Cada día, anciana llorosa espera en la parada del autobús y se marcha cuando el bus llega - Historia del día
Eric se mudó de la ciudad a un pequeño pueblo en donde trabajaba como conductor de autobús. Un día se fijó en una anciana que lloraba en una parada. Estaba allí todos los días casi a la misma hora pero nunca subía. En una ocasión se encontró con ella al final de su turno y le preguntó por qué lloraba. Su respuesta fue asombrosa.
"Vivir en un pueblo pequeño es mucho mejor que la ciudad, señora Díaz", le dijo Eric a una de sus clientes. Hacía poco que se había mudado a una pequeña localidad en los suburbios y le encantaba. Había sido conductor de autobús en la gran ciudad, pero quería cambiar de aires, así que este traslado era perfecto.
Este pequeño pueblo le permitía aprender los nombres de algunos de sus clientes y tener mejor comunicación con las personas. En la metrópolis todo el mundo estaba tan ocupado que no había tiempo para conversar. Eric siempre se sentía solo y por eso tomó la decisión de mudarse, no se arrepintió.
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Ya había conocido a algunas personas estupendas, como la señora Díaz, que también se sentaba cerca de él y le hablaba sobre su día. Ella también era una gran oyente, y él no podía estar más contento.
Pero durante su primer día de trabajo, llegó a una parada y vio a una mujer mayor llorando. Eric quería ayudarla, sobre todo porque estaba nevando mucho, pero no tenía ni idea de qué hacer. Tal vez podría hablar con ella cuando subiera al autobús. Sin embargo, ella nunca lo hizo. En cambio, caminó en la dirección contraria cuando él abrió las puertas.
Le preguntó a la señora Díaz sobre la dama, pero ella no tenía ni idea de quién era. "¿Dónde la vio?", se preguntó ella, y él le explicó exactamente en qué parada de autobús había estado.
"Bueno, en realidad está cerca de la residencia de ancianos, así que no es tan sorprendente. Puede que esté confundida o de duelo por su difunto marido".
"Oh, eso es terrible. No deberían dejarla salir sin supervisión. Podría hacerse daño", comentó Eric mientras conducía y saludaba a todos los nuevos pasajeros.
"Suele pasar. Todos estaremos en su lugar algún día, supongo", la señora Díaz se encogió de hombros y finalmente se bajó en su parada.
***
Eric vio a la misma anciana en el mismo lugar y a la misma hora todos los días durante una semana, y siempre estaba llorando. Pero un día, por alguna razón, no estaba allí. Empezó a preocuparse y esperó que alguien de la residencia de ancianos estuviera pendiente de ella.
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Tras terminar su jornada, iba de vuelta a la terminal, entonces vio a la mujer en la misma parada de autobús. Aunque estaba rompiendo el protocolo, detuvo el vehículo y se acercó a ella.
"Señora. ¿Está usted bien? ¿Puedo ayudarla en algo?", preguntó Eric, tratando de ser lo más amable posible.
La anciana levantó la vista y negó con la cabeza. "No, no hay nada que puedas hacer".
"¿Vive usted en la residencia de ancianos? ¿Quiere que la acompañe allí?", continuó él, intentando cualquier cosa para que ella le dijera que le sucedía.
Ella volvió a negar con la cabeza. "No quiero volver allí tan pronto".
Eric se sentó junto a la dama y habló de sí mismo para tranquilizarla. "Soy Eric, por cierto. Me he mudado al pueblo hace unas semanas y he empezado mi ruta hace poco. He conocido a gente estupenda, y desde entonces la he visto en esta parada de autobús todos los días. Pero hoy ha llegado un poco tarde. ¿Por qué?".
"Oh, te has fijado en mí. Me quedé dormida en casa", dijo la señora mayor, sacando un pañuelo de su bolso y secándose las lágrimas. "Probablemente, debería irme ya".
