Millonario de 52 años que sale con puras modelos se enamora de cajera pobre de su edad – Historia del día
Un hombre rico de 52 años que solo sale con mujeres más jóvenes se enamora de una mujer de su misma edad que no está dispuesta a tolerar su soberbia y malos tratos.
Paul Baptista no era un hombre romántico; ni siquiera era amable. Pero nada de eso le impedía lograr todo lo que quería, porque era increíblemente rico.
Sus empleados eran las principales víctimas de sus malos tratos, pero se limitaban a sonreír mientras decían: “Sí, señor Baptista”. Recibían salarios por encima del promedio, lo que para ellos justificaba lo que debían aguantar.
Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Unsplash
Algo similar ocurría con las muchas chicas que pasaban por su vida. Era extremadamente generoso con ellas, además de egoísta, grosero y desconsiderado.
A Paul le gustaban las mujeres hermosas y sobre todo, muy jóvenes. Sus relaciones solían ser breves y superficiales; era difícil tener intimidad con él. Con los años, terminó siendo un hombre muy solitario.
Aunque sabía que todos los que soportaban sus malos tratos lo hacían por el dinero, ya fueran empleados o parejas románticas, no estaba interesado en ser amable, ni siquiera cortés.
A sus 52 años, tenía todo para ser encantador. Era alto, guapo y estaba en buena condición física. Y las pocas veces que se permitía sonreír, su rostro se iluminaba. Pero nada de eso compensaba su frialdad y mal carácter.
Un día en particular, Paul la estaba pasando mal. Acababa de tener una reunión con los jefes de departamento por un retraso en un nuevo proyecto y terminó hablando a gritos y humillando a todos.
“¡Mañana, espero sus sugerencias!, y más vale que esta vez se esfuercen en ser competentes”, dijo en un tono que daba escalofríos. Salió de la sala de juntas y cerró la puerta con un fuerte golpe.
Una vez fuera del edificio se dio cuenta de que tenía un fuerte dolor de cabeza. Por un momento sintió que algo explotaba dentro de él.
Su médico le había dicho que sus dolores de cabeza eran provocados por el estrés y le indicó algunos medicamentos, pero él se había negado a tomarlos. Lo que a menudo ayudaba era el café, lo más fuerte posible.
Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Unsplash
Vio un pequeño local escondido entre dos grandes restaurantes y se dirigió hacia él. Era un lugar diminuto y con un exquisito aroma que presagiaba un excelente café.
Se acercó al mostrador y le pidió un espresso a la mujer que estaba detrás. Ella le regalo una gran sonrisa. “¿Brasileño, Tanzania o Sulawesi?”.
Paul sonrió sorprendido. “¿Hablas en serio?”, preguntó.
La mujer hizo un gesto afirmativo. “Trituro los granos justo en frente de tus ojos. Tú eliges o puedes probar la mezcla especial de Lucía.
“¿Quién es Lucía?”, preguntó Paul.
La mujer se rio. “¡Yo! ¡Y créeme, puedo llevarte al paraíso del café!”.
Paul no solo estaba sonriendo, ¡parecía divertirse! Miró a la mujer. Era bonita, muy bonita, con ojos color chocolate y una melena de rizos negros rebeldes. “¡Probemos esa famosa mezcla especial, Lucía!”, dijo con un guiño.
El café era tan bueno como había prometido y Paul se encontró acariciando su taza y buscando conversación. Finalmente, pagó el café y se fue con un vago sentimiento de nostalgia.
Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Unsplash
Esa noche, seguía pensando en Lucía. No es su tipo en absoluto. Era mayor a las chicas que usualmente llamaban su atención. No pudo evitar notar unas tenues líneas alrededor de sus ojos que, para su sorpresa, le añadían encanto cuando sonreía, y unos cuantos hilos plateados en su cabellera.
“¡Debe tener algo más de cuarenta años!”, se dijo. Pero pensar en la edad de Lucía no se sentía correcto, así como tampoco se sentía bien quitarle valor al poderoso impacto que tenía su sonrisa o a su voz tan serena.
Paul estaba intrigado y atraído; sabía que una relación con Lucía no podría ser como sus breves aventuras con modelos. En ese momento se preguntó si estaba listo para el compromiso.
