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Mujer cavando un hoyo. | Foto: Shutterstock
Mujer cavando un hoyo. | Foto: Shutterstock

Niño ve a su mamá enterrar un paquete en el jardín: ella lo deja desenterrarlo antes de morir - Historia del día

Cuando el pequeño John sorprendió a su mamá enterrando algo en el patio trasero, aceptó guardar el secreto. Prometió no decírselo nunca a su padre. John no podía imaginar hasta qué punto el secreto de su mamá cambiaría algún día el mundo.

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“¡Tu sitio está en casa, Sylvia, cuidando a tu familia, no jugando con estas tonterías!”.

El sonido de papeles rompiéndose siguió a los gritos del papá. La mamá se lamentó, y el niño pequeño se asomó desde su escondite debajo de la cama.

“¡No, Chris, por favor!”.

John salió a gatas de debajo de la cama. Su mamá necesitaba ayuda. Corrió hacia la puerta de su habitación, pero se quedó inmóvil cuando su papá volvió a gritar. Algo metálico golpeó. ¿Era la pantalla de la chimenea? El fuerte estruendo hizo vibrar las paredes.

“Ya está, se acabaron las tonterías”, dijo el papá.

La mamá sollozó como si alguien le hubiera arrancado el corazón. Sonaba tan triste que John también empezó a llorar. Quería ir a verla, pero los pasos de su papá se dirigían hacia su habitación. John se arrastró rápidamente a su escondite y apretó su osito de peluche contra su pecho.

“Por favor, Dios, que no entre aquí”, susurró el asustado niño. “Haz que se vaya a dormir y que nos deje en paz a mamá y a mí”.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Una semana después, John jugaba a los héroes en el jardín con su osito de peluche. Había encontrado un palo macizo para usarlo como espada y lo balanceaba contra el gran roble del fondo del patio.

“No volverás a hacerle daño a nadie, villano”, gritó, cortando algunas hojas de una rama baja. “Te vencí, y el bien ha ganado”.

Satisfecho, John fue en busca del siguiente malo al que derrotar. Estaba intentando determinar las intenciones de una hierba alta cuando se dio cuenta de que su mamá estaba cavando en el jardín. Dejó caer el palo y se acercó a ella.

“Mamá, ¿qué haces?”, le preguntó.

La mamá se sobresaltó. “John, me asustaste”. Miró a un lado y a otro y se llevó un dedo a los labios. “Estoy haciendo algo súper secreto”, susurró la mujer.

“No tienes permitido ver, y nunca puedes decírselo a nadie, ¿entendido?”.

John asintió. Fue a buscar otro juego al que jugar, pero la curiosidad pudo más que él. John y su orito de peluche se escondieron detrás de un arbusto con flores amarillas brillantes y vieron cómo su mamá colocaba un paquete en el agujero. Lo cubrió con tierra, puso una piedra encima y entró a su casa.

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Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Durante años, John se preguntó por el paquete que su mamá había enterrado. Pensaba que podría habérselo imaginado como parte de su juego a medida que crecía, pero la piedra que ella había colocado allí era la prueba de lo que había visto. Un día decidió preguntar. Estaba terminando de desayunar y su papá se iba a trabajar.

“Tuve que esconderla en un lugar donde nunca la encontraría: en mi jardín”.

“Mamá, ¿recuerdas cuando tenía unos seis años y enterraste algo en el jardín?”.

Mamá echó un vistazo a la entrada de la sala antes de ponerse rápidamente al lado de John.

“No hables de ello”, susurró. “Es un secreto, ¿recuerdas?”.

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John asintió. “¿Pero no puedo saber lo que es?”.

“Algún día, cuando seas mayor. Y John”, su mamá lo miró intensamente, “pase lo que pase, tu padre no debe enterarse. ¿Entendido?”.

“Te lo prometo”, dijo el chico.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Cuando John creció, le preguntó a su mamá varias veces más por el secreto, pero su respuesta seguía siendo la misma: se lo contaría cuando fuera mayor y su padre nunca debía enterarse.

A veces, a John le molestaba que su mamá no le confiara su secreto a pesar de lo unidos que eran en todos los demás aspectos. Su mamá iba a todos sus partidos de fútbol y a las obras de teatro del colegio. Lo defendía cuando se metía en líos en el colegio y nunca faltaba a las reuniones de padres y profesores.

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Su mamá siempre estaba allí cuando John tenía problemas o grandes noticias que compartir, pero ella se negaba a revelar su secreto. A John le atormentaba en sus momentos de tranquilidad, después de mudarse a la ciudad para ir a la universidad, y también cuando montó su primer negocio.

