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Fachada de una casa con plantas | Foto: Flickr/marneejill (CC BY-SA 2.0)
Fachada de una casa con plantas | Foto: Flickr/marneejill (CC BY-SA 2.0)

Tras la muerte de sus padres, mujer solitaria se muda a su casa de la infancia y oye inquietante llanto en el ático - Historia del día

Mayra Pérez
26 oct 2022
19:30

Una mujer se mudó a la casa de sus difuntos padres y comenzó a escuchar ruidos extraños en el ático. Trató de subir, pero se acobardó muchas veces hasta que llegó su amigo. Lo que encontró allí cambió su vida para siempre.

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Emilia cerró su libro, se quitó las gafas de lectura y bostezó con fuerza. Estiró su espalda y los brazos, en un intento por aliviar el agotamiento que sentía.

El día había sido demasiado agitado después de mudarse a la casa de sus difuntos padres. Su padre había fallecido años antes, pero su madre acababa de morir de una afección cardíaca.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

Mudarse allí nunca había sido su plan, pero pensó que hacerlo era mejor que tratar de vender la casa. Los precios inmobiliarios eran poco atractivos en ese momento, así que en definitiva parecía ser la mejor solución.

Bostezando de nuevo, dejó sus anteojos y el libro en su mesita de noche, apagó la lámpara y se acostó en su nueva cama con sus nuevas mantas. Pero su descanso fue interrumpido.

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Se despertó en medio de la noche, sin saber bien por qué. No recordaba haber soñado con nada. Miró a su alrededor, parpadeando suavemente. Apenas podía ver el reflejo de la luz de la luna que entraba por la ventana.

Cuando su mente se aclaró, escuchó un sonido extraño. Parecía venir de la sala de estar. “¿Había alguien en la casa?”, se preguntó.

No estaba asustada, pero tampoco la animaba la idea de un visitante en su casa. Cogió sus gafas, aunque no encendió ninguna luz mientras se calzaba las pantuflas.

Emilia se puso de pie, agarró su bata de detrás de la puerta y salió al pasillo. La casa estaba en silencio, excepto por ese ruido extraño y los sonidos del viento afuera.

El ruido se hizo más fuerte y extraño mientras caminaba por el pasillo hacia la sala de estar y la cocina. Cuando dobló la esquina, vio un claro movimiento en la cocina cerca del cesto de basura.

Alguien estaba rebuscando dentro y dejó escapar un chillido antes de apresurarse a encender el interruptor de la luz. Para su sorpresa, un pequeño ladrón con máscara y grandes ojos la miraba directamente.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Unsplash

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Emilia gritó muy fuerte esta vez, lo que sobresaltó al mapache que había estado revolviendo su cubo de basura.

“¡Fuera! ¡Fuera!”, le gritó, haciendo un gesto con la mano. Odiaba a los animales en general, y los mapaches a menudo causaban problemas y probablemente traían enfermedades. El animal se escabulló por una ventana abierta.

Esta vez, Emilia la cerró muy bien y volvió al dormitorio. No volvió a oír ni a ver al mapache, pero en algún momento, pensó que era una lástima que no le gustaran los animales.

Tras el fallecimiento de su madre, se sentía más sola que nunca. Tal vez un perro le podría hacer sentir mejor, si a ella le gustara tener mascotas en casa.

Aunque había vivido en esa misma casa cuando era niña, no recordaba que su hogar fuera tan ruidoso durante las noches. El piso crujía, el agua sonaba por las tuberías y se escuchaban muchos animales en el árbol del jardín.

“¿Será la soledad?”, se preguntó en esas noches. “¿O me estaré volviendo loca?”.

Sin embargo, un nuevo sonido extraño comenzó en la quinta noche en la casa. Parecía un gemido y no podía ubicar de dónde venía. No era un búho o un mapache.

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Deambuló por la casa, encendió las luces e inspeccionó cada rincón y grieta que pudo, y concluyó que el sonido provenía del ático. Casi subió las escaleras para comprobarlo, pero algo la detuvo.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

“¿Será que tengo miedo?”, se preguntó a sí misma, mirando hacia la puerta del ático. Estaba segura de haber escuchado a alguien llorar. “He estado leyendo novelas de terror desde que tenía diez años. No puedo tener miedo. Vamos. Sube esas escaleras”.

Pero sus pies no obedecían. No importa qué, ella no subiría allí. Al menos... no sola.

“Me alegro de que me hayas invitado, Emilia. Será bueno que nos pongamos al día”, le dijo Bobby. Él había sido su vecino mientras crecían, pero perdieron el contacto al escoger diferentes universidades.

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Se había topado con él en el mercado ese mismo día y decidió invitarlo a cenar. También quería pedirle algo. “En realidad, Bobby. Antes de que nos pongamos al día. ¿Me puedes hacer un favor?”.

