Hombre cuida a los trillizos de amiga fallecida: los deja en la cuna por un minuto y al volver no están - Historia del día
Patrick salió de la casa por un minuto después de acostar a los trillizos. Cuando regresó quedó devastado al darse cuenta de que se los habían llevado. Después ocurrieron una serie de eventos inesperados.
Patrick había encontrado un momento para descansar y pensar en lo injusta que era la vida. “¡Todos nuestros sueños se harán realidad! Solo espera y observa”, le decía Layla cuando era niña.
“Seré rica, tú serás rico. Tendré un esposo guapo y tú una esposa hermosa. Tendremos casas grandes, como palacios, una al lado de la otra. Y los cuatro viajaremos juntos por el mundo con nuestros hijos”.
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Décadas después, sus vidas nunca salieron del pequeño rincón del mundo donde habían crecido, soñado, fracasado y soñado un poco más.
Mientras Patrick estaba sentado en la vieja mecedora en el dormitorio, los tres bebés sobre su pecho estaban profundamente dormidos. El calor de sus respiraciones y el ritmo de los latidos de sus corazones hicieron que los ojos del hombre se sintieran pesados por el sueño.
Justo cuando el hombre de 34 años estaba a punto de dormir un poco, un fuerte ruido afuera despertó a los trillizos. Había comenzado a llover. Recordó que había ropa colgada secándose afuera. “Ah, ¿por qué molestarse? Que se mojen y se sequen allí de nuevo”.
Había muchas preguntas que tenía miedo de hacerse a sí mismo. “¿Cómo voy a cuidar de estos niños? ¿Cuántos días más puedo permitirme faltar al trabajo? ¿Y cuánto más puedo esperar que haga mi esposa Sara? Después de todo, estos no son sus hijos”.
Patrick acariciaba suavemente a los bebés para que se durmieran nuevamente, pensando en Layla, su madre, que acababa de morir hacía dos semanas.
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“Ella era especial, su madre”, les susurró a los bebés. “Era la mujer más cariñosa y valiente que he conocido. Algún día, cuando crezcan, les contaré todo sobre ella. Su madre era como mi hermana, la hermana que nunca tuve”.
De repente, empezó a llover a cántaros. “Será mejor que vaya a buscar los pañales de tela de los niños”, pensó Patrick. “No tenemos muchos de esos”.
Con cuidado dejó a los trillizos en la cuna y esperó un momento para asegurarse de que permanecieran dormidos. Mirar a los tres bebés durmiendo pacíficamente lo llenaba de un sentido de propósito.
“Los miro y sé que las cosas saldrán bien. No se preocupen, vuelvo enseguida”.
Patrick corrió al estrecho patio trasero y comenzó a quitar la ropa del tendedero. Apenas había pasado un minuto cuando notó la silueta de un hombre corriendo hacia un automóvil estacionado justo en frente de la casa.
El individuo parecía tener prisa. Estaba buscando a tientas algo en una mano y abriendo la puerta del auto con la otra.
“Algo no está bien”, pensó Patrick mientras corría dentro de la casa. Fue directo al dormitorio y se inclinó sobre la cuna. En ese momento, su corazón se detuvo.
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La ropa que había recogido cayó al suelo cuando el hombre vio que los tres bebés ya no estaban.
“¿Dónde están los bebés?”. Miró frenéticamente a través de la habitación y luego lo golpeó una inquietante comprensión.
“¡El hombre en el auto! ¡Tiene que ser él quien se llevó a los bebés! ¡Tengo que detenerlo!”. Patrick salió corriendo a la calle, gritando.
“¡Oye, tú! ¡Detente! ¡Detente ahora mismo!”.
Patrick tropezó al tratar de perseguir al auto que se alejaba demasiado rápido. En un extraño momento de claridad, tomó nota mental de la matrícula.
Siguió corriendo y gritando hasta que el auto quedó completamente fuera de la vista. Empapado y chorreando sudor, el hombre se derrumbó en la carretera vacía y lloró.
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Pasó el resto de la tarde en una estación de policía, caminando de un lado a otro mientras esperaba noticias de los oficiales.
“Qué bueno que vio la matrícula, señor”, le habían asegurado los policías. “No se preocupe, quienquiera que esté detrás de esto, lo atraparemos”.
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Ciertamente, ayudaba que la esposa de Patrick, Sarah, estuviera con él en la comisaría, calmándolo con su presencia y sus palabras. Habían pasado más de tres horas cuando un policía finalmente se acercó a ellos y les dio la noticia.
“¡Señor! ¡Lo tenemos! Los niños están a salvo”.
