Veterano vende sus medallas para comprar comida: niño lo ve y se le acerca - Historia del día
Un niño se enteró de que un viejo veterano recorría todo el pueblo vendiendo sus medallas para conseguir algo de comer, y su gesto de bondad abrumó al hombre.
Tomás tenía solo 4 años cuando sus padres murieron en un accidente vial. Su abuela Dana lo crio por su cuenta. Vivían en un pueblito en las afueras de la ciudad. La vida era mucho más sencilla que en la urbe.
Un día, Tomás estaba en el mercado, cargando una cesta de papas. Era verano, y el niño debía vender las hortalizas que su abuela había cosechado en el huerto de la familia.
Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Shutterstock
Dana tenía 90 años, y ya no tenía energías para caminar por el mercado vendiendo verduras, por lo que Tomás asumió esta responsabilidad. Viendo a la gente en el mercado, un hombre llamó su atención.
No estaba bien vestido, pero tampoco parecía ser indigente. Tenía ropa muy vieja, pero limpia, y tenía la cabeza rapada. Tomás lo veía ir y venir. A veces miraba las papas de Tomás, pero siempre se iba sin comprar.
"¿Por qué viene aquí y se va sin comprar papas? ¿Será que el precio está muy alto?", se preguntó el chiquillo. Siempre fui muy curioso. Comenzó a espiar al hombre cada vez que se acercaba. Fingía ver su móvil y lo miraba por el rabillo del ojo.
Un día, Tomás vio al hombre iba de puesto en puesto por todo el mercado, agitando un trapo sucio. Ese día no pasó por el puesto de Tomás. El chico sintió curiosidad, le pidió a otro vendedor que cuidara su puesto, y fue tras el sujeto.
Tomás siguió al hombre hasta una vieja casa cerca del mercado. El hombre entró, y el chico vio por la ventana cómo sacaba un montón de viejas y polvorientas medallas de un bolso.
"¡Vaya! ¿Esas medallas son tuyas?", exclamó el chico. Acto seguido, corrió adentro de la casa y tomó un par de ellas. "¡Tienes muchas!".
"Claro que son mías, mocoso. ¿Quién te dio permiso de tocarlas? ¡Fuera de aquí!", refunfuñó el hombre. "Lo siento", dijo Tomás. "Solo vine a preguntarle por qué no pasó por mi puesto hoy. ¿Cree que la abuela puso las papas muy caras?", preguntó.
"¡Mira, muchacho, no me interesa comprar papas! Necesito leña para el invierno. Ando por todo el pueblo buscando a alguien que me compre estas medallas y me dé dinero a cambio”, respondió.
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"¡Ah, entonces no tiene dinero!", dijo Tomás. "Entiendo. Espere un momento, ya vuelvo", dijo, y salió corriendo. Poco después volvió a la casa del hombre con una bolsa llena de papas.
"Si no tiene dinero, entonces no puede comprar comida. Quédese con estas papas. Luce un poco débil, y las papas de la abuela son las mejores, ya verá", dijo el chico.
"Oye, chico, no quiero tus papas, ¿de acuerdo? No soy un mendigo. No necesito la caridad de nadie. ¿Ves estas medallas? LUCHÉ por ellas, derramé mi SANGRE por ellas. ¡Llévate tus papas y vete al demonio!", espetó el veterano.
Antes de que Tomás pudiera decir algo, el hombre lo echó a empujones de su casa y cerró la puerta de golpe. El chico volvió a su puesto, algo abatido, pero entendió que el veterano estaba muy cansado, y parecía triste.
"Ojalá hubiera tomado las papas. Parecía no haber comido en días", pensó el niño. Esa semana, Tomás vio al señor caminar por el mercado todos los días, intentando vender sus medallas.
Cada día se veía más amargado, y su piel lucía cada vez más pálida y sin vida. "¿Debería preguntarle de nuevo si quiere comer algo?", se preguntó Tomás. "De todos modos, la abuela no sabrá si faltan algunas papas".
Tomás preparó una bolsa rápidamente y siguió al hombre en silencio. Pudo escucharlo hablar con otro vendedor. "Oiga, ¿puede tomar estas medallas y darme algo de dinero? No he comido en días", suplicó el sujeto.