“Por supuesto”, respondió de inmediato.

“¿Puedes subir conmigo al ático?”, quiso saber.

“¿Por qué?”, preguntó, frunciendo el ceño.

“Hay un gemido que viene de allá arriba. Lo he estado escuchando durante las últimas noches y, por alguna razón, no tengo el coraje de subir sola. ¿Puedes venir conmigo?”, le rogó.

Bobby sonrió levemente. “Pensé que no le tenías miedo a nada. La valiente Emilia, con sus libros de miedo”, bromeó.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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“Novelas de terror. Y sí, sí. Lo sé. Soy patética. Pero, por favor, ¿quieres venir conmigo?”.

“Seguro, vamos”.

La pareja subió las escaleras y Emilia lo hizo callar cuando comenzaron los lloriqueos. “¿Escuchas? ¡Ese es el sonido! ¿Qué es?”.

“¿Ese sonido? Quiero decir... no suena aterrador”, dijo Bobby.

“Bueno, trata de escucharlo a las 3 a. m. cuando no hay luz. Esta casa vieja cruje por todas partes”, lo desafió Emilia. “Vamos a averiguarlo. Después de todo, la unión hace la fuerza”.

Abrieron la puerta y entraron al ático, y Emilia caminó rápidamente hacia el centro de la habitación, donde una bombilla colgaba del techo. La encendió solo para descubrir un montón de cajas y nada más.

“¿De dónde proviene el ruido?”, preguntó Bobby.

De repente, el lloriqueo comenzó de nuevo, y ambos se sobresaltaron levemente, ya que provenía de una esquina que la luz no iluminaba.

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Imagen con fines ilustrativos | Foto: Unsplash

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“Cuidado, Emilia. Quédate detrás de mí”, advirtió Bobby. Se acercó a ella, y juntos caminaron hacia el ruido.

“¿Qué es?”, susurró, preocupada.

Los rígidos hombros de Bobby se relajaron cuando sus ojos captaron algo. “Oh, Emilia, mira”, dijo, aliviado, y señaló detrás de una caja.

Emilia asomó la cabeza y vio... una gata con tres gatitos durmiendo a su lado. “Oh, Dios mío”, dijo, encogiéndose ante el animal.

“Ella debe haber dado a luz aquí no hace mucho tiempo”, dijo Bobby, con voz suave mientras se agachaba en el suelo.

“Cuidado, seguro es salvaje”, advirtió Emilia.

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“Vamos, Emi. No es peligrosa. Mira, es amigable”, respondió Bobby y comenzó a acariciar a la gata. “Debe tener hambre. ¿Tienes algo de comida que podamos darle?”.

“Creo que sí. Déjame buscar algo”, respondió Emilia y bajó las escaleras.

Trajo un poco de atún y agua para la mamá gata y la vio comer vorazmente. Bobby prometió llevarla al veterinario al día siguiente y ambos bajaron a cenar.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

Sorprendentemente, Emilia acompañó a Bobby al veterinario. La gata y los gatitos estaban sanos y ella se ofreció a quedarse con ellos y cuidarlos.

Dos veces al día, se acercaba, miraba a los bebés y le daba una palmadita suave a la mamá después de poner a su lado sus tazones de comida y agua.

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Tan pronto los gatitos comenzaron a ser independientes, ella y Bobby les encontraron nuevas familias, pero Emilia no podía separarse de la mamá gata. Así que la adoptó y la llamó Ágata.

“Muy apropiado”, comentó Bobby cuando supo el nombre.

“Sí, ¿verdad?”, dijo sonriéndole, mientras miraba a la hermosa gata.

Ágata no era la felina más tierna del mundo, pero de vez en cuando, permitía algunas caricias y se restregaba contra las piernas de Emilia con dulzura.

De repente, Emilia no se sintió tan sola y los sonidos espeluznantes de la casa que la habían estado molestando durante días parecieron desaparecer. En verdad, ya no les tenía miedo. Ya no se sentía sola. ¿Y Bobby?

Bueno, él comenzó a visitarla con mucha frecuencia, hasta que nunca más se fue.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

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¿Qué podemos aprender de esta historia?

Las personas a las que no les gustan las mascotas, a veces solo tienen que darle una oportunidad. Tener una mascota en casa es como añadir un nuevo miembro a la familia. Emilia lo aprendió al encontrar a una gata en su ático.

Las casas antiguas tienden a tener sonidos extraños y suelen tener explicaciones razonables. Emilia escuchó varios ruidos por la noche y encontró razones para cada uno de ellos, incluido el del ático.

Comparte esta historia con tus amigos. Podría alegrarles el día e inspirarlos.

Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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