Temprano a la mañana siguiente, Paul estaba allí para tomar una taza de la mezcla especial de Lucía, y conversar con ella antes de ir a su trabajo. Aunque no lo sabía, no era él mismo cuando entró a su oficina.
Tenía las manos metidas en los bolsillos y silbaba. “¡Buenos días, Marga!”, le dijo a la recepcionista y sus labios se torcieron en las comisuras, casi como una sonrisa.
Marga estaba en estado de shock. Lo mismo ocurrió con los jefes de departamento cuando Paul escuchó sus propuestas con calma y sin interrupción. ¡Inclusive estuvo de acuerdo con sus conclusiones!
Esa noche, de camino a casa, Paul volvió a aparecer en el café de Lucía. “¡Creo que este brebaje es mágico!”, le dijo sonriendo.
“Lo es”. Lucía le devolvió la sonrisa. “¡Todos mis clientes lo dicen!”.
Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Unsplash
“Deberías comercializarlo”, dijo Paul. “Harías una fortuna”.
“¿Por qué querría hacer eso?”. Lucía frunció el ceño. “Entonces no estaría AQUÍ en contacto con la gente, viendo el placer que les da mi café”.
“Pero... ¿Y el dinero?”, preguntó Paul, totalmente desconcertado.
“Gano lo suficiente para cubrir mis necesidades y para mi futuro”, señaló Lucía. “¿Qué haría con más?”. Esa noche, Paul se preguntó qué había hecho él con los muchos cientos de millones que poseía.
La respuesta fue ¡nada! El dinero solo estaba allí. Entonces, ¿por qué trabajaba 14 horas al día para ganar aún más? Al día siguiente, invitó a Lucía a cenar y ella aceptó encantada.
La vida de Paul empezó a girar en torno al pequeño café y a Lucía. La veía por la mañana, de camino a la oficina, y por la tarde, de camino a casa, y ahora cenaban al menos dos veces por semana.
Su amistad iba creciendo y finalmente Paul se armó de valor para tomarle la mano. Nunca había sido tímido con sus amigas, para nada, pero con Lucía se sentía como un chico en su primera cita.
La transformación de Paul Baptista fue percibida por todos en su empresa. Era más accesible, menos grosero y brusco; a veces incluso sonreía. ¡Era casi humano!
Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Unsplash
Un día, Paul tomó una decisión. Iba a pedirle a Lucía que se casara con él. Reservó una mesa en un romántico restaurante italiano con velas en sus mesas y violinistas gitanos, e hizo una cita con ella.
¡La velada fue una delicia! La comida estuvo soberbia y Lucía estaba bellísima y encantadora, como siempre. Cuando llegó el momento, dejó su servilleta sobre la mesa y se arrodilló, con la caja del anillo en la mano.
Desafortunadamente, justo cuando se inclinó en el suelo, el violinista del restaurante estaba dando vueltas tocando una canción romántica y no lo vio. El resultado fue un desastre.
El violinista tropezó con Paul y lo envió boca abajo sobre la alfombra a los pies de Lucía. La caja del anillo salió volando de su mano y aterrizó en el minestrone del hombre de la mesa de al lado.
Paul se puso en pie de un salto, con el rostro rojo de furia. “¡Eres un patán!”, le gritó. “¿No miras por dónde caminas?”. El violinista empezó a disculparse, pero él simplemente no podía escucharlo.
“¿Quién te crees que eres? ¡Un violinista basura de segunda categoría!”, dijo con desprecio. “¡Veré que te despidan! Nunca volverás a trabajar en esta ciudad…”.
Un movimiento llamó su atención. Lucía se había puesto de pie y estaba caminando hacia la salida. “¡Lucía!”, llamó. “¡Lo siento!, este idiota arruinó nuestra noche”. Paul levantó la caja que chorreaba sopa. “Iba a proponer…”.
Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Unsplash
Lucía estaba muy pálida. “Entonces debo estar muy agradecida con este violinista porque te hubiera dicho que sí”, dijo con tristeza. “Pero ahora, gracias a él, veo quién eres realmente. Por favor, Paul, aléjate de mí”.