"Espere, señora. ¿Cómo se llama usted?".
"Soy Rosa López. Encantada de conocer a un joven tan amable", respondió ella mientras se levantaba.
"Lo siento señora López, pero tengo que preguntar... ¿Por qué no sube al autobús? ¿A qué espera?", dijo él, mirándola con seriedad.
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La anciana le devolvió la mirada, y algo en sus ojos le hizo querer responder. "Mi nieto me dejó aquí. Me dijo que me recogería en cuanto su casa estuviera lista para mí. Se suponía que tardaría unas semanas. Han pasado meses y no he sabido nada de él".
"¿Quiere decir que la dejó en esta residencia de ancianos? ¿Así de fácil?", preguntó Eric, sintiéndose mal de que la mujer hubiera pasado por eso.
"Sí, lo hizo. Vendí mi casa y le di todo para que pudiera empezar un negocio. A cambio, se suponía que iba a vivir con su familia. Pero no ha venido. Le espero en la parada del autobús todos los días. Creo que ya no va a volver. Pero la ruta que conduce lleva justo a mi casa. Lo echo mucho de menos, explicó la señora López, y sus lágrimas volvieron a brotar.
Eric no podía creer que su nieto hubiera hecho algo tan atroz, después de que ella se sacrificara por él. Era terrible. "Escuche, ¿por qué no viene conmigo? ¿Cena en mi casa? Solo tengo que conducir mi autobús hasta la terminal, y podemos caminar hasta mi casa. Luego la llevaré de vuelta en mi auto", dijo Eric, esperando que su amabilidad aliviara su dolor.
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La anciana asintió y finalmente subió al autobús con él. Tomaron la ruta hasta la terminal y luego caminaron hasta su residencia. Pero al llegar a su puerta, Eric se dio cuenta de que la señora López se había detenido en la acera.
"¿Qué pasa?", preguntó preocupado.
"¿Vives aquí?".
"Sí. ¿Por qué?".
"Esta es... era mi casa", afirmó la señora López, sorprendiendo a Eric. Él no podía creer semejante coincidencia y se sentía culpable en cierto modo por haber comprado su casa. Sus lágrimas comenzaron a fluir de nuevo y él no pudo resistir el impulso de abrazar a la mujer. Se quedaron afuera, en la acera, abrazándose durante varios minutos.
Cuando se calmó, Eric susurró: "¿Por qué no entramos?".
La mujer mayor asintió y sonrió. Cenaron y Eric le dijo que se quedara en su segundo dormitorio durante la noche. Ella aceptó, y él pudo notar que estaba contenta de estar en su casa.
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Mientras tanto, dio vueltas en la cama toda la noche pensando en la situación y tomó una decisión por la mañana.
"Señora López, ¿le gustaría vivir aquí conmigo? Perdí a mi madre cuando era más joven y desde entonces no tengo familia. Un poco de compañía podría ser agradable, y así podría quedarse en esta casa", ofreció Eric, sonriendo a la anciana mientras desayunaban.
A la señora López se le aguaron los ojos. "Jovencito. No tengo dinero para el alquiler. Solo mi pensión. ¿Está bien?".
"No se preocupe por eso. Ya lo solucionaremos", continuó.
"Gracias", respiró ella y comenzó a llorar una vez más. Pero, con suerte, no lloraría de nuevo en el futuro.
Eric la llevó a la residencia de ancianos para recoger sus cosas, y nunca volvieron allí. La Sra. López era una gran cocinera, y finalmente, se sintió como una madre para Eric. Nunca más supieron de su nieto.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Un completo desconocido puede convertirse en tu familia: Eric ofreció a la señora López una casa, y ella se convirtió en su familia.
- Es esencial cuidar a los ancianos: Algunas personas se olvidan de sus familiares mayores y los dejan en residencias. Pero ellos se merecen algo mucho mejor.
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Este relato está inspirado en la historia de un lector y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.