En mi cumpleaños 60 recibí una misteriosa grabación de voz con una petición de ayuda que me condujo al hombre que me rompió el corazón - Historia del día

"Grace, soy Martha. No tengo mucho tiempo. Reúnete conmigo en nuestro antiguo hotel. Es importante. Y hagas lo que hagas, nada de policía". Aquel mensaje en mi sesenta cumpleaños me condujo directamente al pasado al que juré no volver a enfrentarme.

Nunca había esperado un regalo en mi cumpleaños. Con los años, ese día se había convertido en una mera formalidad: sólo un puñado de llamadas telefónicas superficiales de conocidos lejanos, deseándome buena salud con las mismas voces monótonas.

Sin emoción. Sin sorpresas. Una marca más en el calendario. Pero aquel año, algo era diferente.

Había un pequeño paquete en la puerta de mi casa, envuelto cuidadosamente en papel craft. Sin remitente. Sin nota. Sólo mi nombre, escrito con tinta negra.

Me agaché, dudando antes de recogerlo. En mi buzón sólo solía haber facturas y folletos del supermercado. Había algo que me parecía... raro. Pero me picó la curiosidad.

Dentro, entre capas de papel de seda, había una grabadora de voz.

Fruncí el ceño. No era exactamente el tipo de regalo de cumpleaños que uno espera. Una bufanda, quizá. Un libro.

¿Pero esto?

Aun así, pulsé el play.

[Grabación: 12/03, 19:42]

"Grace, soy yo, Martha. Escucha, no tengo mucho tiempo. Necesito que vengas al hotel que reservamos juntas hace años. Por favor. Es importante. Y hagas lo que hagas, nada de policía".

La voz de Martha era urgente, casi sin aliento. Muy lejos del tono confiado y burlón que recordaba.

Agarré la grabadora con más fuerza. Martha siempre había tenido un don para lo dramático. Podía convertir un pendiente perdido en todo un misterio. Pero esto... esto era diferente. El temblor de su voz no era una actuación.

Mi mente bullía de posibilidades.

¿Tiene problemas? ¿Es una broma elaborada?

Exhalé bruscamente, tomé el bolso y llamé a un taxi antes de que pudiera convencerme a mí misma de lo contrario.

"Probablemente sea una broma", murmuré en voz baja cuando se detuvo el automóvil. "Una sorpresa de cumpleaños. Nada serio".

Pero en cuanto entré en el vestíbulo poco iluminado del hotel, la inquietud me oprimió el pecho.

El recepcionista, un hombre de aspecto cansado con los puños manchados de café, apenas levantó la vista. Cuando le pregunté por Martha, arrugó la frente.

"Sí, señora, se alojó aquí. Habitación 214. Pero anoche se marchó tarde... con un hombre. Un sedán negro. Supuse que era de la familia".

Un escalofrío agudo me subió por la columna vertebral.

"¿Estaba pagada la habitación?".

"Sí, hasta mañana".

"Necesito comprobar la habitación".

La recepcionista vaciló, mirándome con recelo. "Señora, en realidad no debería... Política del hotel".

"Lo entiendo, pero me ha dejado un mensaje angustioso. Sólo necesito comprobarlo".

Una pausa. Luego, con un suspiro, me deslizó una tarjeta llave. "Cinco minutos. Nunca estuvo aquí".

El viaje en ascensor fue lento, cada planta sonaba más fuerte que la anterior. Cuando llegué a la habitación 214, dudé antes de girar el pomo.

La puerta crujió al abrirse. Y entonces... me quedé helada.

Un hombre estaba de pie en medio de la habitación poco iluminada, mirándome fijamente. En su mano, una grabadora de voz idéntica.

Richard.

Se me cortó la respiración. Habían pasado décadas, pero el tiempo no había hecho nada por borrar su rostro de mi memoria. La misma mirada firme. Sólo que ahora había rastros de plata en su pelo y una agudeza en sus ojos que no recordaba.

Parecía igual de aturdido.

"¿Grace?". Su voz era cuidadosa, como si estuviera probando el nombre.

Mis dedos se apretaron alrededor de la correa de mi bolso.

¿Qué demonios hace él aquí?

"Recibiste el mismo mensaje", afirmé, más que preguntada.

Asintió con la cabeza. "Eso parece".

Ninguno de los dos se movió. El aire que había entre nosotros estaba cargado de historia no hablada, del tipo que no tenía por qué resurgir en la penumbra de una habitación de hotel.

