Hija de un rico se burla de la camarera del hotel, al día siguiente se convierte en su compañera de trabajo - Historia del día
Cuando Meredith insultó a una valiosa empleada del lujoso hotel de su padre por un pequeño contratiempo, pensó que él tomaría medidas estrictas. Y así fue, pero solo para enseñar a su hija una lección de humildad y respeto.
La noche era joven y Meredith estaba emocionada por cumplir 23 años.
Sentada con su vestido brillante y sus tacones en el acogedor sofá, con una diadema y una copa medio vacía en la mano, Meredith se sentía lejos de sí misma.
Era una sensación nueva, casi como si le faltara algo. Pero, ¿qué podría faltar en esta noche perfecta? ¿O en mi vida perfectamente abundante?, se preguntó Meredith mientras miraba lentamente alrededor de la lujosa suite de dos dormitorios, donde un puñado de sus amigas bailaban y se reían de las bromas tontas de las demás.
"Sea lo que sea lo que estás pensando ahí sentada, ¡es una pérdida de tiempo! Ven aquí y muéstranos tus movimientos, Mere-D".
Aquella familiar llamada juguetona de una de sus amigas bastó para que Meredith olvidara el agujero que acababa de sentir. Se puso en pie y, sin esfuerzo, volvió a ser el alma de la fiesta.
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"¡Limpieza!". El grupo oyó una voz desde fuera de la puerta de la suite.
Todos vitorearon cuando una asistenta de mediana edad trajo una bandeja de servicio, ¡y en ella estaba la tarta más bonita que nadie en la habitación había visto jamás! Las velas ya estaban colocadas y encendidas, y los amigos la miraban a través de las cámaras de sus teléfonos, listos para capturar el momento.
"¡Feliz cumpleaños, señora!", susurró la doncella con una suave sonrisa y se dio la vuelta para marcharse. "Ah, casi se me olvida. Aquí tiene el cuchillo".
Diciendo esto, la empleada le entregó el cuchillo a Meredith, pero en un segundo de retraso en tomarlo, el cuchillo dejó la mano de la mujer y cayó sobre la tarta.
Todos los trabajos son dignos y merecen respeto
"¡Mira lo que has hecho!", le gritó Meredith, señalando la porción de la preciosa tarta que ahora estaba aplastada bajo el cuchillo.
"¡Lo siento mucho, señora!". La empleada parecía genuinamente arrepentida, pero esa sonrisa de hospitalidad en su rostro permanecía inalterable.
"Oh, lo siente, ¿verdad? ¿Sabes cuánto ha costado la tarta, mujer?", se burló uno de los amigos.
"¡No podrías permitírtela ni en tus sueños más salvajes!", le espetó Meredith y sus amigas se rieron burlonamente.
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"Ooh, ni siquiera sé si debería compartir este desastre en las redes sociales", comentó Lizzie, la mejor amiga de Meredith, a tiempo que fruncía el ceño.
La empleada pareció mantener la calma mientras levantaba hábilmente el cuchillo de la tarta, lo limpiaba y lo utilizaba para alisar el glaseado desigual arruinado.
"¿Así está mejor, señora?", preguntó, sonriendo a la cumpleañera, complacida por la tarta que parecía casi impecable.
Fue la sonrisa de la criada lo que Meredith no pudo soportar. "¿Crees que así está bien? No lo está. Has estropeado la tarta, has interrumpido mis celebraciones con tu descuido, ¡y mira qué hora es! ¡Es más de medianoche! No está bien, así que borra esa estúpida sonrisa de tu cara y lárgate".
Mientras la asistenta de limpieza bajaba la cabeza y se marchaba, Lizzie le preguntó a Meredith: "¿Vas a dejar que se vaya sin más? ¿Sin consecuencias?".
Meredith sonrió porque sabía que iba a asegurarse de que la torpe mujer perdiera su trabajo. Ser la única hija del dueño del hotel le daba ese poder. O eso creía ella.
"¿Qué quieres decir con que no fue culpa suya?". Meredith se enfrentaba a su padre durante el desayuno a la mañana siguiente. La empleada había sido convocada y no levantó los ojos ni la voz durante toda la discusión padre-hija.
