Novia da a luz en su boda y el novio tira el anillo tras ver la cara del bebé - Historia del día
Karl decidió casarse con Diana a pesar de la insistencia de su madre en que la mujer lo estaba utilizando. Sin embargo, se vio obligado a enfrentarse a la verdad cuando Diana, embarazada, entró en trabajo de parto durante la ceremonia de su boda.
“¿Qué te parece, mamá?”, dijo Karl después de mostrarle a su madre la pulsera de platino que había comprado. “¿Crees que le guste a Diana? Pensé en comprarle también un amuleto de perro, para conmemorar el momento en que nos conocimos”.
La madre de Karl arqueó las cejas. “Estarías mejor con un cayado de pastor”.
Karl frunció el ceño y soltó una risita confusa. “¿Por qué?”.
“La oí llamarte borrego cuando me visitaste el domingo. Sólo puedo suponer que se ve a sí misma como la pastora, arreándote hacia a algún malvado final”.
“No te creo”, dijo Karl, girándose para guardarse la pulsera en el bolsillo. “¿Cuándo vas a dejar de ser tan mala con Diana? Sólo porque no sea una mujer de familia rica no significa que me esté utilizando”.
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“Estoy de acuerdo. Te está usando porque es una cazafortunas”, dijo la madre de Karl, levantándose y mirando fijamente a su hijo. “Estás tan cegado por sus atributos físicos que te niegas a ver todas las alertas”.
“Ya he tenido suficiente de esto”, dijo el joven, levantándose y caminando hacia la puerta de la biblioteca de su madre.
“¿Qué más hace falta para que veas la verdad?”, le gritó su madre.
Karl la ignoró. Sabía lo que estaba pasando, y era patético. Él pensaba que su mamá estaba celosa de Diana porque era de espíritu libre, elegante y hermosa.
Ella pensaba que Diana buscaba su dinero porque eso era lo que a ella le habían enseñado a valorar toda su vida. Él pensaba que su madre no apreciaba los placeres sencillos ni el amor verdadero.
Karl se dirigió rápidamente a su ático. Todavía estaba furioso, pero su ira se desvaneció cuando encontró a Diana tumbada en el sofá. La suave luz proyectaba un resplandor cobrizo sobre su rostro, y sus ojos brillaron como diamantes cuando lo vio.
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“Cariño, tengo la mejor noticia”. Las largas piernas de Diana relampaguearon en el aire al levantarse. “¡Estoy embarazada!”.
A Karl se le cayeron las llaves del susto. “¿Qué? ¿Estás segura?”.
Diana asintió mientras se deslizaba hacia él.
“Vas a ser papá”.
“Pero...”, dijo Karl, confundido. Siempre se habían cuidado, pero sabía que ningún método anticonceptivo era infalible.
“¿No estás contento, cariño?”, preguntó Diana, inclinándose hacia él. “Sé que es una sorpresa, pero ¿no quieres tener un bebé conmigo?”.
Karl miró los grandes ojos marrones de su amada. “Por supuesto, cariño, sólo estoy sorprendido. No pensaba tener hijos todavía, y ni siquiera estamos casados”.
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Diana hizo un gesto seductor y le rodeó con los brazos. “Eso es fácil de arreglar, ¿no crees?”.
“¿Me estás proponiendo matrimonio?”.
“¿Por qué no?”, preguntó ella, encogiéndose de hombros. “¡Es un mundo moderno, y vamos a tener un bebé, Karl! Sé que eres el único hombre para mí. Será mejor que oficialicemos nuestra relación. A menos…”, dio un paso atrás, “que no sientas lo mismo. Me amas, ¿verdad, Karl?”.
“¡Te amo con todo mi corazón!”, dijo el hombre abrazándola.
Cuando Karl le dijo a su madre que se casaría con Diana, confiaba en que la obligaría a aceptar su relación. Pero ella se puso furiosa.
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“¡No te casarás con esa mujer!”, gritó.
“Sí lo haré, y no hay nada que puedas hacer para detenerme”, respondió Karl.
“¡Eso ya lo veremos!”, dijo la madre de Karl, roja de ira. Sus labios se fruncieron con amarga desaprobación.
“No tendrás ni un céntimo de mi dinero para esta farsa”.
“No necesito tu dinero”, dijo Karl. Luego salió furioso de la mansión de su madre y regresó a su casa. No podía creer que su madre estuviera dispuesta a llevar tan lejos su tonto y celoso rencor contra Diana.
Karl y su amada pasaron los días siguientes hablando sobre sus planes de boda. Él quería que todo estuviera perfecto para cuando su precioso bebé naciera.
Ese fin de semana viajaron a una finca que les gustaba a los dos, pues querían reservarla para el banquete, pero Karl se llevó una desagradable sorpresa cuando intentó pagar el depósito.
