Novio rico se burla de suegra pobre en su boda hasta que ella toma el micrófono y propone un brindis - Historia del día
Un novio se burló de su suegra porque fue a la boda sin ser invitada. Pero cuando ella tomó el micrófono e hizo un maravilloso brindis, él aprendió una lección.
"No puedo creer que ella vino", gruñó Ernesto, mientras sostenía las manos de su novia. Estaban en el altar y acababa de darse cuenta de que su suegra, Ada, se había sentado en la última fila. Pensó que su futura esposa, Dalia, no había invitado a su madre.
"Por favor, Ernesto. Déjala estar", dijo Dalia en voz baja.
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La verdad es que Ernesto no quería a la madre de Dalia allí por varias razones, y no entendía por qué había aparecido. No odiaba a la mujer, pero no debería estar allí.
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La familia de Ernesto era adinerada, pero él se enamoró de Dalia sin tomar en cuenta cuánto dinero tenía. Normalmente, su familia concertaba matrimonios con otras familias acomodadas o con gente conveniente.
Sin embargo, en cuanto vio a Dalia en la universidad, se enamoró. Era una mujer luchadora y no tenía miedo de decir lo que pensaba.
Cuando empezaron a salir, él estaba seguro de que Dalia también venía de una familia rica. Ella nunca llevaba ropa cara ni nada parecido, pero se mantenía como las mujeres de su familia.
Algunas personas creían que los ricos hacían gala de su riqueza con ropa, coches y otras cosas lujosas. Pero al igual que el dicho "El dinero habla, la riqueza susurra", las mujeres de la familia de Ernesto no eran llamativas ni ostentosas con su riqueza, aunque sí se aprovechaban de sus privilegios. Él estaba seguro de que Dalia tenía que venir de la riqueza de alguna manera.
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Se quedó completamente sorprendido cuando ella le dijo la verdad. Era una becaria que había trabajado toda su vida para llegar a donde estaba. Su madre era lavandera de muchas familias ricas de la zona y la crio sola.
No estaba demasiado orgulloso de admitir que en ese momento estuvo a punto de romper con Dalia. No creía que fueran a funcionar y, además, sentía que ella podría haberse interesado en él porque todos en la escuela conocían a su familia.
"No me importa en absoluto tu dinero, Ernesto. Pero no puedo detenerte si no quieres estar conmigo. Ve a salir con alguien de tu club de campo o lo que sea", respondió Dalia cuando él le contó sus preocupaciones.
"No quiero una chica del club de campo, Dalia. Pero es una preocupación genuina. ¿No lo es para ti? ¿Crees que encajarás?", le preguntó con sinceridad.
"Por favor, he lidiado con gente rica que nos miraba por encima del hombro a mí y a mi madre toda mi vida. No necesito esto de ti. De hecho, mi madre llegó a decirme que no eras el adecuado para mí, así que quizá tenía razón", comentó Dalia y cogió su bolso para salir de su apartamento.
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"¿Qué? ¿Qué quieres decir? ¿Acaso ninguna madre querría que su hija saliera con un hombre rico?" cuestionó Ernesto, desconcertado ante la idea de que una madre soltera y pobre pudiera odiarlo.
"Mi madre no. Ella me educó para ser independiente. Ernesto, te quiero por ti. Pero si no lo crees, no tenemos que estar juntos", continuó Dalia y ya casi salía por su puerta cuando la detuvo.
"No, por favor. Quédate. Hablemos", le rogó, y Dalia se quedó.
Acordaron seguir saliendo, pero la idea de que Ada lo odiaba nunca abandonó la mente de Ernesto. Sin saberlo, empezó a temer a la mujer.
Todas las mujeres con las que había salido antes de Dalia tenían madres que estaban extasiadas con la idea de que Ernesto formara parte de su familia. Era un hecho. Era el soltero perfecto. Tenía una buena reputación. Era inteligente. Tenía un futuro estable. En resumen, era el sueño de la suegra.
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Pero no para Ada, a quien se negó a conocer durante años, poniendo excusas cada vez que Dalia intentaba presentarlos.
Cuando le propuso matrimonio, y ella aceptó, Dalia finalmente le preguntó por qué no quería conocer a su madre.
"Es que… no quiero. Tampoco la quiero en nuestra boda. No lo pasará bien, y mi familia se burlará de ella por su trabajo y todo eso. Es lo mejor, Dalia”, dijo Ernesto a su prometida sin saber cómo expresar la verdad.
"Pero no puedo casarme sin mi madre, Ernesto. Ella es mi mundo", insistió Dalia.
"Ahora estoy destinado a ser tu mundo. Así que o es a mi manera, o no nos casamos", dijo Ernesto, poniéndose firme.