Entonces, con el rabillo del ojo, vi algo. Las cosas de Martha estaban esparcidas por la cama. Y entre ellas, una pequeña tarjeta de visita.

La recogí. Un antiguo restaurante. En nuestra ciudad natal.

¿Coincidencia? No.

Se me aceleró el pulso.

No quería hacerlo. No quería viajar con Richard, desenterrar viejos fantasmas. Pero Martha...

Martha podría tener problemas. Y eso era suficiente.

Necesitaba darle sentido a todo, seguir los giros antes de que se enredaran en algo inmanejable. Así que hice lo único que tenía sentido. Pulsé "grabar" y empecé a documentar el caos.

[Grabación: 12/03, 20:55]

"No sé qué está pasando, pero Richard está aquí. Ha recibido el mismo mensaje. Si se trata de una broma, es cruel. Pero si no lo es... Tengo que encontrar a Martha. Voy al restaurante. Que Dios me ayude".

***

El automóvil zumbaba a lo largo de la oscura autopista, con la carretera extendiéndose interminablemente hacia delante. De vez en cuando pasaban los destellos de los faros, pero el mundo exterior permanecía inquietantemente silencioso.

Dentro, el silencio se interponía entre Richard y yo como un tercer pasajero.

Martha. Concéntrate en Martha.

Ella había orquestado algo. Estaba segura de ello.

"Apenas has dicho dos palabras", murmuró Richard.

"No hay mucho que decir".

"¿Hay algo que no me estás contando?".

Siempre sabía cuándo ocultaba algo. Y así era. Pero no era momento para viejas heridas.

"Primero tenemos que encontrar a Martha", dije, evitando su mirada.

Una pausa. Luego, una risita. "Hay cosas que nunca cambian".

Lo ignoré.

Cuanto más nos acercábamos a la ciudad, más molestias me oprimían las costillas, la nostalgia retorciéndose con el malestar. Finalmente, el restaurante apareció a la vista. Un aparcamiento casi vacío. Camiones polvorientos.

Dentro, el local olía a café rancio y madera vieja. Unos cuantos clientes se encorvaban sobre las bebidas. Un hombre mayor nos sonrió con satisfacción.

"Buscan a una mujer con un ridículo abrigo de piel y una bufanda aún más ridícula, ¿verdad?".

Richard y yo intercambiamos miradas.

"Así es", dije con cautela.

"Estuvo aquí. No estuvo sola".

Me puse rígida. "¿Con quién estaba?".

"Un hombre extraño. No le soltaba el brazo. Incluso mientras comía. Como si tuviera miedo de que huyera".

Un escalofrío me subió por la espalda.

Richard se inclinó hacia delante. "¿Algo más?".

El hombre se encogió de hombros. "Un tipo raro. Llevaba gafas de sol en casa. Apenas hablaba. Pero preguntó una cosa: cómo llegar a ese viejo castillo turístico de las afueras de la ciudad".

El castillo. Se me revolvió el estómago. Pasaba los veranos buscando tesoros, contando historias de habitaciones secretas. Pero esto no era un juego.

Me volví hacia Richard. Su mirada estaba clavada en mí, aguda, cómplice. Metí la mano en el bolso, saqué la grabadora y pulsé "grabar".

[Grabación: 12/03, 23:17]

"El restaurante fue un callejón sin salida, pero tenemos una pista. El castillo. Si esto es una trampa, es una muy buena. Debería haber sabido que no debía fiarme de las ideas de Martha. Pero aquí estoy, a punto de seguirlas de todos modos".

***

El castillo se alzaba contra el cielo nocturno, su silueta dentada engullida por la niebla. Los muros de piedra, agrietados por el tiempo, soportaban el peso de historias olvidadas hacía mucho tiempo. Un lugar de aventuras infantiles se había convertido en algo mucho más oscuro.

Entré primero, el aire húmedo me envolvió como un abrazo inoportuno. Richard me siguió.

"¿Martha?", resonó mi voz.

No obtuve respuesta. El polvo cubría todas las superficies y el aire desprendía un olor a moho. El castillo parecía observarnos.

Entonces... "¡BAM!".

Las pesadas puertas de madera se cerraron de golpe. Giré sobre mí misma, con el corazón martilleándome, tirando de la manilla de hierro. Cerrada.

"¡Vamos!". Empujé la puerta. Nada.

Richard se dirigió hacia el centro de la habitación, quitó el polvo de una vieja silla de madera y se sentó como si tuviéramos todo el tiempo del mundo.

"Ya lo resolveremos".

