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Anciana en la calle. | Foto: Shutterstock
Anciana en la calle. | Foto: Shutterstock

Adolescente ayuda a cruzar la calle a una anciana que cojea: la misma mujer la lleva al altar como recompensa - Historia del día

Helena acompañó a una mujer mayor por la calle y se conectaron a través del dolor compartido. Años más tarde, la señora llevó a la joven hasta el altar y la sorprendió con palabras sinceras.

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“Oh, niña. No tienes que ayudarme si tienes prisa”, le dijo la Sra. Carla a la adolescente que la vio luchando con su bastón mientras los autos pasaban demasiado rápido por la calle.

“No se preocupe”, respondió la joven, Helena, agarrando la mano de la mujer mayor.

Esta calle era terrible. Había letreros para que los conductores se detuvieran para dar paso a los peatones, pero la mayoría no les prestaban mucha atención.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Por eso, la Sra. Carla la pasaba muy mal todo el tiempo, pues su casa estaba al otro lado de la calle.

Afortunadamente, Helena logró que un conductor detuviera su auto por completo y avanzaron lentamente por la calle.

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“Lo siento mucho, cariño. He tenido problemas para caminar desde que me lastimé el talón unos meses atrás. No se ha curado muy bien, a pesar de lo que dijo el médico”, se disculpó la mujer mayor mientras cojeaba por el camino.

“No se preocupe. No me molesta ayudar”, respondió Helena, aún sin soltar el brazo de la anciana cuando llegaron al otro lado.

“Seguramente, debes tener algo mejor qué hacer”, bromeó la Sra. Carla, enderezándose y respirando con dificultad.

“En realidad, iba de camino al hospital”.

“¿Por qué?”.

“Mi mamá tiene cáncer y tuvo algunas complicaciones. Ha estado allí durante varios días, pero insistió en que yo fuera a la escuela”.

“Dios, cariño. Espero que se mejore pronto. Esa es una enfermedad terrible”. La señora frunció los labios.

“¿Puedo ayudarla a llegar a su casa?”, preguntó Helena, cambiando de tema. La mujer estuvo de acuerdo y le dijo a la adolescente adónde ir.

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Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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No estaba lejos, pero estaba tan agradecida con la chica que le ofreció un poco de chocolate caliente por sus esfuerzos.

“Nunca le digo que no al chocolate. Es mi debilidad”, dijo Helena riendo. La Sra. Carla preparó sus tazas y se sentaron en su sofá.

“¿Tienes miedo por tu madre?”.

“Sí. Ella es la única persona que tengo en el mundo. No tengo amigos en la escuela. Nos hemos mudado mucho a lo largo de los años porque mamá siempre ha estado tratando de conseguir mejores trabajos”.

“Ahora estamos solas en esta ciudad. No sé qué haré si ella muere”, dijo la jovencita, atragantándose con la última palabra.

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“Ella va a estar bien. Voy a agregarla a mis oraciones”, le aseguró la Sra. Carla, tocando el hombro de la adolescente.

“Pero sabes... Pasé por algo similar. Perdí a mi hija y a mi nieto hace dos años en un accidente, y pensé que nunca me recuperaría. Bueno, no puedo decir que lo haya hecho por completo. Pero al menos puedo encontrar algunos momentos de felicidad”.

“¿Cómo ha logrado soportarlo?”, preguntó la adolescente, bebiendo de su taza.

“Inicié un club de lectura”, reveló la mujer mayor con una sonrisa. “Sé que no parece que un club de lectura pueda resolver mucho. Pero hay algo acerca de escapar a un mundo diferente que cura algo en tu alma”.

“Luego lo publiqué en Facebook y descubrí algunos grandes amigos en el proceso. ¿Te gusta leer?”.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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“Un poco. No me gustan mucho los libros que nos hacen leer en la escuela, pero me gusta leer fantasía y otras cosas”, respondió Helena, terminando su chocolate.

“¿Por qué no te nos unes en algún momento? Nos reuniremos este viernes aquí mismo. Habrá refrigerios y más. Puedes traer a tu madre si le dan de alta para entonces. Todos son bienvenidos”, ofreció la mujer mayor.

“Pero no hemos leído un libro ni nada”, dijo la chica negando con la cabeza.

“No importa. Puedes ver cómo discutimos el libro y decidir si te gusta”.

“Está bien, lo pensaré. Ahora, realmente tengo que irme. Necesito acompañar a mi mamá”.

“Por supuesto, cariño”. La Sra. Carla asintió y se puso de pie para acompañar a la adolescente hasta la puerta.

