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Niño jugando con un tren | Foto: Getty Images
Niño jugando con un tren | Foto: Getty Images

José recibió un tren de juguete por Navidad cuando tenía 6 años: a los 71 se enteró de que podía hacerlo rico - Historia del pasado

Vanessa Guzmán
12 ene 2023
06:40

Cuando José, de 6 años, recibió el tan esperado tren de juguete de sus sueños para Navidad, sabía poco de su verdadero valor. Décadas más tarde, a los 71 años, quedó atónito cuando salió a la luz el secreto del tren de juguete.

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Había algo en el libro de cuentos del pequeño José. Lo abrazaba para dormir en lugar de su viejo osito de peluche, lo sostenía cerca de su corazón mientras comía, y siempre tenía un lugar especial en su mochila escolar. José y su libro de cuentos eran como uña y carne... totalmente inseparables.

¿Pero tanto amor por una edición de la década de 1950 que su padre Charlie había comprado en el mercado de pulgas? Bueno, no era por el libro, sino que la imagen de un tren de juguete ilustrado en su portada atrajo al niño. El pequeño no tenía juguetes lujosos. Todo lo que tenía era un osito viejo y andrajoso que su padre le había comprado en el mercado de pulgas años atrás.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

José vivía en una pequeña casa de madera, y la ventana de su dormitorio ofrecía una visión clara del tren que ululaba y silbaba a través de los bosques cercanos.

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Cada vez que José escuchaba el estruendo del tren, corría a su habitación y presionaba su cara contra el alféizar de madera, saludando efusivamente al tren. La afición del niño por los trenes se convirtió en una locura. Luego quiso tener uno, pero una réplica en miniatura con la que pudiera jugar.

Durante años, soñó y visualizó las diminutas ruedas de su pequeño tren aplastando las hojas secas en las vías de madera. "No compartiré mi tren con nadie", se decía a menudo. Había estado diciendo esto durante los últimos tres años, y su sueño seguía sin cumplirse. Con el tiempo, el deseo de José por tener un tren de juguete creció más... y más...

En una ventosa tarde de domingo, mientras los dorados rayos del sol atravesaban las hojas otoñales de color ámbar y castaño, José, de 6 años, corrió hacia su padre. Estaba decidido a hacer una rabieta por su regalo de Navidad, un nuevo tren de juguete, y estaba listo para hacer todo lo posible para convencer a su papá de que se lo consiguiera.

"Papá, ¿qué estás haciendo?", preguntó al ver a su padre apilando un par de pequeños tablones de madera. El olor a aserrín fresco hizo estornudar a José mientras se frotaba la nariz.

"¡Oye, hijito! Estoy cortando leña. Cuida tus pasos... no pises los troncos".

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Carlos era leñador y vendía leña a los hoteles y casas locales del pueblo para ganarse la vida.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

José se sentó en un bloque de madera y comenzó a jugar con los tablones de leña, imitando los sonidos de un tren. Estaba tratando de recordarle a su padre sobre su pedido de un tren de juguete que había hecho hace varios meses.

"¡Chu! ¡Chu! ¡Chu! ¡Chu!", José trató de distraer a su padre.

Carlos apoyó el hacha en su hombro y miró a su hijo. Sabía lo que José estaba haciendo y fingió no saberlo. Pero Carlos no podía dejar de sonreír. Y justo cuando se dispuso a seguir cortando el tronco, José lo interrumpió con una voz que sonaba tan dulce como el azúcar.

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"Papá, ¿puedes hacerme un tren de juguete... como el de mi libro de cuentos... con pintura roja y amarilla... y motor gris... y... y vías marrones?".

Carlos hizo una pausa. "¿Un tren de juguete? No sé cómo hacer uno, hijito".

"Lo sé, papi. Por eso te pedí que me compraras uno de juguete... ¿Puedes conseguirme uno, entonces?".

Carlos no podía decirle que no a su hijo, pero al mismo tiempo, no tenía suficiente dinero para cumplir su deseo. Luego, decidió hablar con su esposa, Sara. Carlos estaba dispuesto a mover montañas para hacer realidad el sueño del pequeño hijo, pero ¿estaba dispuesto a pagar el precio?

Más tarde esa noche...

Sara estaba metiendo leña en la chimenea. No tenían un calefactor eléctrico para combatir el frío otoñal, pero su hogar de ladrillos no era menos que cualquier calefactor moderno.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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"Cariño, ¿dónde está José?".

"¿Dónde más? Está esperando que pase el tren... Son las 4 en punto".

"Hmmm... Es Navidad el próximo mes. ¿Qué le regalamos? Al menos esta vez, deberíamos tratar de no decepcionarlo demasiado...".

Carlos sabía que José quería un tren de juguete. Era caro, lo sabía, pero no le importaba más que el sueño de su hijo. Pero tenía miedo de la negativa de Sara, pues tenían muchas deudas y apenas conseguían lo suficiente para llegar a fin de mes.

"No me digas que quieres comprarle ese costoso tren de juguete que quería. Cariño, no podemos pagarlo. Lo sabes", dijo Sara.

Carlos apretó los labios con fuerza. Una mirada triste de decepción cubrió su rostro mientras se cepillaba la barba y exhalaba profundamente.

"Tal vez para la próxima Navidad... pero ¿cómo le diremos a José?", suspiró y salió a trabajar.

