Madre soltera con 3 hijos es despedida por ayudar a hombre en silla de ruedas: el hijo menor la ayuda a recuperar su trabajo - Historia del día
No fue fácil criar sola a tres hijos. De repente, perder un día su trabajo empeoró las cosas para Donna. Poco sabía ella que su niño más pequeño cambiaría todo.
Donna era una madre preocupada. Siempre estaba pendiente de sus hijos y, además, de cumplir con todo lo de su trabajo. Era uno de los días más ocupados del mes en la tienda de comestibles. Por fortuna, ella era rápida y minuciosa en la facturación.
En medio de su trabajo, Donna no podía dejar de pensar en el examen de ciencias de su hijo menor. Se preguntaba: “¿Lo habré ayudado a estudiar lo suficiente? ¿Tendrá la confianza para responder bien todo?”. Se preocupaba por el futuro de sus hijos, ya que ella no había podido terminar la escuela y quería lo mejor para sus retoños.
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Donna pensaba que de haber podido terminar su educación, era probable que hubiera podido conseguir un buen trabajo con un salario de 6 cifras. Pero siendo empleada de una tienda, cobraba un sueldo que no le alcanzaba para mucho.
Su marido la abandonó cuando nació su tercer hijo y llevaba seis años criando sola a sus tres retoños. Ya no soñaba tanto como lo solía hacer tiempo atrás.
Con problemas reales mirándola a la cara en cada rincón de tu vida, los sueños que una vez tuvo comenzaron a verse borrosos.
"Lee, haz lo mejor que puedas, cariño. ¡Tu puedes, muchacho!", susurró en voz baja como si estuviera enviando un mensaje secreto a su hijo.
"¿Quién es ese que te preocupa?". La voz de un anciano interrumpió la oración de Donna.
Era un hombre en silla de ruedas con cabello canoso, mirándola con una cálida sonrisa. El hombre había estado observando a Donna durante un tiempo y ella accidentalmente le había facturado dos veces una bolsa de papas.
"Lo siento mucho, en realidad no es nada. Mi hijo menor, Leandro, está rindiendo un examen ahorita. ¡Espero que no esté tan nervioso como yo!".
Los dos se rieron y Donna volvió a facturar los artículos del amable cliente.
El hombre llevaba bastantes víveres. Parecía que haría una gran cena y Donna le preguntó si tendría visita.
"Viene la familia. Mis tres hijos, sus esposas y seis nietos. Vienen muy poco así que espero que tengamos una velada perfecta.
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"¡Oh, estoy segura de que será una hermosa velada, señor!", dijo Donna.
"Por favor, llámame Reinaldo".
Donna y Reinaldo continuaron hablando hasta que finalmente la factura estuvo lista y pagada.
Esto no divirtió a muchos de los otros clientes, especialmente al gerente de turno, el Sr. Luis Alberto.
“¿Por qué no puede hablar menos y trabajar más rápido como el resto del personal?”, se preguntó el gerente.
Observó mientras el anciano comenzaba a moverse hacia la salida con las compras.
Pero Donna no podía soportar quedarse parada mientras veía a Reinaldo tratando infructuosamente de sostener varias bolsas de supermercado y seguir adelante.
"Ni siquiera lo pienses. Hoy tenemos poco personal", le advirtió una compañera a Donna, sabiendo lo que ella tenía en mente.
"Regresaré en un santiamén. Me dijo que vive al otro lado de la calle en esa casa gris, justo allí".
"No lo hagas. Conoces a Luis Alberto. Él solo está buscando una razón para que cometas un desliz. No puedo cubrirte".
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En ese momento, una de las bolsas de comestibles que estaba en el regazo de Reinaldo se volcó, esparciendo las frutas y verduras que había recogido cuidadosamente antes, rodando por el suelo.
No había forma de detener a Donna. Corrió hacia el hombre en silla de ruedas e inmediatamente recogió los comestibles caídos y los puso en una bolsa nueva y limpia.
"Vamos, Reinaldo, te ayudaré a llevar esto a casa", sonrió Donna, sosteniendo las bolsas y empujando la silla de ruedas hacia adelante.
"¿Estás segura? No quiero que tengas ningún problema".
"Para nada. No te preocupes por eso. Ahora, cuéntame más sobre tus nietos".
El Sr. Luis Alberto estaba hirviendo de ira en la tienda, viendo salir a su empleada.
Fue un corto paseo hasta la casa, refrescante en muchos sentidos. Donna se había olvidado por completo de preocuparse por su jefe o por el examen de su hijo. Pero ese estado mental libre y feliz solo duró unos minutos.
Justo cuando estaba a punto de cruzar la calle de regreso a la tienda, recibió una llamada, y era el gerente.
"¡Dígame, Sr. Luis Alberto!”, contestó Donna.
"¿Terminaste de ayudar a ese cliente?".
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"¡Sí!". Donna se sorprendió gratamente de que a su jefe pareciera importarle.
"Maravilloso. Ahora no te molestes en volver. Ve, haz tu trabajo social en otro lado. ¡Estás despedida!".
El gerente de la tienda le colgó. Miró a su alrededor y vio que los otros empleados y clientes la observaban en estado de shock. La atención repentina y el miedo en los ojos de los miembros de su equipo le resultaron fascinantes. Hizo todo lo posible por no sonreír.
Esa noche, la casa de Donna parecía más caótica que de costumbre. Sus dos hijos mayores, Nancy y Ronald, estaban discutiendo a gritos sobre algo. La televisión estaba encendida, la cena estaba tardando demasiado en cocinarse y ella no había pensado en ninguna solución.