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A Dalia no le hizo ninguna gracia e intentó sacar el tema muchas veces después. Sin embargo, él no cedió y, finalmente, ella no dijo más nada. Él pensó que eso significaba que ella no invitaría a Ada a la boda.
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Sin embargo, la mujer apareció. Ernesto la reconoció en cuanto se acercó porque la había visto en las fotos de Dalia. Llevaba lo que parecía un vestido nuevo y barato y sonreía. Ernesto bajó la mirada y trató de concentrarse en las palabras del pastor.
Cuando terminó la ceremonia, sonrieron y posaron para las fotos de la familia. Pero cuando pasaron a una sala privada, quiso gritarle a su nueva esposa.
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"Por favor, no lo hagas. Nunca acepté no invitar a mi madre. Ella es mi madre. Tú puedes tener a toda tu familia aquí, y yo también tengo derecho a hacerlo. Así que acéptalo. No tienes que ser amigable con ella ni nada. Pero te reunirás con ella y actuarás con educación, ¡o pediré la anulación inmediatamente!". le advirtió Dalia, con las manos en la cintura y una mirada severa.
"Bien", murmuró Ernesto con desazón.
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Salieron de la sala privada y se dirigieron a la recepción, donde fueron recibidos por familiares, amigos y montones de personas que acudieron a felicitarlos.
No fue hasta una hora después que Dalia finalmente llevó a su madre ante Ernesto y los presentó por primera vez.
"Mamá, este es Ernesto. Siento que no se hayan podido conocer antes", dijo, con un tono un poco avergonzado.
"Encantada de conocerte, querido. Me hubiera gustado que vinieras a mi casa en algún momento. Quería cocinar para ti y conocerte personalmente", dijo Ada, sonriendo alegremente.
Ernesto tragó con fuerza y estrechó la mano de la mujer mayor. "Lo siento. Tal vez después de la luna de miel", respondió, sabiendo que haría cualquier cosa para no cumplir esa promesa.
"Excelente", sonrió Ada, y Dalia también sonrió.
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Toda la situación debería haber sido esperada, pero no lo era. No para Ernesto. Sintió una presión en el pecho. Sintió miedo. Se dio cuenta de que se sentía intimidado por la madre de Dalia. ¿Pero por qué?
Era una lavandera, flaca, pobre y frágil. Había tratado con empresarios despiadados que trataban con su padre y ya se había enfrentado a situaciones de morderse las uñas como abogado. Entonces, ¿por qué tenía miedo de esta anciana?
Solo era su suegra, y no tenía nada que temer. Nada. Literalmente. Intentó calmarse, pero la sensación no desapareció.
En algún momento, Dalia fue con sus damas de honor a bailar, y los padrinos se unieron a Ernesto. No se dio cuenta de que Ada estaba cerca cuando los chicos empezaron a hablar de su nueva suegra.
"Sí, bueno, Dalia viene de la nada, pero ahora me tiene a mí. Puede olvidarse de su antigua vida. No quería invitar a esa pobre vieja, pero ¿qué puedo hacer?". Ernesto se burló, y sus compañeros se rieron. Ellos también eran ricos.
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"Sí, bueno, Dalia no tiene que preocuparse por el dinero nunca más contigo, amigo", se rio su amigo, Agustín, y la presión en el pecho de Ernesto se alivió con las bromas. Siguieron burlándose de la pobre anciana, aunque ella no había sido más que agradable con Ernesto en su breve encuentro. Nunca esperó lo que ella haría a continuación.
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Tras unas horas de fiesta, por fin llegó el momento de los discursos. El padrino de Ernesto y la dama de honor de Dalia hablaron primero. Eran sus amigos desde la universidad. Sin embargo, a Ernesto se le volvió a apretar el pecho cuando vio que Ada subía al escenario y tomaba el micrófono.
"Buenas noches a todos. Soy Ada, la madre de Dalia, y también quiero hacer un brindis. ¿Pueden creer que acabo de conocer al novio hoy? Bueno, él no quería conocerme, al parecer. Se burló de mí con sus amigos esta misma tarde", empezó diciendo la mujer mayor, y Dalia se volvió hacia Ernesto con una mirada aguda.
"Bueno, estoy segura de que todos saben que no vengo de una familia rica. De hecho, no tengo mucho dinero, pero le he dado todo a Dalia. Ella es mi orgullo y alegría; quiere a Ernesto más que a nada, y sé que no le importa el dinero. Así es como la crie", continuó Ada. "Y me alegra saber que todos aquí la aceptaron. Gracias por eso… Ahora, tengo un regalo para los recién casados. ¿Pueden venir aquí, queridos?".
