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Una mujer mayor mirando por una ventana | Foto: Shutterstock
Una mujer mayor mirando por una ventana | Foto: Shutterstock

Una anciana tocó mi ventana cuando mi vida estaba en ruinas: se convirtió en mi nueva familia en un mes - Historia del día

Mayra Pérez
10 ago 2022
09:20

Una mujer de 37 años, cuya vida se ve devastada por la tragedia, descubre el camino de regreso a la felicidad cuando una anciana llama a su ventana.

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La noche que Amelia llamó a mi ventana, había estado rogando a Dios por la muerte. Pensé que no podría sobrevivir un día más, por tanto dolor en mi corazón.

Un año antes, tenía una vida perfecta. Estaba felizmente casada con un hombre al que adoraba y con quien compartía bebés gemelos de seis meses. Pero un día llegué a casa del trabajo y Paolo me dio la noticia. Él me estaba dejando.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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“¡Pero estamos felices!”, protesté. “No entiendo…”

“Mira, Marissa”, dijo con frialdad. “La verdad es que hay alguien más”.

“¿Alguien más?”. No podía creer lo que escuchaba. “¿Desde cuándo?”.

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Paolo respondió algo avergonzado. “Algo más de un año”.

“¿Estabas teniendo una aventura durante el embarazo?”, pregunté indignada.

“Eso ya no importa", dijo. “Se acabó, ¿de acuerdo? Puedes quedarte con la casa”.

“¿La casa?”, lloré. “¡La casa se nos está viniendo abajo! Prometiste que la renovaríamos y que cambiarías el horno que está dando problemas”.

“¡No voy a gastar mi dinero en eso!”, él dijo. “Te di doce años de mi vida, y te di casi todo mi dinero en ese tiempo, pero eso termina hoy”.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Unsplash

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Se fue; se fue y me dejó con dos hijos que mantener y nadie que me ayudara. Esa noche, llamé a mi madre y le pedí que viajara y se quedara conmigo por un tiempo.

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Necesitaba su ayuda. Tenía que concentrarme en mi trabajo y criar bebés de seis meses mientras lidiaba con la depresión. La amabilidad y la tranquilidad de mamá fueron un regalo del cielo.

En poco tiempo, ella tenía todo funcionando sin problemas y pude concentrarme en la promoción que estaba buscando. Mi jefe me llamó a su oficina y me dio la noticia: ¡tenía el ascenso y un gran aumento!

Conduje a casa feliz por primera vez desde que Paolo me había dejado. Sabía que mi suerte estaba cambiando, finalmente, estaba en camino a una vida nueva y más feliz. Estaba tan equivocada.

Cuando doblé en mi calle, vi varios camiones rojos rodeados de bomberos que arrastraban mangueras. Los apuntaban a una casa envuelta en llamas.

Era mi casa, donde había dejado a mi madre y a mis hijos. Empecé a gritar y traté de correr hacia las llamas, pero alguien me detuvo. No sé cómo terminó esa noche.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Unsplash

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No puedo recordar nada, excepto los funerales, esos ataúdes diminutos azotados por la lluvia, con el ataúd de mi madre al lado. No me quedaba nada por lo que vivir.

Más tarde me dijeron que había explotado el horno, el mismo que Paolo había prometido que reemplazaría. Yo debí haberlo hecho, pero estaba tan ocupada sintiendo lástima por mí misma que lo había olvidado.

Ese olvido me costó a mi familia. Nunca podría perdonarme por mi descuido. Renuncié a mi trabajo, tomé el dinero del seguro de mi casa y compré una pequeña casa en un pequeño pueblo donde nadie me conocía.

Quería desaparecer, ser invisible, y lo logré hasta la noche en que Amelia llamó a mi ventana. Estaba acurrucada en mi sofá, perdida en mi dolor cuando escuché el sonido de los nudillos en el vidrio.

Salté, corrí hacia la ventana y me encontré mirando una cara pálida y asustada. Era el rostro de una anciana con cabello tan suave y blanco como hilo de algodón.