“¿Voy a ser alguna vez lo bastante mayor para tu secreto, mamá?”, le preguntó John durante una de sus llamadas semanales.

“Uno de estos días, cariño. Uno de estos días”, respondió ella.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

“Debe de ser algo muy importante”, murmuró John después de colgar. “¿Quizá algo que tenga que ver con papá, algo que ella pueda utilizar para divorciarse de él?”.

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John negó con la cabeza y fue a la cocina a prepararse la cena. Si el secreto era algo que su mamá podía utilizar para divorciarse de su papá, ¿por qué lo había enterrado en lugar de utilizarlo? Su infancia habría sido mucho más feliz sin los gritos y las reglas anticuadas de su padre.

John resopló y siguió picando cebollas para su pasta a la boloñesa. Podía imaginarse la expresión indignada de su padre si veía lo experto que se había vuelto John en la cocina.

“Eso es cosa de mujeres”, decía siempre su papá cuando pillaba a su mamá enseñándole a John a cocinar. Luego se lo llevaba a rastras, a veces literalmente, y lo ponía a trabajar en algo más “masculino”, como arreglar un grifo o cambiar las bujías del viejo camión de papá.

“Supongo que también es de hombres morirse de hambre por falta de una comida decente”, murmuró John. Echó las cebollas picadas en la sartén. “Menuda sarta de sandeces”.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Un año después, su mamá cayó enferma. Fue muy repentino y su enfermedad avanzó rápidamente. John se apresuró a casa a visitarla. Cuando llegó, se arrodilló junto a su cama y le tomó la mano.

“John, necesito que hagas algo por mí”, susurró la madre.

“Pensé que sería capaz de desenterrarlo yo misma una vez que hubieras crecido, pero nunca parecía el momento adecuado. Ahora, esta enfermedad me ha atrapado y ni siquiera puedo salir de esta cama”.

“¿El secreto?”, preguntó John.

Su mamá asintió. “Tráeme el secreto para que pueda enseñártelo”.

John no perdió el tiempo. Tomó una pala del cobertizo y fue al jardín de su mamá. Habían brotado malas hierbas entre las flores del jardín, pero la roca estaba exactamente donde él la recordaba. Entonces hundió la pala en la tierra.

No tuvo que cavar mucho para encontrar un paquete plano y cuadrado envuelto en plástico y cinta adhesiva. Tomó unas tijeras de camino al dormitorio de su mamá. Una vez sentado junto a ella, abrió el paquete con cuidado.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Dentro había un sobre doblado lleno de esquemas dibujados en papel de carta. John reconoció la letra de su mamá en las pulcras notas que acompañaban a los dibujos.

“¿Qué es esto?”, preguntó John.

“Antes de que nacieras, yo era ingeniera”, dijo su mamá. “Lo dejé porque tu padre insistió. Me convenció de que mi papel en la vida era cuidar a mi familia y criarte. Así que dejé a un lado mis sueños e invertí todo lo que tenía en verte triunfar”.

“Esta cosa es increíble, y habría cambiado muchas vidas a mejor si se hubiera desarrollado antes. Yo tengo la culpa de eso”.

“No me arrepiento”, continuó su mamá, “pero últimamente he pensado en otras mujeres de mi edad que construyeron carreras de éxito mientras criaban a sus hijos, y me he preguntado qué podría haber sido si no hubiera enterrado esos papeles en el suelo”.

“No deberías haber sentido que tenías que ocultar esto, o tu talento”, dijo John frunciendo el ceño ante las páginas, aun intentando averiguar para qué servían.

“Tal vez, pero tenía que asegurarme de que permanecieran a salvo. Quemó mis otros papeles cuando tenías cinco años y me dijo que mi despacho era la cocina. Este diseño puede hacer un bien inmenso a mucha gente, así que tuve que esconderlo en algún lugar donde nunca lo encontrara: en mi jardín”.

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Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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“Pensaba desenterrarlo antes, pero el tiempo se me escapó”. La mamá puso su mano sobre la de John.

“Ahora te lo dejo a ti, John. Esta enfermedad no me deja...”.

La mano de su mamá se aflojó y cayó sobre la cama. El mundo dejó de girar para John cuando miró el rostro de su madre y lo encontró apagado, vacío de la luz y la fuerza que siempre había visto en ella. Las lágrimas corrieron libremente por su cara y se le metieron en la barba.

“Te juro que haré realidad tu sueño, mamá”, sollozó.