Lee también: Chica piensa que la iglesia no es más que un fraude hasta que conoce al pastor local - Historia del día
Paul la dejó ir, pero al día siguiente le envió flores disculpándose. Le envió mensajes de texto, pero fue en vano. La respuesta de Lucía fue: “Paul, el hombre que vi en el restaurante, no es alguien que quiera en mi vida. Lo siento”.
Fue hasta la cafetería, y le rogó a Lucía una segunda oportunidad, pero ella se limitó a negar con la cabeza. “Pero Lucía”, dijo. “No tienes idea de cómo me has cambiado…”.
“Escucha, Paul”, dijo Lucía. “No puedo cambiarte. La única persona que puede cambiarte eres TÚ y tienes que QUERER cambiar. Y no creo que lo hagas. Pienso que no te conoces a ti mismo; no sientes respeto ni empatía por tu prójimo”.
Paul se alejó devastado, reflexionando sobre las palabras de Lucía. Empezó a pensar antes de reaccionar y a dirigirse a las personas de manera educada. Finalmente, comenzó a ser consciente del valor y el respeto que se merecían los demás.
Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Unsplash
Después de tres meses, Paul decidió que era el momento de volver al café de Lucía. “¡He cambiado!” espetó. “¡No sé cómo te lo voy a demostrar, pero he cambiado y te amo y quiero casarme contigo!”.
Lucía levantó una ceja. “¿Realmente has cambiado? Entonces hazme un favor y lleva este capuchino a la tercera mesa: es uno de nuestros clientes habituales”.
Paul miró el capuchino en la bandeja y luego los ojos castaños y firmes de Lucía. “¿Quieres que YO sirva a un cliente?”, preguntó, pensando en su interior que él no era un mesero. Luego respiró hondo. “Está bien, no hay problema”.
Paul se acercó a la tercera mesa y cuidadosamente puso el capuchino frente a un anciano. “Su capuchino, señor”, dijo con una sonrisa.
El hombre miró a Paul y gruñó: “¿Capuchino? ¿Qué capuchino? ¿Me veo como un bebedor de capuchino? ¿Eres un idiota? ¡Pedí un espresso!”.
Muchas cosas pasaron por la mente de Paul; había una lucha en su interior, pero quería responder desde el respeto. Lucía lo observaba disimuladamente.
Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Unsplash
“Lo siento mucho, señor”, dijo Paul suavemente. “Soy nuevo, fue un error de novato... ¡Permítame traerle un espresso y una magdalena de la casa con mis más sinceras disculpas!”.
Paul llevó al hombre su orden y regresó con Lucía. “¿Me diste la orden equivocada a propósito?”, preguntó.
Lucía tenía una gran sonrisa en su rostro. “¡Sí, lo hice! Sabía que el señor Salomón se molestaría con la confusión y quería ver cómo reaccionabas. Ciertamente, has hecho algunos cambios”.
“Una cosa no ha cambiado”, dijo Paul tímidamente. “Te sigo amando, y me gustaría invitarte a cenar esta noche y hacerte aquella pregunta…”.
“¡Sí!”, dijo Lucía.
“¡Estupendo!”, dijo Paul. “¿Te recojo a las ocho?”.
“No, tonto”. Lucía se rio. “Quise decir ‘SÍ’ a la pregunta. ¡Sí, me casaré contigo!”. Y así lo hicieron, y todos los empleados de Paul le quedaron agradecidos para siempre.
Imagen con fines ilustrativos. | Fuente: Unsplash
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Trata a las personas como te gustaría que te trataran a ti. El poder y el dinero no dan licencia a las personas para humillar a otros. La amabilidad y la cortesía no cuestan nada y traen grandes recompensas.
- Nunca es demasiado tarde para hacer un cambio. Paul se había acostumbrado a pisotear a todos, pero cuando conoció a Lucía, se dio cuenta de que ella no toleraría su comportamiento, por lo que hizo cambios serios en su actitud.
Comparte esta historia con tus amigos. Podría alegrarles el día e inspirarlos.
Te puede interesar: Niño perdido se refugia en casa abandonada en el bosque: nota una puerta oculta adentro - Historia del día
Este relato está inspirado en la historia de un lector y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.