Anciano paga la educación de su único amigo a sabiendas de que no tiene dinero: luego se encuentra con él en yate de lujo - Historia del día
Un anciano solitario se hace amigo de un joven brillante y muy pobre de su barrio. Más tarde decide ayudarlo a lograr su sueño, y su amabilidad no se olvida.
Albert estaba cansado de la vida. “¿Por qué no me muero?”, le preguntó a Dios. “¿Qué estoy haciendo aquí, desperdiciando oxígeno? Mi esposa está muerta, mis amigos están muertos. ¡Déjame ir!”.
Pero una voz tranquila habló en el corazón de Albert: “Todavía tienes trabajo que hacer, y muchos buenos momentos para disfrutar”. Sabía que no iba a descansar pronto.
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El hombre negó con la cabeza. “¿Por qué siquiera hablo contigo?”, se quejó. “¡Nunca me dices lo que quiero escuchar!”.
La voz en la cabeza de Albert sonaba divertida. “¡Porque eres tan cascarrabias que nadie más te escuchará!”.
Albert refunfuñó, pero supuso que la voz tenía razón. Estaba triste, enojado y solo, y tendía a alejar a la gente, incluso sin querer.
Decidió ir a sentarse en su porche y trabajar en algunos nudos. Albert había sido sargento de la Marina y, a veces, para divertirse, hacía los diferentes nudos y los enmarcaba.
Estaba atando un nudo complejo cuando se dio cuenta de que tenía compañía. Había un niño colgado en su cerca, observándolo. “¿Qué quieres?”, preguntó con su voz áspera.
“Hola, señor”, dijo el niño. “¿Qué estás haciendo? ¡Parece bueno interesante!”.
“Bien interesante”, lo corrigió Albert. “Si quieres hablar conmigo, hazlo correctamente”.
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“Sí, señor”, dijo el niño. “¿Qué estás haciendo?”.
“Estoy haciendo nudos”, dijo Albert. “Antes, en los barcos de vela, estos nudos eran todo lo que se interponía ante un marinero y una muerte segura”.
La boca del niño se abrió y sus ojos se agrandaron como platos mientras escuchaba las historias de Albert sobre el mar y los grandes barcos y todo tipo de aventuras.
A partir de ese día, el niño, Robert, estaba allí para escuchar las historias del hombre todos los días después de la escuela. Albert notó que el niño estaba demasiado flaco, así que comenzó a hacerle sándwiches.
Se enteró de que el niño tenía siete hermanos y que la familia estaba pasando apuros. “Mi hermano Fred trabaja en el aserradero”, dijo Robert. “Supongo que tan pronto como cumpla dieciocho estaré trabajando allí también”.
“¿Y qué hay de la universidad?”, preguntó Albert. “Eres un niño inteligente, podrías llegar lejos”.
Robert se encogió de hombros. “Nadie en mi familia ha ido nunca a la universidad. Mi mamá dice que no sirve de nada soñar con lo que no puedes tener”, dijo.
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“¿Y tú qué quieres, Robert?”, preguntó Albert en voz baja. “Los sueños imposibles cambian el mundo, ¡recuérdalo!”.
“Quiero ser abogado”, confesó Robert. “Pero…”.
“Veremos qué nos depara el futuro”, dijo Albert. “¡Solo estudia y asegúrate de que cuando llegue tu oportunidad, estés listo!”.
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Los años pasaron. Robert creció y Albert siguió´envejeciendo, y se convirtieron en los mejores amigos.
“Este es tu último año, ¿verdad, Robert?”, preguntó Albert.
Robert asintió y dijo: “Sí, el año que viene empiezo en el aserradero. Mi papá ya habló con el jefe”.
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“¿Qué pasa con la universidad?”, preguntó Albert, muy molesto. “¡Siempre has querido ir a la universidad!”.
“Ese era nuestro pequeño sueño, Albert”, dijo Robert con tristeza. “Pero no hay dinero para la universidad”.
“¡Claro que hay!”, dijo Albert. Se levantó, fue a su escritorio y sacó su chequera. Escribió un cheque y se lo dio a Robert. “Eso es para la matrícula del primer año, más los gastos de manutención”.
“¡No puedo tomar tu dinero, Albert!”, protestó Robert.
“Robert, tengo 79 años”, dijo el anciano. “No pago el alquiler y no como mucho. Mi esposa y yo nunca tuvimos hijos, así que el dinero se ha ido acumulando. Quiero que lo tengas. Por favor, déjame sentir que he ayudado a alguien a tener una vida mejor”.
Robert tomó el dinero ese año, y los próximos años hasta la graduación. Una vez que aprobó el examen de la barra, comenzó a trabajar muy duro.
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El día que Albert cumplió 89 años, apareció Robert. “¡Vamos, viejo!”, le dijo. “¡Vamos a dar una vuelta!”.
Robert llevó a Albert al puerto deportivo y los dos hombres dieron un paseo.
“¿Qué piensas de este?”, preguntó Robert, señalando un elegante yate de lujo a su viejo amigo.
“Impresionante”, dijo Albert. “¡Se ve limpio como un alfiler y también debería manejarse bien en aguas bravas!”.
“¿Por qué no lo sacamos?”, preguntó Robert, sonriendo.
Albert exclamó. “¿Es tuyo? ¿En serio?”.
Robert abrazó a su viejo amigo. “Así es, Albert, es parte del sueño imposible que me dijiste que alcanzaría, ¡pero no tendría nada de eso si no fuera por ti!”.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Si ayudamos a alguien a tener una vida mejor, hemos hecho algo que vale la pena: Albert estaba encantado de ayudar a Robert a convertirse en abogado y hacer realidad sus sueños.
- No te rindas porque tus sueños parezcan imposibles: Es cuando alcanzamos lo imposible que cambiamos el mundo para mejor.
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