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Su madre le había cortado el acceso a sus cuentas bancarias. Entonces él la llamó, furioso.
“Te dije que no financiaría esta ridícula boda”, le dijo ella. “El dinero de esas cuentas viene de mí, y no permitiré que Diana las desangre”.
Karl colgó. Ahora estaba más decidido que nunca a casarse con Diana. Sólo había una cosa que hacer: Karl tenía que conseguir un trabajo.
Él nunca había necesitado trabajar, pero tenía una buena educación, así que pronto lo contrataron para un trabajo de oficina. A pesar de que le ocupaba gran parte de su tiempo libre, el trabajo duro era una novedad que él disfrutaba.
“Esto es la vida”, le dijo a Diana una noche. Tenía la mano en su vientre para sentir a su hijo moviéndose dentro de ella. “La satisfacción de trabajar duro para mantenerte a ti mismo y a tu familia. ¿Qué puede haber más significativo que eso?”.
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Diana le dirigió una mirada indulgente. “Me alegro de que lo estés disfrutando, cariño, pero deberías reconciliarte con tu madre”.
Karl negó con la cabeza.
“No hasta que se disculpe”.
A Karl le esperaba otra desagradable sorpresa. A finales de mes, recibió una notificación del casero. Su madre había cancelado el contrato de alquiler.
“Qué amargada puede ser una persona”, refunfuñó Karl mientras empaquetaba sus pertenencias.
Diana y él se mudaron juntos a un modesto apartamento. Karl ahorró todo el dinero posible y por fin tuvo suficiente para pagar la boda.
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Para entonces Diana estaba embarazada de siete meses, y su barriga lucía muy prominente cuando estaba caminando hacia el altar. Esto hizo que varios miembros de su familia cuchichearan en sus asientos. Karl se alegró de no haber invitado a su madre.
La boda prosiguió, pero antes de que el cura los proclamara marido y mujer, Diana se dobló de dolor.
“Creo que el bebé va a nacer”, dijo ella entre dientes. Una de las primas de Karl era una respetada doctora y se apresuró a ayudar. Karl se arrodilló junto a Diana para sostenerla, pero estaba más asustado que ella. El bebé se había adelantado y el novio temía que la ambulancia no llegara a tiempo.
Luego su prima alzó al bebé. Karl se acercó rápidamente, y el mundo se derrumbó a su alrededor cuando vio la cara del recién nacido.
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“Ese no es mi hijo”, dijo él, girándose hacia Diana.
“Me mentiste”.
Diana seguía agotada por el parto. “Sí es tu hijo”, afirmó.
Karl apretó la mandíbula y volvió a mirar al bebé de piel oscura en brazos de su prima. Tantas noches acurrucado junto al vientre hinchado de Diana y contándole cuentos a su hijo. Todas esas noches, todo el amor que había sentido por Diana y su hijo era mentira.
“Mi madre tenía razón sobre ti”, dijo Karl, poniéndose de pie. Luego tiró su anillo al suelo y salió de la iglesia llorando.
Había demasiados recuerdos dolorosos esperándole en el apartamento que él compartía con Diana, así que se alojó en un motel. Allí pasó los días siguientes sumido en su dolor.
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Un día lo llamó su madre. Karl no quería hablar con ella, pero la mujer mayor insistió, así que al final contestó.
“Si llamas para regodearte, no te molestes”, le dijo.
“Te llamo porque estoy preocupada por ti, Karl. Debes de tener el corazón destrozado y quiero que sepas que estoy aquí para lo que necesites. Puedes venir a casa”.
Entonces llamaron a la puerta. Karl se asomó por la ventana y contuvo la respiración al ver quién estaba afuera.
“Te llamo luego, mamá”, dijo, terminando la llamada. Luego abrió la puerta.
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“Tienes que escucharme, cariño”, dijo Diana, empujándolo hacia la habitación.
“Puedo explicártelo todo”.
Su corazón volvió a romperse al ver la desesperación en los ojos de la mujer y sus labios temblorosos. Todo su amor por ella seguía ahí, brillante como el fuego bajo su dolor.
“Mira”, dijo Diana, mostrándole fotos de varias personas de piel oscura. “Estos son mis antepasados: mi tatarabuela, mis tías y mis tíos de la familia de mi madre. Por eso nuestro bebé tiene la piel oscura. Es una rara mutación genética que se da en mi familia”.
Karl recordaba vagamente haber leído un artículo sobre algo así, y seguramente había todo tipo de condiciones genéticas tan raras que no eran de dominio público.
“Por favor, cariño, tienes que creerme”, dijo la mujer, poniendo sus manos en el pecho del hombre. “Te quiero a ti, y sólo a ti. Nunca te engañaría”.