Apreté los puños. "¡Martha podría tener problemas!".

Sonrió satisfecho. "O sorbiendo brandy, riéndose de nosotros ahora mismo".

"¿Crees que esto es una aventura?".

"¿No lo es? No es la primera vez que no quieres quedarte atrapada en algún sitio conmigo".

Eso fue todo. La cerilla a la gasolina que había cargado durante años.

"¡No lo hagas!". Me acerqué más. "No bromees. Dejaste que me alejara. Me dejaste creer que era más fácil para ti si lo hacía".

"Eso no es justo".

"¿No lo es? Nunca luchaste por mí".

"¿Y qué se supone que debía hacer? Nunca me dijiste por qué te fuiste. Simplemente... te fuiste".

"Siempre estabas tan seguro de todo, siempre seguro de que esperaría para siempre".

"Te quería. Aún te quiero".

Las palabras me golpearon como un mazazo.

Había sido joven y estaba asustada. Al enterarme de que estaba embarazada, me convencí de que Richard no querría la vida que yo había deseado. Así que decidí por los dos.

Su mirada se clavó en la mía. "Grace".

Me di la vuelta, pero él no lo dejaba pasar.

"Martha me lo contó. Tuviste un hijo. Es mío, ¿verdad?".

Silencio. Respuesta suficiente.

Richard se acercó un poco más. "Y mi hijo... ¿tiene hijos?".

"Sí".

Richard se quedó mirando al suelo y luego levantó la vista, con una expresión diferente.

"Grace... ¿Puedo abrazarte?".

Aquellas palabras destrozaron algo en mi interior. Un sollozo se liberó.

"Era joven y estúpida. Pero nunca dejé de quererte", me atraganté. "Te eché de menos. Lo lamenté. Cada día".

Richard me estrechó entre sus brazos, envolviéndome en su calor. Me agarré a su abrigo, temerosa de soltarlo.

"Hemos pasado demasiado tiempo mirando atrás", murmuró. "Ahora tenemos que mirar hacia delante".

De repente, sus dedos rozaron los míos. "Sólo tienes que tomar mi mano".

Dudé, luego entrelacé mis dedos con los suyos, apretando con fuerza.

Richard esbozó una sonrisa de complicidad antes de volverse hacia la pared del fondo. Tomó un viejo tapiz apolillado y lo retiró con un rápido movimiento.

"Siempre supe lo de la salida secreta".

***

La vieja puerta de madera gimió cuando Richard y yo la abrimos de un empujón. Parpadeé ante los repentinos focos que iluminaban la entrada del castillo.

Y entonces me quedé paralizada.

Martha estaba allí, sonriendo como el Gato de Cheshire, con su sombrero de fieltro ladeado y su bufanda increíblemente brillante ondeando con la brisa. Pero no era sólo Martha.

Detrás de ella estaba mi hijo, con gafas negras, las mismas gafas oscuras que había descrito el hombre del restaurante. Las que supuse que pertenecían a un desconocido.

Mis nietos también estaban allí. Se me cortó la respiración. Richard se puso rígido a mi lado, con los dedos aún enredados en mi mano. La sonrisa de Martha se ensanchó.

"Vamos, no pongas esa cara de asombro. Nunca ibas a hacerlo sola, así que tuve que intervenir". Se ajustó el sombrero. "Tenía la sensación de que aún tenían asuntos pendientes".

Apenas pude procesar sus palabras.

"Mamá, estábamos esperando el momento adecuado para decírtelo".

Richard tiró de él para abrazarlo, con una sonrisa de asombro.

"¿Ya lo sabían?", pregunté, paseando la mirada entre ellos.

Martha se burló. "Por supuesto. Sólo necesitábamos un pequeño... toque teatral para que todo encajara".

Me volví hacia mi hijo. "¿Cuánto tiempo?".

Vaciló. "Un tiempo. Conocí a papá el año pasado. No sabíamos cómo decírtelo. Martha... bueno, ya conoces a Martha".

Tragué con fuerza. Me había perdido tantas cosas.

Martha dio una palmada. "Vaya, ¿no es el mejor regalo de cumpleaños?".

Solté un suspiro. "Eres imposible".

"Ya lo sé. Ahora, ¿vamos a comer pastel o qué?".

[Grabación: 13/03, 2:30 AM]

"Debería enfadarme. Debería largarme. Pero, por primera vez en años, vuelvo a sentir que pertenezco a algún sitio. Eres horrible Martha. Tú ganas".

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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.