Mujer rica echa a hombre pobre y sucio de su tienda: le besa las manos 1 hora después - Historia del día
Una mujer echó con desprecio a un indigente de su tienda, sin imaginar que una hora después estaría besando sus manos con lágrimas en los ojos.
Karen Martínez estaba furiosa. Bajo su elegante toldo verde oscuro había un mendigo, y que clase de mendigo. El hombre estaba sucio y Karen lo había olido al llegar. Apestaba.
Llevaba un abrigo largo y desaliñado. Su camisa y sus pantalones estaban tan rotos que la piel se le veía en algunas partes, mientras que su barba y su pelo eran alfombras enmarañadas.
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Lo peor de todo, es que este hombre con sus manos temblorosas y su cabeza baja, se había instalado frente a la exclusiva y carísima joyería de Karen.
"¡Asqueroso!", murmuró Karen con rabia para sí misma. Se pasó su mano por su pelo perfectamente peinado y olfateó. ¡Estaba decidida, se desharía de ese repulsivo indigente!
Karen salió por la puerta principal de su tienda y el hombre la abordó inmediatamente. "Por favor, señorita", dijo suplicante. "¿Tiene algo de cambio? ¿Solo lo suficiente para una taza de café?".
"¡No!", gritó Karen. "¡Vete de aquí! Vete a mendigar a otro sitio y deja a mis clientes en paz".
"Tengo mucha hambre", dijo el hombre en voz baja. "No mendigaría si no tuviera que hacerlo".
"¡Podrías conseguir un trabajo!", le respondió Karen. "¡Eso se considera una alternativa aceptable a la mendicidad!".
El hombre levantó la mano y Karen pudo ver cómo sus manos temblaban. "Ya no sirvo de mucho", dijo con amargura. "Por favor...".
"Es la última vez que te lo digo: ¡ALÉJATE!", gritó Karen. Justo entonces, uno de sus mejores clientes se acercó y la miró sorprendido.
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El hombre, un influyente político cuya esposa era una apasionada de las esmeraldas, parecía asombrado. "Señora Martínez", dijo. "¿Se encuentra bien?".
Karen forzó una sonrisa y puso una mano tranquilizadora en los brazos del cliente. "¡Por supuesto, senador!", sonrió. "¡Entre! Tengo la más hermosa esmeralda para mostrarle. ¿No se acerca su aniversario?"
Karen hizo pasar al hombre por delante del mendigo y le lanzó una mirada amenazante, pero el vagabundo, que había encorvado los hombros y mirado hacia otro lado, no la vio.
Durante las dos horas siguientes, Karen estuvo muy ocupada. Inmediatamente después de que el senador se marchara, entró una rica divorciada, deseosa de gastar mucho dinero en su tienda.
Era un día muy bueno. Cuando la mujer se fue, Karen la vio detenerse en la puerta, con la mano en la cara. Luego, la mujer tanteó su bolso y le dio al hombre un billete.
En ese momento supo que era demasiado ¡El indigente estaba acosando a sus preciados clientes! Karen llamó a su guardia de seguridad, que normalmente se encontraba discretamente en la parte trasera de la tienda. "Andrés", gritó. "¡Deshazte de ese mendigo! Quiero que se vaya".
"Sí, señora", dijo Andrés. Salió y se acercó al vagabundo. "Muévete", ordenó. "Este es un establecimiento respetable. No queremos a los de su clase por aquí".
Karen no pudo oír lo que dijo el indigente, pero pudo observar cómo movía los labios como si estuviera protestando. Andrés le dio un empujón y el hombre se tambaleó hacia atrás.
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En comparación con el fornido guardia, el mendigo parecía muy delgado y frágil. Karen se dio cuenta por primera vez de que tenía placas de identificación colgando del cuello sobre su huesudo pecho. Era un veterano de guerra.
Andrés agitó un puño amenazante y el hombre se encogió. Era difícil creer que ese sujeto hubiera sido una vez un soldado que había luchado por su país.
"Eso demuestra lo que la bebida puede hacer a la gente", pensó Karen.
El hombre se alejó arrastrando los pies y Andrés volvió a entrar. "¡Gracias a Dios!", exclamó Karen. "María llegará pronto y no quisiera que viera a ese hombre aquí".
No pasó mucho tiempo antes de que María, la hija adolescente de Karen, entrara a la tienda cargando su mochila escolar. "¡Hola, mamá!", gritó. "¡Estoy hambrienta! La comida en la escuela era terrible hoy. ¿Puedes darme algo de dinero, por favor? Iré al otro lado de la calle a comer una hamburguesa".
"Por supuesto, cariño", dijo Karen, besando cariñosamente a su hija. Le dio a María algo de dinero y la adolescente salió, metiéndose los auriculares de su reproductor de música en las orejas.
Karen la vio irse, sonriendo. María era lo más importante en su vida. Su marido había muerto joven y ella nunca volvió a casarse. Vivía para María.
Karen estaba ayudando a su dependiente a guardar una bandeja de pulseras de diamantes cuando oyó un terrible chirrido de frenos y un grito desesperado. "¡María!", exclamó.
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Corrió a la entrada de la tienda y vio a su hija tendida en la calle en brazos de un mendigo. El auto se había detenido en el lugar en el que la chica había estado unos segundos antes.
Karen salió corriendo y tomó a su hija en brazos. "Cariño, ¿estás bien?", le preguntó. María estaba aturdida y sollozaba de miedo, tenía un rasguño en la mejilla, pero estaba sana y salva.
Entonces Karen se dio cuenta de que el mendigo se había puesto en pie temblando. Se dio la vuelta y empezó a alejarse cojeando. "¡DETENTE!", gritó Karen. "¡Por favor, detente!"
El hombre se dio la vuelta y Karen corrió hacia él. Le cogió las manos y se las besó agradecida. "Has salvado a mi hija", dijo. "Te lo debo todo".
"Señora", dijo el hombre. "No me debe nada...".
Karen estaba llorando. "Sí, le estoy en deuda, y soy una mujer que siempre salda sus deudas".
Dos meses después, nadie habría reconocido al mendigo. El viejo soldado, Rafael, ya no era un indigente. Ahora era portero y llevaba un elegante uniforme azul oscuro con una trenza dorada.
Karen le había encontrado un apartamento y le había dado un trabajo y, lo mejor de todo, lo había acogido en su corazón y en su familia. Y para Rafael, eso era invaluable.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Que no hay que juzgar a la gente por su apariencia: Karen quería que Rafael se fuera porque no quería que un sucio mendigo molestara a sus clientes, y él acabó salvando a su hija.
- Todos necesitamos una mano amiga al menos una vez en la vida: La vida de Rafael se desmoronó y acabó en la calle, pero la ayuda de Karen, y lo que es más importante, su bondad, le devolvió la vida.
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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.