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"¡Papá, ya te lo he dicho, fue ella la que tiró el cuchillo y estropeó la tarta! ¿Así es como trata a los demás invitados? ¿Cómo puede no haber consecuencias...?".
"Oh, no, hija. No me malinterpretes. Habrá consecuencias. Solo que no las que esperas".
"¡Señora Méndez, no va a realizar todas sus tareas habituales durante todo un mes a partir de ahora!".
Meredith había esperado que su padre despidiera a la criada, pero también le gustó cómo sonaba este castigo.
"Solo realizarás la mitad de tus tareas. El resto lo hará su nueva compañera de trabajo".
La señora Méndez parecía tan desconcertada como Meredith. ¿Una nueva compañera?
"Meredith, esa eres tú. Trabajarás junto a la señora Méndez durante los próximos 30 días, compartiendo la mitad de sus responsabilidades. Trabajarás un turno completo de ocho horas y me informarás todas las noches".
Meredith quería creer que su padre estaba bromeando, pero el tono de su voz nunca había sido tan autoritario y frustrado.
"Papá, no lo entiendo. Deberías despedir a esta mujer. ¿Por qué...?".
"No me dirás cómo hacer mi trabajo, ¿entiendes? Estoy harto de la clase de persona en la que te estás convirtiendo, Mer. Crees que la vida es una alfombra roja puesta para que camines sobre ella. Estoy harto de tus ataques de ira por cosas superficiales. Esta vez, realmente has cruzado tus límites, burlándote de uno de los miembros más antiguos y respetados de mi personal. ¿Y por qué? ¿Por una tonta tarta de cumpleaños?".
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Meredith estaba roja de vergüenza y humillación; además, había despertado el raro lado furioso de su padre empresario y eso la desconcertaba.
"Ahora, te disculparás con la señora Méndez. Y la acompañarás al almacén para que te dé un uniforme. Tu trabajo empieza ahora. Y devuélveme esa tarjeta de crédito que tan orgullosamente usas y ponte a trabajar. No se tolerará ninguna holgazanería. ¿Queda claro?".
Meredith se disculpó de mala gana ante la señora Méndez, entregó la tarjeta de crédito a su padre y murmuró un "sí" en voz baja.
"¿Te quedó claro?". El hombre se inclinó hacia delante y preguntó en voz más alta.
En ese momento, la señora Méndez miró la cara de Meredith y se dio cuenta de que estaba a punto de echarse a llorar.
"No pasa nada, señor. Yo me encargo a partir de ahora", respondió suavemente la señora Méndez a su jefe mientras agarraba la mano de Meredith y la ayudaba a escapar de la peor mañana de su vida.
Meredith se sentía fea con el uniforme gris y blanco de asistenta. Durante los primeros días, ni siquiera pudo soportar tocar la mayoría de las superficies y suministros. Se quedó allí de pie, tiesa de rabia y con un sentimiento de traición, mientras la señora Méndez seguía con su trabajo.
"¡Rápido, señora! Sujete este cepillo y empiece a fregar el suelo. Su padre está a punto de entrar en esta habitación para verla", le advirtió un día la empleada. Por miedo, Meredith tomó el cepillo y empezó a fregar la alfombra como si su vida dependiera de ello.
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El estricto padre pasó despreocupadamente por la habitación, deteniéndose solo un momento para mirar a su hija.
"¡Uf, ha estado cerca!", dijo Meredith, cerrando los ojos. Fue entonces cuando se dio cuenta de que había estado fregando la alfombra con el lado equivocado del cepillo. Miró a la señora Méndez, que simplemente intentaba ser amable al no señalar el tonto error.
Las dos mujeres miraron el cepillo, luego se miraron la una a la otra y, un segundo después, estallaron en carcajadas. Aquel cómico error rompió el hielo entre la hija de un multimillonario y la madre soltera que trabajaba de asistenta.
Poco a poco, trabajar con la señora Méndez empezó a parecerse cada vez menos a un castigo. Cuanto más conocía la conmovedora historia de la empleada, más cerca se sentía de ella.