"Lo siento, pero es imposible. Váyase de aquí y no estorbe", respondió el vendedor, ahuyentándolo. "¡Así que me mintió! ¡Sí las estaba vendiendo por comida!", pensó Tomás.
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Tomás se acercó al hombre y lo increpó. "¿Por qué me mintió diciéndome que estaba vendiendo sus medallas por leña? ¿Por qué no me dejó ayudarlo?".
Los ojos del hombre se llenaron de lágrimas. "Lo siento, niño, pero estaba demasiado avergonzado para aceptar tu ayuda. ¿Podrías por favor compartir algunas de tus papas conmigo? Pero no las aceptaré gratis. Puedo ofrecerte unas medallas".
"Claro", dijo Tomás, y le entregó felizmente una bolsa llena de papas. "Esto debería durarle al menos una semana". El hombre rompió en llanto ante la generosidad del niño.
"¡Muchas gracias, muchacho! ¡No sé cómo agradecerte! ¿Cuál es tu nombre?", le preguntó. "Me llamo Tomás. ¿Y usted, señor? ¿Cómo se llama?", preguntó el curioso chico.
"Gracias, Tomás. Yo soy Carlos. Teniente del Ejército Carlos Dávila", dijo. "Tu abuela debe estar muy orgullosa de tener un nieto como tú", agregó.
"Por favor, cuídese. ¡Nos vemos!", dijo Tom y se alejó caminando con una sonrisa. Esa tarde, camino a casa, comenzó a preguntarse qué diría su abuela al saber que había cambiado papas por medallas y condecoraciones.
"Entonces, Tomás, ¿dónde está el dinero de las ventas de hoy?", preguntó la abuela al verlo llegar. "Lo siento abuela, hoy no se vendieron", respondió el chico, con las medallas escondidas tras la espalda. "Quizás hay que bajar el precio", agregó.
"¿Eso crees?", preguntó la abuela. "Entonces... ¿qué tienes escondido ahí atrás?", dijo, y le dio la vuelta a su nieta. "¿Cambiaste las papas por esto, Tomás? Dime la verdad".
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"Lo siento, abuela. No quería, pero alguien las necesitaba", respondió el chico. "¿Qué quieres decir?", respondió la abuela. "Cuéntame todo lo que pasó".
Tomás le contó todo en detalle. Cómo había visto al Sr. Carlos deambulando por el mercado por días, y luego vendiendo sus medallas por comida.
De repente, la abuela le dio un gran abrazo y un beso en la frente. "¿De verdad hiciste todo eso, Tomás? Estoy muy orgullosa de ti. Pero, ¿por qué no me dijiste?", preguntó. "Tenía miedo de que me regañaras. Pero debí haberte contado", dijo el niño.
"Está bien, cariño. Pero debe haber sido difícil para ese hombre soltar sus medallas. No creo que deberíamos quedarnos con ellas", dijo la mujer. "¿Qué quieres decir, abuela?", preguntó Tomás.
"Ven conmigo", respondió la mujer. Esa tarde, Tomás y la abuela fueron al joyero para pedirle que puliera las medallas. Al día siguiente, fueron a casa del teniente Dávila.
"Estas medallas son recompensas por su valentía. ¡Jamás las venda!", le dijo la abuela al militar retirado. Los ojos del teniente se llenaron de lágrimas ante el gesto de la señora.
Le dio las gracias por su generosidad. Desde ese día, Carlos comenzó a sentarse en el puesto a vender las papas de la abuela, para que el chico tuviera más tiempo para estudiar.
Meses después, fundió algunas de esas medallas para vender el oro que contenían. Con ese dinero, pagó los estudios de Tomás. El chico llegó a ser un exitoso ingeniero gracias a los esfuerzos del teniente.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Nunca dejes de ayudar a quien lo necesite. Carlos rechazó la ayuda de Tomás en un principio, pero el chico no se dio por vencido tan fácilmente. Sabía que Carlos estaba en apuros, y lo ayudó.
- El amor con amor se paga. Tomás ayudó a Carlos en un momento difícil, y el hombre le pagó el gesto cubriendo los costos de su educación universitaria.
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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.