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Un puesto de flores | Foto: Shutterstock
Un puesto de flores | Foto: Shutterstock

Mujer ve que señor de 89 años compra rosas rojas en su tienda cada día y decide seguirlo - Historia del día

Georgimar Coronil
17 mar 2022
12:50

Una florista curiosa se da cuenta de que un hombre de 89 años ha estado comprando rosas rojas todos los días. Decide seguirlo para descubrir su secreto y aprende una valiosa lección de amor.

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Sara Méndez sentía que tenía el trabajo más romántico del mundo. Por desgracia, su novio Juan no era nada romántico. No había rosas rojas para Sara, ni cajas de chocolate, ni luz de velas, ni música.

Sara suspiró mientras arreglaba cuidadosamente un ramo de tulipanes en su floristería y luego se animó porque su cliente favorito iba a entrar en la tienda. El elegante hombre de más de 80 años era cortés, encantador y siempre compraba una rosa roja.

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos | Foto: Pexels

"¡Sr. Carrasco!", exclamó Sara. "¡Está tan elegante como siempre! ¿Qué va a querer hoy?".

El Sr. Carrasco sonrió y besó la mano de Sara. "Querida, ¿cómo podría pasar el día sin ver tu preciosa cara? Y por supuesto, necesito una rosa roja, roja, para el amor".

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Sara se rio y se dirigió a donde guardaba las rosas rojas de tallo largo y seleccionó cuidadosamente la más perfecta de todas. Luego, la rodeó con helecho de encaje, papel de seda y una ancha cinta de raso rojo.

Llevó la hermosa flor al Sr. Carrasco y este sonrió con placer. "¡Tan perfecta, querida!", expresó. "¡Como siempre!".

El Sr. Carrasco metió la mano en el bolsillo y sacó su cartera. La abrió y frunció el ceño. "¡Oh, no!", dijo. "Pensé... ¡No tengo dinero!". El anciano parecía avergonzado.

"Perdóname", dijo. "Te he puesto a trabajar y no puedo pagar mi rosa".

"Está bien, señor Carrasco", dijo Sara con suavidad. "Puede pagar la rosa mañana".

"¿Estás segura?", preguntó el señor Carrasco. "No quiero aprovecharme de tu amabilidad".

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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"En absoluto", respondió ella. "No tengo ningún problema. Es usted uno de mis mejores clientes... y el más encantador".

"Gracias, querida", dijo el Sr. Carrasco, con lágrimas en los ojos. "No tienes idea de lo que esto significa para mí". Sara vio como el Sr. Carrasco se alejaba felizmente con su única rosa perfecta.

"Me pregunto: ¿a dónde irá todos los días con esa única rosa roja? Tal vez tenga una novia", pensó Sarah. Sonrió para sí misma y en un impulso cerró rápidamente la tienda y siguió a su cliente.

Aunque el Sr. Carrasco le llevaba bastante ventaja a Sara, cojeaba mucho y eso le permitió alcanzarlo rápidamente. Ella se mantuvo alejada para no ser vista.

Mientras caminaba, el hombre saludaba a la gente a lo largo del camino. Sara podía ver que era tan popular entre los dueños de las tiendas de esta calle como lo era con ella.

Entonces, el anciano dobló en una esquina y la mujer vio hacia dónde se dirigía: Era el cementerio. Lo siguió hasta el camposanto y lo vio detenerse ante una tumba.

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El Sr. Carrasco permaneció un largo rato ante la misma cabizbajo. Luego, se inclinó y pareció arreglar algo. Finalmente, se arrodilló y depositó aquella única rosa roja.

Los hombros doblados del anciano se agitaban y Sara se dio cuenta de que estaba llorando. Un sonido de angustia escapó de sus labios y el señor Carrasco se dio la vuelta. Rápidamente, se quitó las lágrimas de los ojos.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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"Señorita Méndez", dijo. Su voz no era tan amistosa como de costumbre. "¿Qué la trae por aquí?".