Abrí la puerta y salí corriendo al jardín. “Hola”, le dije suavemente a la mujer que ahora se escondía debajo de mi ventana. “¿Estás buscando a alguien? Hace frío aquí. ¿Por qué no entras?”.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Unsplash

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Tomé la frágil mano de la mujer entre las mías y la conduje adentro. “¿Cuál es tu nombre?”, le pregunté después de sentarla en mi sofá. “¿Dónde vives?”.

La mujer me dedicó la más dulce sonrisa infantil. “Soy Amelia”, dijo. “¿Quién eres tú?”.

“Soy Marissa”, respondí, devolviéndole la sonrisa. “¿Dónde vives?”.

Amelia dijo: “Vivo con mi papá y mi mamá en la casa junto a la iglesia”, con voz aniñada.

“Está bien, déjame traerte un poco de leche y galletas, y luego te llevaré a casa, ¿de acuerdo?”. Mi corazón se rompió por la pobre Amelia. Había considerado que mi memoria era una maldición; ahora, veía lo que su pérdida podría hacer.

Me imaginé perdiendo la memoria de la sonrisa de mi madre y el dulce aroma de mis bebés en mis brazos. Podría tener la agonía de la pérdida, pero también tenía la bendición de su memoria.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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Cerré los ojos y elevé una oración. “Gracias, Señor”, susurré. Ahora entendía que podía dejar ir el dolor sin dejar ir el amor.

Puse un chal ligero sobre los hombros de Amelia y la acompañé por la calle hasta la casa al lado de la iglesia. Llamé a la puerta y escuché el ruido y la charla de los niños.

Un hombre alto abrió la puerta. “¡Mamá!”, gritó tan pronto como vio a Amelia. “¿Dónde has estado?”.

“Está bien”, le dije. “Amelia se perdió, pero la traje a casa”.

“¡Gracias!”, dijo el hombre, y vi que tenía ojos amables. “Es mi culpa, no me di cuenta de que se había ido, pero con cinco hijos…”.

“¿Tienes cinco hijos?”, pregunté. “¡Tú y tu esposa son muy afortunados!”.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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“Mi esposa falleció”, dijo. “Ha pasado un año, pero... parece que no puedo superarlo”.

“Sé cómo te sientes”, le dije, tocando su mano. “Pero estoy aprendiendo que debemos dejar ir el dolor y atesorar solo el amor”.

Sonrió por primera vez y vi lo atractivo que era. “Soy Víctor”, dijo. “¡Pasa, cena con nosotros!”. Para mi sorpresa, me encontré aceptando su invitación.

Sus hijos eran adorables y la pasé de maravilla. Le pedí permiso a Víctor para sacar a pasear a Amelia y accedió. Poco a poco, todos nos hicimos más cercanos.

Un mes después, estábamos de pícnic y vi que Víctor me miraba con una luz especial en los ojos. “Marissa”, dijo en voz baja. “¿Cenarías conmigo? ¡Solos tú y yo!”.

Estuve de acuerdo, y exactamente un año después de nuestra primera cita, nos casamos. Amelia estaba feliz, y los niños estaban encantados. Y tengo un secreto: vamos a tener un bebé. Víctor aún no lo sabe. Nunca olvidaré a mi familia perdida, pero he aprendido que la vida continúa y cada día es una nueva oportunidad.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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¿Qué podemos aprender de esta historia?

  • Dedicarnos a los demás nos ayuda a superar la desesperación. Marissa estaba tan concentrada en su pérdida que su dolor fue constante hasta que conoció a Amelia y su familia, quienes necesitaban su ayuda.
  • Dejar ir el dolor no significa dejar ir el amor. Amelia le enseñó a Marissa a apreciar los recuerdos de sus seres queridos y dejar atrás su dolor.

Comparte esta historia con tus amigos. Podría alegrarles el día e inspirarlos.

Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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