El hombre y su esposa suspiraron aliviados y se abrazaron con fuerza. Resultó ser que el exmarido de Layla había sido quien se había llevado a los trillizos.
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Patrick sintió una oleada de ira cuando escuchó el nombre del individuo. Él había sido quien le había hecho la vida de cuadritos a Layla, torturándola emocionalmente a lo largo de su matrimonio. La dejó el día que supo que estaba embarazada.
“Mírame y mírate a ti”, le decía, avergonzándola por su peso. “¡No soporto mirarte!”.
El día que supo que Layla estaba embarazada, el hombre hizo las maletas y la dejó. Ella quedó indefensa y sin un plan.
Fue Patrick quien la convenció para que regresara a la casa de su madre, que quedaba al lado de la suya. “Olvídate de él. Tu mamá, Sarah y yo estamos aquí para ti. Ven y sé mi vecina otra vez, como en los viejos tiempos”.
El exesposo no se presentó al nacimiento de sus hijos. Tampoco hizo acto de presencia cuando Layla murió de dolor unas semanas después.
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Desde entonces, fueron Sarah, Patrick y la desconsolada madre de Layla, Ana, quienes comenzaron a hacerse cargo de los bebés.
No era fácil, especialmente porque Ana estaba constantemente enferma, y a Sarah y Patrick apenas les alcanzaba el dinero para ellos.
Pero los esposos, que nunca habían sido bendecidos con hijos propios, les dieron un vuelco a sus vidas para cuidar a los hijos de Layla.
Esta devoción permaneció inquebrantable, incluso cuando Ana repentinamente sufrió un derrame cerebral una semana atrás.
Patrick decidió tomar un permiso sin goce de sueldo para quedarse en casa con los niños, mientras que Sarah redoblaba su trabajo y pasaba las noches en el hospital para poder cuidar a Ana.
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Entonces, cuando la policía finalmente les devolvió a los trillizos, los esposos se sintieron más que aliviados. “¿Será que le contamos a la tía Ana?”, le preguntó Sarah a su marido cuando estaban saliendo de la comisaría.
“No, esto solo la preocupará más. Además, los bebés están bien. Tal vez deberíamos llevarlos a verla. ¡Estaría encantada!”, sugirió Patrick.
Esa noche, Ana estaba feliz de volver a ver a sus nietos. Lloró al recordar a Layla y volvió a llorar, mientras miraba a los nuevos guardianes de los bebés.
Mientras experimentaba una mezcla de dolor y alivio, la abuela luchaba por respirar. Esa noche, rodeada de las personas que más amaba, la madre de Layla falleció mientras dormía.
Era otro día gris y nublado cuando Ana fue enterrada junto a su hija. El camino por delante era incierto para Patrick, Sarah y los niños. Pero la pareja no se iba a rendir.
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Dos semanas después, el hombre y su esposa recibieron una llamada telefónica para informarles que la solicitud de adopción de los trillizos se había procesado.
“¡No puedo creerlo, Patrick! ¡Tenemos tres hermosos hijos que podemos llamar nuestros!”. Sarah, siempre firme como una roca, se echó a llorar ese día.
Muchas preguntas en la mente de Patrick aún estaban sin respuesta. “Mis dulces hijos”, dijo él, mientras hablaba con los trillizos que dormían en su pecho.
“Todavía no sé cómo voy a llegar a fin de mes. Todavía no sé lo que significa ser un gran padre. Pero les haré una promesa, niños, pasaré mi vida aprendiendo para ustedes, amándolos, al igual que lo haría Layla”.
Patrick comenzó a formarse para convertirse en agente inmobiliario. Sarah asumió felizmente la carga de mantener a la familia mientras su esposo encontraba su equilibrio. Y cuando menos esperaban un milagro, un día apareció un visitante en su casa.
Era el abogado de Layla. Ella siempre había sabido que Patrick y Sarah eran los únicos que podían criar a sus hijos si algo salía mal. Y así, ella le dejó todo, incluida su propia casa y sus ahorros, al hermano que nunca tuvo.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- La verdadera amistad puede ser más enriquecedora que cualquier otra relación. Patrick siguió siendo un verdadero amigo de Layla y cuidó de sus hijos incluso después de su muerte. Ella también dejó todas sus pertenencias a su amigo de la infancia, quien había estado allí para ella en todo momento.
- Nunca pierdas la esperanza. Nunca se sabe cuándo y cómo tu arduo trabajo dará sus frutos. A pesar de sus dificultades, Patrick y Sarah daban todo de sí para cuidar a los trillizos y a Ana. Su dedicación finalmente fue recompensada póstumamente por Layla cuando les dejó su casa y sus ahorros.
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