"Oh, señor Carrasco", respondió Sara, sonrojada por la vergüenza de haber sido descubierta espiando a su cliente. "Lo siento mucho... tenía mucha curiosidad. Verá, soy una romántica y me preguntaba a quién le daba usted esa rosa cada día".

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El hombre se puso de pie y le hizo un gesto a Sara para que se acercara. "Ven entonces", dijo. "Ven a conocer a mi novia".

Sara se acercó y vio que la tumba estaba cubierta de docenas de rosas, algunas descoloridas, otras más frescas, y encima, la gloriosa rosa roja que había envuelto apenas una hora antes.

La lápida era de mármol y tenía el retrato en blanco y negro de una dama encantadora con un peinado de los años sesenta. En la tumba se leía: Diana Martínez-Carrasco, amada esposa y madre, siempre y para siempre tuya.

La fecha de la muerte de Diana era de seis meses atrás. "¿Su esposa?", preguntó Sara. "Lo siento mucho, Sr. Carrasco, no tenía ni idea".

"Ya sabes", dijo con tristeza. "Siempre pensé que yo moriría primero, tengo 89 años, y ella solamente tenía 84... Estuvimos casados durante sesenta años".

"¡Sesenta años!", exclamó Sara. "Eso es increíble".

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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"Déjeme decirle algo, no ha pasado un solo día en que no le lleve a mi Diana una rosa roja", respondió Carrasco. "Y seguiré haciéndolo hasta el día de mi muerte".

"Usted la amaba. Ojalá..." Sara se sonrojó. "¡Desearía ser amada así! ¿Cómo se conocieron usted y Diana?".

El Sr. Carrasco sonrió. "Bueno, querida, en 1962, yo era comandante del ejército y estaba sirviendo en la guerra. Me hirieron y me trasladaron de regreso al país, al Hospital Militar.

"Esperaban que los especialistas pudieran curarme. Verás, tenía lesiones en la columna vertebral, pero los médicos me dijeron que había una posibilidad de curarme. Había algunas cirugías nuevas y revolucionarias”.

"De todos modos, había una joven enfermera asignada a mi sala, una chica preciosa, y el verla me hizo sonreír. Me enamoré, perdidamente, y de alguna manera ella también me amó".

Sara sonrió. "¡Eso me parece muy fácil de creer! Es usted un hombre encantador y adorable".

"¡Me halagas, querida! “Sí, Diana me amaba y le pedí que se casara conmigo, aun sabiendo que me esperaban muchos meses de nuevas cirugías y dolorosa fisioterapia”, comentó.

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"¡Le pedí que se casara conmigo y me dijo que sí! Me alegré mucho, pero llegué en un momento muy inoportuno, porque esa tarde vino a verme el cirujano jefe. Me reveló que la primera operación no había ido tan bien como esperaba”.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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"Me dijo: 'Carrasco, no me gusta engañar a mis pacientes. Un hombre necesita saber con qué puede contar. Así que... Su primera cirugía no fue tan exitosa como hubiera deseado. Mi pronóstico es que la posibilidad de que vuelvas a caminar -aunque no imposible- es remota. Te doy un 5% de posibilidades". “Lo escuché y mi alegría se convirtió en cenizas”.

"Me di cuenta de que todos mis planes de futuro se habían construido sobre una fantasía. Nunca volvería a caminar, nunca sería un verdadero marido o padre de hijos. Sería un lisiado y una carga para la mujer que amaba".

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"¡Debió estar destrozado!", dijo Sara.

El Sr. Carrasco asintió. "Esa noche no dormí. No dejaba de pensar en Diana, en mi futuro que ahora parecía extenderse ante mí como un camino oscuro y solitario hacia ninguna parte".

"A la mañana siguiente, cuando Diana llegó, pudo ver de inmediato que algo andaba mal. Incluso entonces pudo leerme como un libro. Le dije que me había dejado llevar por la emoción, que la propuesta era un error”.

"Me miró y me dijo: ‘No, el error es lo que estás haciendo ahora. ¿Qué está pasando?’. No se dio por vencida hasta que le conté todo”.