Por quinta vez esa noche, llamó a su amiga de la tienda.
"Tienes razón. He estado pensando toda la noche y no tengo más remedio que volver y rogar por mi trabajo", precisó Donna.
"Quiero decir, pensé que debería entender que solo estaba tratando de ser un ser humano decente al ayudar a un anciano. ¿Pero a quién estoy engañando? El Sr. Luis Alberto no entiende. Lo único importante para él es el dinero y el poder. Aun así, debo intentar que me devuelva mi empleo”.
Sin darse cuenta de que su hijo Leandro estaba escuchando a escondidas, Donna dejó salir sus sentimientos reprimidos en esa llamada.
Leandro escuchó con atención. Y, aunque no entendía muchas de las frases de los adultos sobre el trabajo y las emociones, sabía que su madre estaba desconsolada. Limpiándose las lágrimas con la manga, se coló en silencio de nuevo en su habitación.
Al día siguiente, Donna esperó nerviosamente en la oficina del gerente de la tienda. Todos los empleados la miraron a través de la puerta de vidrio, esperando que el gerente fuera amable con ella.
Tal vez el hecho de que su hijo Leandro hubiera venido con ella ayudaría.
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Donna no entendía por qué Leandro estaba tan convencido de querer visitar la tienda con ella. Ella no tuvo el corazón para contarle lo que había pasado el día anterior. Y en este momento, estaba preocupada de que el niño pudiera ser una distracción para la reunión que estaba a punto de tener.
"Mamá, ¿puedo ir a recoger algunas frutas frescas? ¡Se ven deliciosas! Tal vez haga una ensalada de frutas para todos esta noche".
Donna estuvo de acuerdo rápidamente, y Leandro caminó hasta la sección de productos frescos.
Sola en la oficina del gerente, Donna comenzó a preocuparse nuevamente.
“¿Debería levantarme y marcharme? Tal vez encuentre algo mejor. Puede tomarme algunas semanas, pero tal vez pueda arreglármelas... Por supuesto, no puedo. No cuando mi economía es mala y tengo facturas acumuladas por pagar. Quizá renuncie el próximo mes”, se aseguró a sí misma, sabiendo en el fondo que era la misma historia todos los meses.
Habían pasado 30 minutos y no había señales del Sr. Luis Alberto. “Algo está mal. ¿Dónde está Leandro?”.
Donna salió de la oficina y recorrió toda la tienda con la mirada. '¡Ahí está! ¿Con quién está hablando? Oh, Dios, por favor dime que no está hablando con...”
"Sr. Briceño, ¡buenos días! Es un placer verlo aquí después de...".
"¡Dos meses! Le tomó un tiempo a la nueva sucursal comenzar, pero ahora está funcionando bien. Pensé que las cosas iban bien aquí, pero su hijo pequeño me dice lo contrario".
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"Oh, no le haga caso. Donna templó la manga de la franela de Leandro y lo escondió detrás de ella.
"No, es un chico inteligente, este. Lo atrapé sonriendo a los empleados y leyendo en secreto sus etiquetas de identificación".
El Sr. Briceño tenía razón. Leandro quería encontrar al gerente de su madre antes de ir con ella. Su plan era detenerlo y convencerlo de que la contratara nuevamente.
“Como siempre dice mamá ¡puedo ser muy convincente!”.
Y cuando vio al Sr. Briceños con la etiqueta 'Gerente General' en su uniforme, se emocionó.
"Hola, Sr. Gerente General. Hay algo que debemos discutir, por favor".
Los empleados se rieron de la impresión que el Sr. Briceño tenía del niño.
"Con toda seriedad, me dijo lo que pasaste ayer. Solo Luis Alberto puede castigar a alguien por un acto de bondad que él llamaría 'improductivo'. No eres la primera en soportar la peor parte de su ansia de poder en mi ausencia. Lo siento, Donna”.
Donna no podía creer que el Sr. Briceño estuviera de pie frente a ella, disculpándose. Nunca habría tenido el coraje de hablar con él directamente.
“Así que mis sospechas eran correctas. Leandro escuchó mi llamada telefónica anoche. ¡Es por eso que estaba tan empeñado en venir conmigo hoy!”.
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Donna atrapó a Leandro mirándola nerviosamente, preocupándose si su pequeño plan había enojado a su madre. Ella le dio a su hijo un cálido abrazo.
"Tiene razón, Sr. Briceño, tengo un chico bastante increíble".
El Sr. Briceño se tomó unos segundos para presenciar el hermoso momento madre-hijo y dijo: "Donna, no hace falta decir que recuperaste tu trabajo. Bueno, no el anterior. Estoy a punto de despedir a Luis Alberto, así que la tienda necesita un nuevo gerente experimentado y dedicado. ¿Estarás interesada?".
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La incredulidad y alegría en el rostro de Donna fue una respuesta clara. Su hijo menor la había ayudado de una manera que no podía haber imaginado.
"Tendré el papeleo listo para cuando vengas mañana", dijo el Sr. Briceño. "Ahora, si me disculpan, tengo que despedir a un gerente tiránico".
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- El universo tiene una forma de cuidar a las personas bondadosas: Donna solo había tratado de ayudar a Reinaldo cuando la despidieron. Sin embargo, tanto su hijo Leandro como el gerente general, el Sr. Briceño, estaban en el lugar correcto en el momento correcto y cambiaron la situación.
- La amabilidad es una virtud, no una debilidad: Fue necesaria la valentía de parte de Donna para esforzarse por ayudar a Reinaldo, a pesar de saber que tendría que afrontar las consecuencias.
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