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El aroma a vainilla del perfume de Diana llenó los sentidos de Karl. Parecía tan frágil y tenía lágrimas en los ojos. Quería creerle y le parecía justo darle una segunda oportunidad.
Después de todo, sabía que ella era una mujer dulce y digna de confianza, y había una manera de probar sus afirmaciones.
“Quiero una prueba de ADN”, dijo.
Los ojos de Diana se abrieron de par en par. “¿No me crees?”.
“Necesito pruebas, Diana. Tienes que entenderlo”.
Diana se apartó. “De acuerdo, si hace falta. Pero el bebé sigue en el hospital porque fue prematuro. No podemos hacer ninguna prueba hasta que los médicos digan que está bien”.
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Karl estuvo de acuerdo. Sabía que eso le daría tiempo suficiente para tener otra conversación decisiva. Él fue a la casa de su madre temprano al día siguiente y se lo contó todo.
“¡No puedes estar hablando en serio!”, dijo la madre del joven, impactada ante la revelación. “Obviamente está mintiendo, Karl”.
“Por eso voy a hacerme una prueba de ADN”.
La mujer mayor se levantó tan bruscamente que su silla se cayó. “¡Eres el mayor idiota que he conocido! ¿Cómo has llegado a ser tan idiota? ¿Te privaron tanto de amor al crecer que no puedes darte cuenta cuando alguien está usando tus afectos para manipularte?”.
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“¡Quizás sea así!”, dijo él.
Su madre respiró profundo e intentó sentarse de nuevo, pero la silla se cayó y acabó en el suelo. Karl fue a ayudarla a levantarse y se dio cuenta de que algo estaba mal. La mujer se agarró el pecho e hizo una mueca de dolor.
Él le gritó al personal que llamara a una ambulancia y los paramédicos la llevaron rápidamente al hospital. Los médicos le dijeron que había sufrido un infarto. Todo había sido culpa suya. Karl se dirigió hacia la salida. Deseaba que, para variar, todo le saliera bien.
El hombre supo entonces lo que tenía que hacer. La vida era demasiado corta para desperdiciar cualquier momento de felicidad, así que llamó a Diana y le contó lo sucedido.
Ella se mostró muy comprensiva e incluso se ofreció a cuidar la casa de su madre hasta que se recuperara. Karl aceptó, pues pensó que era una excelente manera de que su madre viera la bondad y honestidad de Diana y se diera cuenta de que la había juzgado mal.
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Karl se quedó en el hospital hasta la madrugada, cuando el médico le dijo que su madre estaba estable. Luego se apresuró a casa de su madre para darle la buena noticia a Diana.
Aún estaba oscuro, así que entró y subió las escaleras sigilosamente para no asustarla. Cuando se acercaba a los dormitorios, oyó algo que lo congeló en su sitio.
“Estás mintiendo, Diana, igual que me mentiste sobre el uso de anticonceptivos. Por muy tonto que sea ese niño rico, no lo engañarás con una prueba de ADN falsa”.
“¿Qué más quieres que haga, Derek?”, contestó ella. “Para empezar, fue idea tuya que sedujera a este borrego, y no es como si pudiera hacerme una prueba de ADN de verdad”.
“En el momento en que descubra que no es el padre del bebé, la dulce vida que nos estamos dando a su costa llegará a su fin”.
Karl se apoyó en la pared, estupefacto. Recordó a su madre diciéndole que había oído por casualidad a Diana llamarle borrego y que él se había negado a creerle.
“Mira a tu alrededor, cariño. Esa casa está llena de cosas caras. Cargaremos mi furgoneta y nos iremos con nuestro hijo. Estos ricachones nos financiarán un poco más”.
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Diana se rio. Karl no podía creer lo que acababa de oír, pero sabía que tenía que actuar. Se escabulló escaleras abajo, cerró todas las puertas y llamó a la policía.
La policía arrestó a Diana y a Derek. Resultó que no era la primera vez que la pareja llevaba a cabo esta estafa, y los buscaban en otros dos estados.
Karl no podía creer que hubiera sido tan tonto por haberse cegado ante una chica guapa. Le pidió perdón a su madre cuando se recuperó lo suficiente para recibir visitas.
“Tuviste razón todo el tiempo”, dijo él. “Debería haberte creído”.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- No dejes que las emociones nublen tu lógica: Karl quería tanto a Diana que estaba dispuesto a darle otra oportunidad, aunque era evidente que lo estaba manipulando.
- Confía en el juicio de tu familia: Si Karl les hubiera dado más importancia a las advertencias de su madre, se habría dado cuenta antes de que Diana sólo lo estaba utilizando.
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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.