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Un niño sentado junto a una anciana. | Foto: Shutterstock
Un niño sentado junto a una anciana. | Foto: Shutterstock

Todos los días niño huye de mamá adoptiva para visitar a su abuelita en el asilo hasta que ella desaparece - Historia del día

Un niño vivía con sus padres adoptivos, pero comenzó a huir para ver a su abuela en un hogar de ancianos. Un día, la mujer mayor desapareció y él regresó a casa, preocupado por ella. Sin embargo, lo que pasó allí lo cambió todo.

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Christopher finalmente había aprendido la ruta para llegar al asilo de ancianos de su abuela Ana. Cuando sus padres murieron en un accidente automovilístico, el niño de ocho años pensaba que se iría a vivir con ella.

Pero la mujer mayor no podía cuidarlo en un ancianato, por lo que tuvo que ir a vivir a un hogar de acogida.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Sin embargo, a sus padres de acogida, Hilda y Luis, nunca se les habló de la abuela de Christopher. Una noche, el niño se acercó al dormitorio de la pareja con la esperanza de preguntar si podía visitar a Ana en algún momento.

Sin embargo, la voz retumbante de Luis lo detuvo en seco. “Odio a esa horrible anciana”, gritó, y el niño se estremeció, sobresaltado.

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Regresó a su habitación, pensando que a su nuevo padre adoptivo no le gustaban las personas mayores y decidió no contarles sobre Ana.

Entonces accedió a la computadora de su madre y buscó en Google. Sabía el nombre del asilo de ancianos y descubrió la ruta de autobús más cercana allí desde su nuevo hogar.

Un sábado, cuando su mamá adoptiva estaba trabajando en algo con su computadora portátil en el sofá de la sala, él dijo: “Sra. Pérez, me voy a dormir la siesta. ¿Está bien?”.

La mujer levantó la vista de la computadora y asintió con entusiasmo. “Por supuesto cariño”.

Christopher asintió y se fue a su habitación; colocó almohadas debajo del edredón y escapó por la ventana. Afortunadamente, nadie cuestionó por qué el niño de ocho años viajaba solo en el autobús. Entonces llegó al hogar de ancianos para ver a su abuela.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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El primer día, Ana lo regañó por ir solo, pues era peligroso. Pero Christopher mintió y dijo que se lo contaría a sus padres adoptivos cuando regresara a casa esa noche.

Después de ese día, comenzó a huir con mayor frecuencia. Se escapaba los fines de semana y después de la escuela, y le decía a su abuela que sus padres adoptivos lo llevaban a visitarla. Pero en realidad salía a escondidas todos los días.

Por alguna razón, sus padres de acogida no se enteraban, y él lo agradecía, pues no quería meterse en problemas. Pero el niño siempre regresaba antes de la cena porque a ellos les gustaba comer juntos.

A Ana le encantaba tener cerca a su nieto y, a menudo, caminaban por los terrenos del hermoso hogar de ancianos, que era más como una comunidad de jubilados.

La parte favorita de Christopher era sentarse en un banco del parque y leer libros con ella. A los empleados del hogar de ancianos también les encantaba ver al niño, porque siempre animaba a la mujer mayor. Todo iba de maravillas hasta que un miércoles todo salió mal.

“¿Cómo?”, preguntó Christopher al encargado que siempre cuidaba a su abuela.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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“Tu abuela no está”, explicó el hombre, mientras limpiaba la habitación.

“¿Pero adónde se fue? No tenemos más familia”, continuó el nieto, preocupado.

“Mira, chico, no sé”, dijo el hombre, e hizo una pausa. “Creo que la vi irse con un extraño. Tal vez alguien sepa, ¿por qué no le preguntas a otra persona?”.

Christopher hizo lo que recomendó el encargado, pero nadie podía decirle adónde había ido su abuela. El chico de ocho años estaba a punto de entrar en pánico y llorar de desesperación.

Pero se dio cuenta de que no podía hacerlo. Probablemente, harían demasiadas preguntas sobre sus padres y por qué siempre estaba allí. Se tragó las lágrimas y decidió volver a casa.

