El perro de mi padre vino a mi casa un día después de su muerte, ladrando como para que lo siguiera – Historia del día
Cuando mi papá murió, su perro Max apareció en mi puerta. Parecía que quería ir a algún lado. Lo llevé a la tumba de mi padre y me senté con él durante horas hasta que noté que ya no estaba respirando. Nunca olvidaré lo que aprendí ese día.
“Carla, ¿estás segura de que no quieres llevarte a Max?”, preguntó mi madrastra, Patricia, cuando estaba a punto de salir de su casa tras el velorio de mi padre, el día después de su fallecimiento.
Ella estaba hablando del perro de mi papá, un hermoso can rescatado tan viejo como su dueño. Solía bromear y hacer apuestas sobre quién moriría primero.
Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels
Desafortunadamente, mi papá fue quien partió primero, dejando al pobre Max solo en duelo. “No puedo. Max está durmiendo en la cama de papá. Creo que preferiría quedarse con él”, respondí, sacudiendo la cabeza con tristeza hacia mi madrastra.
Ella frunció los labios y asintió solemnemente. “Supongo que tienes razón. Está bien, te llamaré mañana, cariño. Que tengas buenas noches”, acordó Patricia, me abrazó con fuerza y se despidió.
Caminé a casa porque vivía a solo tres cuadras de la vivienda de mi papá. Me acababa de quitar el vestido negro cuando escuché un aullido en mi puerta. Podía reconocer ese sonido en cualquier lugar. Era Max.
Tomé una bata y corrí hacia la puerta, entonces el perro entró a mi casa como si lo hubiera hecho a menudo. Eligió un lugar en mi alfombra y se dejó caer lo más cerca posible de la chimenea.
Max suspiró como si el peso del mundo estuviera sobre sus hombros, y me sentí terrible por él. Sin embargo, tenerlo aquí en realidad me daba paz.
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Me duché, cené y le di de comer a Max de la bolsa de comida para perros que siempre tenía en casa, aunque no tenía mi propia mascota.
Me fui a dormir y Max me siguió como si me estuviera cuidando, de la misma forma en que lo hacía mi padre cuando yo era una niña. Acaricié su pelaje mientras brotaban lágrimas de mis ojos. Comencé a recordar a mi papá, que era un hombre maravilloso.
A la mañana siguiente, me despertaron los ladridos de Max. El perro era tan viejo que casi nunca ladraba, apenas lograba algunos aullidos.
Pero esta vez era diferente, así que me levanté de la cama, asustada de que algo hubiera pasado y lo vi de pie junto a la puerta. Me miró expectante, así que le abrí y pensé que solo necesitaba hacer sus necesidades.
Pero Max fue directo a mi auto y me esperó. “¿Qué quieres, amiguito?”, pregunté, frunciendo el ceño.
“¡GUAU!”.
Puedo jurar que se sintió como un “¡Date prisa!”.
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Entonces, me vestí rápidamente, abrí la puerta del pasajero, lo observé entrar. Luego di la vuelta al auto hacia el lado del conductor.
Max se sentó allí y miró por la ventana como si supiera a dónde iba. Pero yo estaba confundida. “¿A dónde vamos?”, le pregunté como si él pudiera responder.
Pero el perro se giró hacia mí y me miró con ojos hundidos, y lo supe de inmediato. Quería ver a mi padre, cosa que no se le permitió hacer durante el funeral. Pero podría llevarlo ahora. Llegamos al desierto y caminamos hasta la tumba de mi papá.
Sorprendentemente, Max sabía exactamente dónde estaba enterrado. Yo no lo guie ni nada. El perro se dejó caer como lo había hecho ayer en mi alfombra y respiró.
Entonces me senté a su lado. Comencé a hablar con mi padre. También hablé con Max. Recordé lo grandiosa que había sido mi infancia.
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Fue el momento más tranquilo que había tenido en los últimos dos días desde que recibí la llamada de mi madrastra, diciéndome que mi papá había fallecido.
Pasaron unas horas sin notarlo, y me di cuenta de que tenía que irme. Tenía hambre y estaba cansada, así que empujé a Max, pero él no se movió y mi corazón saltó en mi pecho. Observé su diafragma en busca de respiración, y no se movía.
“Ay, dulce chico. Viniste aquí para estar con él”, susurré y lloré por él, pero incluso a través de las lágrimas, imaginé a mi padre reuniéndose con Max en cualquier otra vida que alcanzaran. Sonreí ante el pensamiento.
Salí de ese cementerio sintiéndome mejor que después del funeral, que había sido simplemente deprimente. Sabía que mi padre había tenido una gran vida y el mejor compañero que alguien hubiera podido desear, que ahora también estaba con él.
Después de hacer arreglos para que alguien recogiera el cuerpo de Max y lo enterraran junto a papá, fui directamente al refugio local. Era hora de que yo tuviera un amigo propio.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Los perros son el mejor amigo del hombre: Max fue a la tumba de su dueño como si supiera que se estaba muriendo, y Carla solo podía esperar que los mejores amigos volvieran a estar juntos.
- Trata de adoptar un perro en lugar de comprarlo, pues muchos cachorros están esperando un hogar para siempre: Carla decidió adoptar a su propio perro después de ver el vínculo inquebrantable entre su padre y Max.
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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.