Ada hizo una señal para que Ernesto y Dalia se unieran a ella en el escenario, y la mujer mayor sacó un sobre. La pareja llegó hasta ella, y aunque Ernesto estaba sudando, tomó el sobre en sus manos. Hojeó los papeles del interior y se quedó boquiabierto.
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Dalia le preguntó al respecto, y él solo pudo susurrar: "Nos ha comprado una casa".
"Con todo mi esfuerzo y años de escatimar, conseguí comprarle a mi hija una casa. Cerca, en realidad, y espero que pueda formar su familia allí. Te quiero, Dalia. Y espero, Ernesto, que con el tiempo, tú también puedas quererme”, dijo Ada y todas las personas se pusieron de pie para aplaudir a la mujer.
Dalia abrazó a su madre y lloró, sin importarle que se le corriera el maquillaje. Cuando se separaron, la mujer mayor se volvió hacia su yerno con una sonrisa.
Ernesto estaba sudando y se le habían aguado los ojos. "Lo siento mucho", dijo. "Gracias".
Ada solo sonrió más y lo abrazó contra su pecho. Lo había perdonado. Su hija lo quería, y tenía que creer que era porque era un buen hombre.
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Mientras Ada lo sostenía en sus brazos, Ernesto se dio cuenta de algo. Tenía miedo y se sentía intimidado por esta mujer mayor porque… lo había conseguido ella sola.
La gente en su vida había sido rica durante generaciones. No conocía a ningún empresario, amigo o colega que hubiese conseguido las cosas con esfuerzo.
Ada, sin embargo, era una persona totalmente normal y estaba ahí. Había criado con éxito a una hija próspera y se había gastado todo el dinero que le había costado ganar en una casa, aunque él sabía que no tenía una propia.
Ernesto no podía entender cómo alguien podía salir adelante en este mundo sin todos sus privilegios, así que le daba miedo estar cerca de ella. No podía medirse con ella. Se desmoronaría en sus circunstancias. Fallaría. No era nada sin su dinero.
"Hijo, no lo pienses más. Estás perdonado. Ahora somos familia. Solo… haz a mi hija tan feliz como puedas", le dijo Ada al oído para que nadie más pudiera oírlo, y él se prometió a sí mismo que lo haría.
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Cuando se separaron, empezó la fiesta. Los padres de Ernesto agradecieron a Ada por la casa y hablaron toda la noche. Ernesto se disculpó con Dalia por burlarse de su madre; su novia era tan comprensiva como su suegra.
"Nunca volveré a hacer algo así, y tu madre estará invitada a nuestra casa y a todos nuestros eventos siempre", prometió mientras bailaban toda la noche.
Dalia asintió. "Puedes apostar que lo hará".
Se fueron de luna de miel y después se mudaron a la casa que Ada les había comprado. Era enorme para unos recién casados, e incluso Dalia no podía creer cómo su madre se había permitido un lugar tan lujoso.
Mientras amueblaban la casa, Ernesto se dio cuenta de que no quería estar a la sombra de su padre ni de la gran riqueza de su familia durante el resto de su vida. Decidió dejar su trabajo y abrir su propio bufete con Dalia, donde ayudaban a clientes de bajos ingresos con sus casos. Su vida ya no giraba en torno al dinero; por primera vez, se sentía completo.
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El dinero había guiado todos sus movimientos desde siempre; ahora, sentía que estaba limpio de él. Dejó de preocuparse por los lujos, las vacaciones, los coches o incluso sus amigos ricos. Esas cosas ya no importaban. Lo único que importaba era Dalia, Ada, su familia y los intereses de sus clientes.
Años más tarde, durante una cena especial de aniversario, el padre de Ernesto, Fernando, lo apartó y le dijo lo orgulloso que estaba de él.
"Lo que estás haciendo ahora es increíble. Es lo que sueñas cuando eres un joven abogado que solo quiere justicia para el mundo", dijo Fernando en un tono serio y sincero. "Pensé que había criado a un niño mimado. Pero tú eres mi orgullo y mi alegría".
Ernesto sonrió ante estas palabras, similares a las que Ada había dicho sobre Dalia en su boda, y una vez más se sintió completo. Mientras observaba a su familia disfrutando de la cena y de su mutua compañía, comprendió que aquello valía más que todo el dinero del mundo.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Nunca está bien burlarse de la gente por su situación económica o social: Ernesto se burló de su suegra solo para darse cuenta de por qué lo hizo y de lo equivocado que estaba.
- El dinero es importante para sobrevivir, pero no lo es todo: Ernesto descubrió que la vida es más que tu sueldo o el dinero que tiene tu familia cuando se casó con Dalia y conoció a Ada.
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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.