“Mi puerta siempre estará abierta si tú y tu madre alguna vez necesitan algo. Muchos jóvenes me ignoraron en esa calle antes de que te detuvieras para ayudarme. Tienes un alma extraordinaria”.

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Helena se sonrojó por el cumplido y prometió aceptar la oferta de la Sra. Carla en algún momento.

Afortunadamente, la madre de la chica, Fernanda, fue dada de alta unos días después, pero todavía estaba demasiado débil para ir al club de lectura. Helena asistió sola porque realmente quería hacer amigos.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Conoció al grupo que acudía a la casa de la Sra. Carla y descubrió que eran de todas las edades. Incluso había otro adolescente, Samuel, que tenía 17 años y era un completo nerd.

Él asistía constantemente a las reuniones. A Helena le encantaban las gafas adorables del chico y las divertidas camisetas de manga que solía llevar puestas.

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Ambos comenzaron a encontrarse fuera del club y, eventualmente, empezaron a salir. La Sra. Carla estaba fascinada porque los chicos asistían semanalmente al club de lectura como pareja y a ella le gustaba atribuirse el mérito de haberlos presentado.

Eventualmente, Fernanda también se unió a ellos, y todos formaron un gran vínculo como amantes de los libros. Todo era color de rosa hasta dos años después, cuando murió la madre de Helena.

La Sra. Carla y Samuel estaban allí para apoyar a la joven en medio de su pena. Acababa de cumplir 18 años y estaba experimentando la realidad más dura que un adulto podía vivir.

Trató de contener las lágrimas durante todo el velatorio y el funeral, pero cuando finalmente estuvieron solos, lloró sobre los hombros de su novio mientras la Sra. Carla les preparaba más chocolate caliente.

El resto del grupo también hizo lo mejor que pudo por Helena, e incluso recaudaron dinero para que pudiera pagar las deudas médicas que le dejó su madre.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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A la joven no le quedó casi nada, así que empezó a vivir con Samuel y se matriculó en una universidad pública. Cuatro años después obtuvo su título. Los miembros del club de lectura estaban allí para verla recibir su diploma, y esa noche, Samuel le propuso matrimonio.

***

Pasaron los meses y llegó el día de la boda. Helena respiró hondo y comprobó si su frente no estaba cubierta de sudor, arruinando su maquillaje. Por suerte, todo estaba bien.

No debería haber estado nerviosa. Samuel era el amor de su vida. Pero la verdad era que no pensaba que se casaría sin su madre o alguna familia. Nadie la acompañaría hacia el altar, o eso pensaba ella...

“Hola, cariño”, la voz de la Sra. Carla sonó detrás de ella.

“Sra. Carla, ¿por qué no está en su asiento? La ceremonia está a punto de comenzar”, dijo la novia, con los ojos muy abiertos.

“Estoy aquí para llevarte al altar”, respondió la mujer mayor, y Helena la miró fijamente durante unos segundos en completo estado de shock.

“¿De verdad?”, preguntó ella, apenas pronunciando las palabras, pues su garganta se sentía constreñida.

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“Sí, querida”, dijo la mujer mayor, sonriendo.

En ese momento, la marcha nupcial comenzó a resonar en la diminuta iglesia. La mujer mayor le ofreció su brazo a Helena y la joven lo tomó, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con arruinar su maquillaje.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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Comenzaron a caminar, sonriendo a los pocos amigos allí reunidos a cada paso que daban. Fue un momento hermoso, pero fue aún mejor cuando la Sra. Carla le dijo algo especial a la novia.

“Tú y yo nos conocimos cuando me acompañaste por la calle. Hoy, me siento honrada de acompañarte al altar. Me siento honrada de haber conocido a tu madre también. Era una mujer hermosa como tú; sé que está aquí con nosotros, acompañándote”.

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Helena no pudo contener la lágrima errante que se le escapó por el rabillo del ojo. Pero ella mantuvo la mayor parte de la calma cuando llegaron junto Samuel, y el momento agridulce se convirtió en felicidad.

Sabía que su madre estaba allí y que su familia elegida, la Sra. Carla y los miembros del club de lectura, también estaban allí. Lo tenía todo y no podía pedir más.

¿Qué podemos aprender de esta historia?

  • Un acto de bondad puede recompensarte de la mejor manera: Helena y su madre estaban solas en el mundo hasta que acompañó a una mujer mayor por la calle y formaron una familia.

  • Todo el mundo necesita una comunidad: Si no tienes amigos, únete a un club, toma una clase de arte o comienza a practicar un deporte. Nunca sabes con quién te vas a encontrar. Podría ser el amor de tu vida.

Comparte esta historia con tus amigos. Podría alegrarles el día e inspirarlos.

Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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