Cómo asesiné a mi madre
Recordar la infancia es uno de los momentos más alegres que puedan tener las personas. Pero no para esta mujer.
Sus padres se divorciaron cuando solo tenía 4 años. Y su madre, al ver que su hija tenía los mismos ojos azules de su padre, decidió dejarla con él para no recordarlo más.
Sin embargo, su padre tampoco le ponía mucha atención a su hija, la encerraba en la habitación para salir con mujeres y rara vez le daba de comer, así lo informó el portal Ozy.
Sus abuelos, al ver que su hijo le gritaba y golpeaba brutalmente a la niña cuando ella salía sigilosamente de su habitación por comida o para escaparse de la casa, decidieron amenazarlo con denunciarlo a la policía si no mandaba a su hija de regreso con su madre.
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Parecía que todo iba a mejorar, pero al llegar la niña donde su madre, notó que ella ya tenía una nueva vida. Se había vuelto a casar y acababa de tener un hijo; que sería su medio hermano menor.
Pasado un año, la mujer siempre le recordaba que odiaba a su padre y a ella también; por tener esos ojos azules que le recordaban a él.
La mujer le daba constantes golpizas a su hija, y cada vez empeoraban más, provocándole más dolor.
"Lo que comenzó como una cachetada ocasional por lo que creía que era un error o por cruzar una línea, se convirtió en golpizas regulares"
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“Cada vez que mi madre me contaba algo se enfurecía conmigo, no sé por qué, pero cuando ella veía mis ojos le recordaba a él, y esto nunca terminaba bien. Ya que por lo general, siempre pagaba los platos rotos yo”, afirma la mujer maltratada.
Al final la niña se acostumbró a que su madre le dejará los labios rotos, la cara arañada, el cuello, la nariz ensangrentada y el cuerpo magullado, y la obligaba a pasar el resto del día en su habitación.
Denuncié a mi madre a los servicios sociales. Cuando se enteró, me explicó con calma y fríamente que si hacía o decía algo que me quitara a mi hermano, ella me mataría. No hace falta decir que la creí de todo corazón. En casa nos preparamos para que la trabajadora social viniera a la casa.
Después de que limpiaron la casa, quitaron todas las latas de licor y cerveza, y se deshicieron de las drogas que estaban allí, se presentó la trabajadora social. Yo tenía alrededor de 9 años, y todos procedimos a mentir.
A la edad de 12 años, me había resignado a que esta era mi existencia miserable y simplemente viví para ayudar a cuidar a mi hermano. Me hicieron un lavado de cerebro para pensar que yo no era nada y lo único que importaba era el cuidado de mi hermano menor.
Sin embargo, cuando tenía alrededor de 14 años, vi que este mismo abuso comenzaba a afectar a mi hermano. Esto era algo que él solo había tenido que presenciar cuando se trataba de mí, pero me di cuenta de que no se salvaría a la larga.
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Pasó más tiempo y la idea de que mi propia vida carecía de significado se convirtió en un sentimiento que me movió a tratar de mantener a mi hermano fuera de mi propio destino.
Por insensato que suene esto ahora, nunca creí que podía matar a mi madre. Pensé que podía lastimarla y obligarla a matarme, pero la realidad de su muerte no estuvo en mi cabeza. Incluso después de que apreté el gatillo y me retiré a mi habitación, me quedé allí sentada esperando que ella viniera a matarme.
Desperté a mi hermano, le conté lo que sucedió y después de un breve grito, intentamos averiguar qué hacer. Ocultamos el cuerpo e inventamos una historia de que se había escapado con algunos amigos, lo que era común.
Mi padrastro finalmente encontró su cuerpo y llamaron a la policía. Fui acusada inmediatamente como adulta y asignada un defensor público. Después de una gran cantidad de cortes, reporteros y una celda durante cinco meses, fui condenada ahora como menor de edad y despachada silenciosamente a detención juvenil.