Pero primero, John necesitaba saber cuál era su sueño. Cuando John volvió a casa después del funeral, llevó los papeles de su mamá a un ingeniero, que le informó de que eran diseños para una silla de ruedas.

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“Una silla de ruedas rápida, además”, dijo el ingeniero. “Parece que el mecanismo de control se puede variar con bastante facilidad para adaptarse a distintos niveles de función motora, por lo que se puede adaptar a una gran variedad de necesidades”.

John asintió. Recordó que su mamá le había enseñado en una ocasión fotos de su hermana pequeña, que estuvo en silla de ruedas desde muy pequeña. Nunca llegó a la edad adulta, pero John supuso que había inspirado el diseño de su mamá. Más que nunca, se sintió impulsado a hacer realidad el sueño de su madre.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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A finales de año, John había conseguido financiamiento y apoyo de varias organizaciones. Pronto, el Proyecto Sylvia empezó a fabricar sillas de ruedas para niños de todo el país, pero John no se detuvo ahí.

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Al año siguiente, él participó como orador en la feria estatal de ciencias. Contó al público la historia de su madre e instó a todos a animar a niñas y mujeres a entrar en los campos de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas.

“Para que ninguna de ustedes renuncie nunca a sus sueños, el Proyecto Sylvia ofrece becas a las chicas que presenten proyectos innovadores que beneficien a la sociedad”, concluyó John.

Su anuncio fue recibido con una salva de aplausos. Ese mismo día, John concedió sus dos primeras becas, a las que siguieron muchas más. Con la ayuda del Proyecto Sylvia, chicas de todo el país patentaron inventos que cambiarían las vidas de muchos.

Sin embargo, el logro más extraordinario para el Proyecto Sylvia y para John personalmente estaba aún por llegar.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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“Mi abuelo siempre me decía que la sabiduría llega con la edad”, dijo el padre de John bajando la mirada mientras se acostumbraba a controlar su silla de ruedas del Proyecto Sylvia.

“Me decía que, aunque te esfuerces al máximo por vivir una buena vida, seguirás encontrando cosas de las que debes arrepentirte cuando seas lo bastante mayor para reflexionar sobre tus decisiones. Creo que por fin sé a qué se refería”.

John se sentó en silencio en un sillón con los brazos cruzados. Visitar a su papá le resultaba difícil. Nunca había sido capaz de perdonar al hombre por sofocar la brillantez de su mamá o todas las peleas de miedo que le hicieron meterse debajo de la cama para esconderse con su oso de peluche cuando era niño.

No obstante, John había encargado especialmente una silla de ruedas para su papá en cuanto se dio cuenta de que el hombre estaba desarrollando problemas de movilidad. Por infranqueable que pareciera la grieta de dolor entre ellos, seguía siendo su padre.

“Me equivoqué al impedir que tu madre viviera su sueño”, continuó papá con voz suave. “Esta cosa es increíble, y habría cambiado muchas vidas a mejor si se hubiera desarrollado antes. Yo tengo la culpa de eso”.

John frunció el ceño. ¿Se estaba imaginando cosas, o su papá estaba admitiendo que se había equivocado?

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Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Su padre suspiró. “Ojalá Sylvia estuviera viva para poder disculparme con ella”2.

Para John habría sido fácil reprender a su padre, pero sabía que eso no le haría ningún bien a nadie. En lugar de eso, se dio cuenta de que esta podría ser una oportunidad para hacer que su papá viera más allá de sus firmes valores familiares.

“Hay otras como ella a las que les vendría bien tu ayuda si realmente quieres marcar la diferencia”, dijo John. “Me vendría bien una mano para encontrar chicas con grandes proyectos que necesitan una subvención para continuar con su trabajo”.

Papá levantó las cejas. “¿Me estás ofreciendo un trabajo?”.

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“Te estoy ofreciendo la oportunidad de honrar la memoria de mamá asegurándote de que ninguna otra chica tenga que enterrar sus sueños en el patio de su casa. ¿Aceptas?”.

Su papá asintió.

¿Qué podemos aprender de esta historia?

  • No dejes que nadie destruya tus sueños: Sylvia se esforzó por mantener vivo su sueño, pero el comportamiento amenazador de su esposo aplastó su espíritu. Su vida y la de John habrían sido muy diferentes si ella hubiera tomado otra decisión.
  • Deja que tus talentos brillen en beneficio de todos: Todo el mundo tiene una habilidad o una idea única, y una de las cosas más gratificantes que puedes hacer es utilizar esos talentos para mejorar la vida de los demás.

Comparte esta historia con tus amigos. Podría alegrarles el día e inspirarlos.

Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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