“¿Desapareció la abuela? ¿Alguien se la llevó? ¿Volveré a verla alguna vez?”. Christopher se estaba haciendo estas preguntas mientras viajaba en el autobús, cuando iba de regreso a la casa de sus padres de acogida.

Mientras bajaba del autobús y caminaba hacia la vivienda, pensó en contarles a los adultos lo que había estado haciendo y pedirles que lo ayudaran a encontrar a su abuela desaparecida.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Pero cuando entró por la ventana, escuchó: “Oye, chico”. Se giró, sorprendido, y vio a Ana sentada en su cama.

“¡Abuela!”, dijo corriendo hacia ella y abrazándola con fuerza. Sus lágrimas no podían detenerse. Estaba llorando sobre el hombro de la anciana, feliz de que ella estuviera bien. Ni siquiera se estaba preguntando por qué Ana estaba allí.

Pero entonces, sus padres de acogida entraron en la habitación. “Christopher, creo que ahora sabes que huir no es la respuesta”, dijo Hilda. “¡Si no lo hubieras hecho, hubiéramos podido sorprenderte antes!”.

Christopher levantó la cabeza y se secó las lágrimas. “¿Qué? ¿Sabían sobre la abuela?”, preguntó, medio llorando, casi sin aliento.

“Bueno, me enteré ayer cuando te vi escabullirte y te seguí”, contestó su madre adoptiva, con los brazos cruzados.

Tenía una sonrisa en su rostro. Esta mostraba que no estaba enojada, solo exasperada. “Llamamos al servicio de protección infantil y los reprendimos por no habernos dicho que tenías una abuela. Luego Luis decidió que la traería hoy para que pasara la tarde con nosotros”.

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“Pero te escapaste antes de que llegáramos”, agregó el hombre, sonriendo.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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“Pensaba que odiabas a las personas mayores”, le dijo el chico a su padre de acogida. Le explicó lo que había escuchado días atrás.

“Ay, chico. ¡Estaba hablando de un personaje en la televisión!”, respondió Luis, riendo y sacudiendo la cabeza. “¡Es por eso que no debes escuchar a escondidas!”.

“¡Ok, ni huir ni escuchar a escondidas! Vamos a agregar eso a las reglas de la casa, ¿de acuerdo?" expresó Hilda. Christopher se sorprendió por su actitud despreocupada.

Después de todo por lo que había pasado, haber perdido a sus padres, además de pensar que no podía quedarse con su abuela, esta era una sorpresa bienvenida.

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“Gracias”, les dijo con sinceridad a sus padres adoptivos, dándoles un abrazo por primera vez. Fue un gran avance para esta nueva familia.

Hablaron un poco más, los adultos le aseguraron a Christopher que todo estaría bien. Luego cenaron juntos. Más tarde, llevaron a Ana de regreso a su hogar de ancianos. También le prometieron a Christopher que podía ir a visitarla todos los días.

“Pero te llevaré, hijo. No vuelvas a viajar solo en el autobús hasta que tengas al menos 15 años”, le dijo Hilda, tratando de sonar severa mientras gesticulaba con el dedo. Pero todos se rieron.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Christopher visitaba mucho a su abuela, y a ella la invitaban constantemente a visitarlo en la casa de sus padres de acogida. Ella también estuvo presente cuando la pareja adoptó formalmente a su nieto.

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“No puedo imaginar que haya mejores personas que ustedes para que críen a mi nieto”, le dijo la mujer mayor a Hilda, y la abrazó con fuerza. “Gracias por ser padres adoptivos y gracias por amarlo”.

Todos lloraron, celebraron, se regocijaron y amaron, pues sabían que las familias venían en muchas formas.

¿Qué podemos aprender de esta historia?

  • Los padres deben tener más cuidado con sus hijos porque ellos saben y son capaces de más de lo que imaginan. Hilda y Luis nunca se imaginaron que su hijo adoptivo se escaparía y tomaría el autobús, pero el chico lo hizo.
  • Las familias se crean de muchas maneras, lo único que importa es el amor. Christopher fue adoptado después de perder a sus padres, y su abuela también fue incluida en su nueva familia. Esto demuestra que el amor es lo único que importa.

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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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