"Mi hijo Gabriel lo es todo para mí. Desde que su padre nos dejó por otra mujer, solo tengo un objetivo por el que vivir: criar a mi hijo para que sea un buen ser humano".
"Debe de ser duro... sin suficiente dinero, ¿verdad?", preguntó Meredith con genuina preocupación en su voz.
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"No es fácil para nadie, ni para los ricos, ni para los pobres. Se trata de cuánta alegría sientes con lo que tienes. Y puede que Gabriel y yo no tengamos casa propia ni mucha ropa que nos quede bien, ¡pero tenemos montones de alegría entre los dos!".
El resto del mes pasó volando, y Meredith había aprendido algo más que a hacer la cama, atender a los invitados o limpiar el lavabo del baño. Había aprendido humildad. Se había hecho amiga de una mujer sabia, trabajadora e inspiradora. También se había hecho amiga de Gabriel, que la quería como a una hermana. Y más que nada, sabía ahora que ningún trabajo merece menos respeto que otro.
El último día de trabajo de Meredith coincidió con una gran gala en el hotel. Las lámparas de araña brillaban más que de costumbre, los invitados lucían vestidos y trajes caros y en el aire se respiraba un rico aroma a perfumes y especias exóticas.
El padre de Meredith estaba encantado con ella. Incluso le había permitido asistir como invitada, llevar su ropa y sus perlas favoritas y hacer nuevos amigos.
Pero Meredith sabía que aquella noche la necesitaban más como miembro del personal, sobre todo porque la señora Méndez no se encontraba muy bien.
De hecho, la empleada estaba a punto de salir del salón de baile para tomar un poco de aire fresco cuando chocó con otro de los camareros. Una pila de platos cayó estrepitosamente, ensuciando el suelo.
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Esta vez, fue el padre de Meredith quien se enfadó con la señora Méndez.
"Señora Mendez, sé que no se siente bien. ¿Pero no le dije que se sentara en un rincón? ¿Por qué estaba haciendo cabriolas? Esto no es lo que esperaba...".
"Papá, fui yo. Lo siento mucho", se apresuró a decir Meredith. Se dio cuenta de que los amigos de su padre estaban mirando a la señora Méndez y no iba a dejar que la mujer se sintiera avergonzada o insultada.
"Le pedí a la señora Méndez que se quedara con nosotros porque pensé que se aburriría esperando en un rincón. No debería haberlo hecho. Lo siento".
El padre de Meredith estaba maravillado con esta nueva versión de su querida hija. Sintió que el orgullo le subía al pecho al ver cómo se había transformado.
Después de la exitosa gala, el feliz hotelero volvió a llamar a las dos mujeres.
"¡Meredith, estoy tan orgulloso de ti! Siento haber sido demasiado duro contigo. La verdad es que yo también tengo la culpa de cómo te comportaste hace un mes. Debería haber estado cerca para enseñarte no solo a valorar el dinero, sino también la bondad y la humanidad".
"Está bien, papá. Sé que siempre haces lo mejor por mí". Meredith abrazó a su padre.
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"Toma, quiero devolverte esto, cariño. Por hacerlo tan bien". El padre de Meredith sacó la misma tarjeta de crédito que le había quitado hacía un mes.
Pero Meredith sonrió y dijo: "No, papá. Ya tengo más que suficiente. Si no te importa, ¿puedo acompalarte en el trabajo en lugar de aceptar la tarjeta? Me encantaría aprender más sobre cómo se gestiona este hermoso lugar...".
Conmovida por lo mucho que había cambiado la chica en el último mes, una señora Méndez con los ojos llorosos tomó la mano de Meredith y la apretó con alegría.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Todos los trabajos son dignos y merecen respeto. Aunque Meredith lo aprendió por las malas, al final comprendió que ningún trabajo debe ser menospreciado y que todos deben ser respetados.
- La mejor manera de aprender algo puede ser vivirlo. Puede que el padre de Meredith pareciera duro, pero su idea de que su hija experimentara las dificultades y responsabilidades de ser empleada era bienintencionada y, en última instancia, productiva.
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