Bernardo. La vivienda parecía muy desgastada y sucia. No podía imaginarse a su querido hijo viviendo en tales circunstancias. “¿DÓNDE ESTÁ MI HIJO?”, gritó. “¿Qué le hiciste? Mira, te dejaremos ir, ¿de acuerdo? Por favor, dime dónde está Bernardo”.

Hilda casi cargó contra el hombre, desesperada, cuando una suave voz desde la esquina llamó la atención de todos. “¡Basta, mamá!”, dijo. “¡Déjalo en paz! ¡No lo toques!”.

Todos se dieron la vuelta y se sorprendieron al ver a Bernardo saliendo de una habitación con muletas. “César me salvó”, gritó. “¿Qué intentan hacerle? ¡Oficiales, déjenlo en paz!”.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Kevin y Raúl le quitaron las esposas, y la madre corrió a abrazar a su hijo. Lo colmó de besos y abrazos hasta que Bernardo le dijo que parara. “Te quiero, cariño”, gritó Hilda. “¡Te quiero mucho! Me alegro mucho de que estés a salvo”.

“¡Mamá, tienes que darle las gracias a César! Él me salvó”.

Nadie entendía lo que estaba pasando hasta que César contó su desgarradora historia y cómo salvó a Bernardo del peligro.

“Escuché ladrar a un perro y el fuerte frenazo de un automóvil que se detenía, así que corrí hacia mi ventana”, dijo el hombre. “Cuando salí, el automóvil ya los había atropellado y se había ido”.

“Encontré a este chico en el suelo. Su hijo se había lastimado la pierna en el accidente y necesitaba ayuda inmediata”, le dijo a Hilda. “No podía dejarlo solo y lo llevé a casa. Pensaba que el perro herido me estaba siguiendo, pero se había ido cuando me di la vuelta”.

“¿Por qué no contactó a la policía?”, preguntó el agente Kevin. “¡Debería haberlo hecho inmediatamente!”.

“Bueno, eh, agente, no tengo teléfono”, admitió César tímidamente. “Lo siento”.

El oficial Raúl se burló. “Sabes que no nos creemos esa historia, ¿verdad? ¡No confíes en él, Kevin! ¡Escucha, dinos la verdad o pasarás las noches en la cárcel a partir de ahora! Y sí, ¡nada de teléfonos allí, tampoco!”.

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Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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“No gano nada mintiendo”, dijo César con tristeza. Hilda sintió de repente que conocía a ese hombre.

“No tengo a nadie con quien hablar”, continuó el señor. “Mi esposa me echó hace años y nunca tuve hijos. Ahora vivo solo en esta cabaña con mi arte. La llamo mi minigalería”.

“Esas muletas pertenecen a mi difunto hermano... las que está usando Bernardo. Pensé que lo ayudarían a moverse”.

“Te reconozco”, comentó Hilda, mirando alrededor de la habitación que exhibía las obras de arte de César. “Te vi fuera del centro comercial. Eres el mismo, ¿verdad?”.

El hombre asintió. “Tiene razón”, dijo. “También reconocí a su hijo cuando lo encontré tras el accidente. Parece que le encanta el arte”.

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“Gracias por ayudar a mi hijo. Siento haber sido grosera antes”, se disculpó Hilda.

“¿Se fijó en la matrícula del automóvil que atropelló al niño y a su perro?”, le preguntó el oficial Kevin a César.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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“Sí, la vi a través de la ventana de la cabaña, pero no tengo buena memoria cuando se trata de dígitos y números”, añadió. “¡Podría dibujar un modelo! ¡Soy un pintor decente!”.

Así que César dibujó un cuadro de una camioneta Chevrolet roja, y Bernardo volvió a quedarse fascinado al verlo dibujando. Los agentes Kevin y Raúl agradecieron al hombre el dibujo y, una semana después, localizaron el vehículo y atraparon al culpable.

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Para Hilda, esta experiencia le cambió la vida, ya que le hizo reevaluar sus opciones vitales y su actitud hacia Bernardo.

Decidió no imponerse nunca a su hijo y planeó una sorpresa para él. Visitó a César y lo contrató como profesor de arte de Bernardo. Esto ayudó al hombre mayor a ganarse la vida, y el chico estaba encantado cuando se enteró de que César lo enseñaría a pintar.

Pero, por desgracia, el tiempo que el hombre y Bernardo pasaban juntos se truncó cuando Hilda fue ascendida y tuvo que trasladarse a otra ciudad.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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César lloró al mirar la caja que Bernardo le había dado como regalo de despedida una mañana. Era un teléfono. Recordó a su joven amigo abrazándolo antes de partir y diciéndole: “¡Llámame cuando quieras, César! Te voy a extrañar”.

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El hombre mayor estaba decepcionado porque ya no podría enseñar a Bernardo a dibujar, pero no tenía idea de que Hilda se había ocupado del tiempo libre que tendría ahora.

Cuando César se despertó unos días después tras escuchar que llamaban a su puerta, se encontró con docenas de niños y sus padres haciendo cola frente a su cabaña.

Hilda lo había recomendado a los alumnos de la escuela de Bernardo, y los padres querían que fuera profesor de arte de sus hijos después de ver su trabajo.

Aquel día, César escondió las lágrimas al contemplar el resplandeciente sol en el cielo azul y recordar a Hilda y a Bernardo. Luego torció los labios en una sonrisa de oreja a oreja y susurró un “gracias a Dios por todo”, por haber hecho que su camino se cruzara con el de aquella madre y su amable hijo.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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¿Qué podemos aprender de esta historia?

  • Ninguna decisión en la vida es tan importante como para olvidar el valor de nuestros hijos: Hilda presionaba tanto a Bernardo que se olvidó de que era su hijo y tenía derecho a tomar sus propias decisiones.
  • Mira más allá de la apariencia de una persona y verás su corazón: Hilda y los agentes pensaban que César era el responsable de la desaparición de Bernardo. No sabían que había salvado la vida del chico.

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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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