Hombre sin hogar roba el bolso de mujer en el parque y halla foto de su madre en él - Historia del día
Un hombre roba el bolso de una anciana en el parque y hace un descubrimiento extraordinario que acaba por transformar su vida.
Teodoro Ortega había estado viviendo en la calle durante tanto tiempo que había olvidado que alguna vez había vivido de otra manera. A los treinta y cinco años, estaba endurecido, enojado y, como tantas otras personas sin hogar, amortiguaba el dolor con la bebida.
Luego de veinte años en las calles, Teo era un superviviente, y hacía cosas que no siempre eran legales. No tenía amigos porque nadie confiaba en él y él no confiaba en nadie. Es difícil imaginar una vida más solitaria.
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Una vez, hacía mucho tiempo, Teo había sido feliz. Había vivido con su madre en un pequeño apartamento; Elisa Ortega había sido muy divertida y la mejor amiga de su hijo.
Su madre también había tenido un problema con las drogas. Aun así siempre se había asegurado de que Teo estuviera seguro, limpio y bien alimentado.
Los Servicios Sociales habían aparecido una o dos veces, y a pesar de sus problemas, habían tenido que admitir que Elisa era una buena madre.
“¡Somos familia!”, le repetía su madre. “Solo somos nosotros dos en todo el mundo, ¡recuérdalo!”.
Teo nunca lo había olvidado. A medida que crecía, Elisa se había deteriorado y lucía más desesperada; a veces él le había suplicado que dejara de consumir, que fuera a rehabilitación. Ella le había dicho: “¡No puedo dejarte, hijo! ¡Recuerda, solo somos nosotros dos en todo el mundo!”.
En la terrible noche en que murió su madre, se había producido un incendio en su edificio de apartamentos que parecía una trampa para ratas sin salida. Elisa había arrojado una silla por la ventana y dejado entrar el aire helado, que había hecho que las llamas saltaran más alto.
Arrojó a Teo a los brazos de un bombero mientras gritaba: “¡Sálvenlo!”. Cuando volvieron por ella, ya era demasiado tarde. El Departamento de Servicios para Niños se había ocupado de Teo, que temblaba y lloraba. Una semana después se escapó.
“Soy yo solo en todo el mundo, mamá”, susurró, y así era como había estado viviendo desde entonces, libre y con la mirada puesta en la próxima oportunidad. Teo miró a su alrededor.
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“¡Mira, mira!”, exclamó. ¡La oportunidad estaba llamando y Teo iba a responder de inmediato! A unos cientos de metros del banco donde estaba sentado, una señora mayor estaba paseando a su perro.
El perro se había enredado completamente con su correa, y la mujer había dejado su bolso a su lado mientras trataba de liberar al enérgico perrito, que se asustaba más a cada minuto.
Teodoro se acercó en silencio. La señora mayor estaba tan concentrada en el perro que no se dio cuenta de que él había levantado su bolso y se alejaba tranquilamente. Ya con un poco de distancia, empezó a correr.
Si había mucho dinero, podría pagar unas cuantas noches en un hotel barato y una docena de comidas completas... Cuando por fin llegó al puente, Teo se agachó y abrió el bolso.
Había muchas cosas viejas que tiró a la basura, pero se quedó con un espejo compacto de oro. Teo abrió el monedero y sonrió. ¡$520! ¡Genial! Y algunas tarjetas de crédito también.
Entonces Teo vio una foto en el monedero y quedó paralizado. ¡No podía ser! Con dedos temblorosos, sacó la foto. Era su MAMÁ, una Elisa muy joven con su cabello rubio largo y brillante, y la misma sonrisa deslumbrante.
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“¡Ay, mamá!”, susurró. “Ni siquiera yo tenía una foto tuya, ¿cómo esta mujer...?”. Teo buscó la identificación de la mujer: Wanda Salomón, 74 años. Se puso de pie de un salto, guardó todo en el bolso y corrió hacia donde estaba la señora con su perro.
“Señora”, dijo. “Lo siento, tomé esto…”
La mujer lo miró molesta y le arrancó el bolso de las manos. Sacó su billetera y la abrió. “¡No tomé nada de su dinero, señora!”, dijo Teo.
“No me importa el dinero”, gritó la mujer. “¿Dónde está la foto? ¡Quiero mi foto!”.
Teo le tendió la foto. “Solo quiero saber de dónde sacó esta foto, por favor”.
La anciana le arrebató la foto de los dedos a Teo y la miró. “Es mi hija, es la última foto que le hice antes…”
“Su hija... ¿Se llamaba Elisa?”, preguntó Teo.
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La mujer se sorprendió. “¿Cómo sabes su nombre?”, dijo entre lágrimas. “¿Quién eres tú?”.
Teo empezó a llorar. “Elisa era mi mamá, así que supongo que usted es mi abuela”.
La mujer tomó el rostro de Teo entre sus manos. “¡Tienes sus ojos! Oh, he estado buscando a Elisa durante tanto tiempo, quería pedirle perdón, pedirle que volviera a casa…”, dijo la mujer sollozando.
“Elisa se comprometió con un hombre que no me gustaba, empezó a consumir drogas... La corrí de casa, le dije que volviera cuando estuviera limpia, pero lo lamenté. Nunca dejé de buscarla”.
“Lo siento”, susurró Teo. “Elisa murió hace veinte años”. La mujer no paraba de llorar y su nieto la abrazó y lloró por su madre por primera vez desde que era niño. Meció a su abuela en sus brazos y le susurró: “¡Está bien, somos nosotros dos en todo el mundo!”.
Esa tarde, Teo llevó a su abuela a ver la tumba de Elisa y en la noche regresó a casa por primera vez en veinte años. No fue fácil, por supuesto, no se rompen los hábitos de veinte años de la noche a la mañana. Sin embargo, con el amor y el apoyo de su abuela y su familia, Teo arregló su vida. No estaba solo y nunca volvería a estarlo.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Ninguna persona está verdaderamente sola, mientras tenga amor en su corazón. Teo vivió con el recuerdo del amor y el sacrificio de su madre.
- La vida puede sumergirnos en la oscuridad, pero siempre hay esperanza de encontrar la luz. La vida de Teo lo había llevado a la falta de vivienda y a pequeños delitos, y el destino le devolvió su familia.
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