"Le revelé lo que me había dicho el cirujano: que mis posibilidades de recuperarme totalmente, de volver a caminar, eran prácticamente nulas. Ella me dijo: '¿Y por qué nos afectaría eso?’. La miré fijamente”.

"No podía creerlo. Le expliqué: Seré un lisiado, una carga para ti. No podré ser tu marido más que de nombre. Nunca tendrás hijos conmigo. Te pasarás la vida cambiando mis pañales”.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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Pero Diana no quiso escuchar: “¿Qué me importa todo eso? No me voy a casar contigo por tu cuerpo, ni para tener hijos. Te quiero, eres mi alma gemela. Si me alejo de ti me arrepentiré el resto de mi vida”.

El Sr. Carrasco sonrió: "Diana era una joven bastante testaruda y yo estaba a punto de aprender lo testaruda y decidida que podía ser”.

Ella dijo: "En cuanto al cirujano, no lo sabe todo. Te diré que el 5% me parece una buena probabilidad. ¡Tienes menos posibilidades jugando a la ruleta en Las Vegas!”.

"Acepto esas probabilidades. Estoy apostando por ti. Y además, el cirujano no sabe una cosa: He visto que el amor hace milagros, y tenemos todo el tiempo del mundo, toda una vida”, agregó.

"Y así nos unimos en matrimonio. El pastor nos casó la noche antes de mi segunda operación y no creo haber visto nunca una imagen más hermosa que la de mi Diana con su vestido blanco y su ramo de rosas rojas”.

"Me susurró: 'Soy tuya, siempre y para siempre', y esas fueron las palabras a las que me aferré durante todo el terrible calvario de mi recuperación. Tardé dos años, pero finalmente salí por mi propio pie”.

"Cojeaba, pero caminaba; nunca volvería a correr, pero podía amar a Diana, podía ser el padre de los hijos que ella tanto anhelaba. Estuvimos juntos durante sesenta maravillosos años, y entonces Dios se la llevó".

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Sara tenía lágrimas en los ojos. "Lo siento mucho, Sr. Carrasco. Qué historia tan hermosa".

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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"Sí", dijo el anciano. "Pero aún no está terminada. Mientras recuerdo a Diana, mientras le traigo las rosas rojas que ama, nuestra historia de amor continúa".

En ese momento sonó el teléfono de Sara. "¡Oh!", exclamó, "¡Es mi novio!". Dudó, luego se apresuró a contestar y toco el botón del altavoz por accidente.

"¿Dónde diablos estás Sara? ¡Estoy aquí en la puerta de la tienda como una idiota! Si no estás aquí en diez minutos, me voy". La voz de Juan rompió la calma del cementerio.

"¡Estaré allí!", dijo Sara y Juan colgó bruscamente sin siquiera despedirse.

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El Sr. Carrasco miraba a Sara con tristeza. "¡Oh, querida!", dijo, "¡Te mereces mucho más! Si este hombre te amara, te esperaría sin importar el tiempo que le llevara. Dedicaría su vida a ti, cada momento de ella".

"Tiene razón", dijo Sara. "Me merezco algo mejor. Me merezco que me quieran como usted quiso a Diana, y ella lo quiso a usted. Le diré una cosa. Ya que no me apresuraré a volver a la tienda, ¿qué tal si tomamos un café?".

Desde entonces, el Sr. Carrasco y Sara se convirtieron en los mejores amigos y ella siempre tenía las rosas más bonitas para él y Diana. Y cuando Sara finalmente conoció al hombre adecuado, el Sr. Carrasco la acompañó al altar y la entregó.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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¿Qué podemos aprender de esta historia?

  • El verdadero amor prevalece: Diana se negó a rendirse y su amor ayudó a Carrasco a recuperarse.
  • Todos merecemos ser apreciados y amados: Sara se dio cuenta de que su novio no la trataba como lo había hecho el Sr. Carrasco con Diana.

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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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