El pobre José estaba soñando con su tren de juguete y no estaba listo para otra Navidad amarga e insulsa.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pixabay

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pixabay

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La Navidad estaba a la vuelta de la esquina y Carlos y José decoraron el árbol de Navidad con adornos hechos a mano. José no estaba emocionado ni feliz, pero la decoración lo mantuvo ocupado, al menos por un tiempo.

Pero cada vez que el tren pasaba por su casa, fruncía el ceño. José dejó de saludar al tren. Dejó de reírse del ruido retumbante que hacían las ruedas. Todo en el tren, incluso las bocanadas de humo, le recordaban su sueño incumplido.

"Ningún tren de juguete esta Navidad", suspiró dolorosamente. Metió su libro de cuentos debajo de la almohada y, antes de dormirse, pidió un deseo.

"Querido Santa, quiero un tren de juguete. Mamá y papá no me comprarán uno. Te prometo que no dejaré que nadie juegue con él. Lo mantendré a salvo. ¿Puedes conseguirme uno, Santa?".

José lloró hasta quedarse dormido después de pedir el deseo, las lágrimas empaparon su almohada aquella noche cuando faltaban solo unos días para Navidad. Sus padres lo escucharon y decidieron no decepcionar más a su pequeño. La mañana del 25 de diciembre, José recibió una sorpresa.

"¡Feliz Navidad, José!", exclamaron Carlos y Sara, mientras José se frotaba los ojos somnolientos y llegó corriendo a un leve sonido retumbante en su pequeña sala de estar.

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"¡¡¡UN TREN DE JUGUETE!!!", grito y saltó de alegría y no pudo contenerse de pasar las manos por su tan esperado regalo de Navidad debajo del árbol.

A pesar de sus dificultades, Carlos y Sara gastaron el dinero que tanto les costó ganar para comprarle a José su tren de juguete. Carlos trabajó duro día y noche para cumplir el deseo de su hijo. Sabían que habían gastado una gran parte de sus ahorros para comprar un juguete antiguo, pero lo único que les importaba era la felicidad de su hijo.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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José fue el niño más feliz ese día, la Nochebuena de 1951. Amaba su nuevo tren de juguete hasta la médula. Era el único bien que tenía. Lo mantuvo ocupado durante una infancia que no fue tan optimista como lo fue para sus amigos y vecinos.

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Pronto llegó otra Navidad, y luego otra, pero José no deseaba nada más. Poseer el tren de juguete se sentía como un logro de toda la vida para él. Jugó con él todo el día y ya no abrazó su libro de cuentos.

Las figuras de palos de madera que había hecho y su peluche andrajoso eran los pasajeros habituales de su tren de juguete. Incluso les cobró boletos de papel con la inscripción "Boleto" garabateada para cada viaje. ¡Nada podía expresar lo feliz que estaba José! La velocidad, el ruido, los tonos brillantes y los vagones brillantes hicieron que el niño sintiera que tenía el mejor tren de juguete de todos los tiempos.

Años pasaron. Muchas Navidades salieron del calendario. Pero el amor de José por el pequeño tren al que llamó "Beto" no cesó. Tampoco se cansó de pasear a su andrajoso osito de peluche y muñecos de palitos en las vías del tren alrededor del árbol de Navidad.

Un día, José invitó a todos sus amigos a ver su tren de juguete. Estaba orgulloso y se jactaba de ello, despertando así su curiosidad por verlo.

"No toques a Beto, Johnny". José, entonces de 10 años, se enfureció con su amigo. "Solo mira desde la distancia. No me gusta que nadie toque mi Beto".

"¡Oye, tranquilo! Solo quería sentirlo", dijo Johnny.

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"No, aléjate".

José era muy posesivo y orgulloso de su tren de juguete. Más tarde esa noche, regresó a casa después de jugar al fútbol con sus amigos y vio que su estimado, amado y preciado primer amor se había ido. El tren de juguete de José había desaparecido.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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"Mami, había dejado a Beto aquí", lloró José en el regazo de Sara. Incluso dudó de Johnny y sus amigos y los confrontó al día siguiente. Pero nadie confesó la verdad. Al parecer, nadie sabía dónde estaba.

José estaba angustiado. El amor de su vida ya no retumbaba en su sala. Su osito andrajoso y sus muñecos de palitos ya no tenían transporte a sus mini estaciones de tren.

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Fue difícil para José seguir adelante, pero eventualmente se olvidó de su tren de juguete. Se olvidó de Beto, su único regalo de Navidad de sus padres. Los pensamientos del tren de juguete se desvanecieron de la memoria de José a medida que crecía.

Pasaron varios años, y José se casó con Cindy, su novia de la escuela secundaria, a los 25 años. Tuvieron hasta siete hijos, y luego llegaron los nietos. La vida de José estaba en su dicha. No era pobre, a diferencia de sus difuntos padres. Hizo buen dinero, pero no era tan rico.

Sus hijos se hicieron cargo del negocio familiar, una fábrica de queso, lo que le dio a José su tan esperada jubilación. Entonces, un día, decidió visitar su ciudad natal en tren. Una locomotora eléctrica súper rápida reemplazó a la vieja máquina de vapor que José usaba en su juventud.

"Haaaa... los trenes de por entonces... ¡se sentía como si estuviéramos sentados en cunas mecedoras!", suspiró. La sola idea de los trenes de repente le recordó su regalo de Navidad de la infancia.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

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José había querido comprar un tren de juguete similar y había recorrido varias tiendas de juguetes, pero fue en vano. Cada tren de juguete que vio estaba actualizado y era moderno. Nada despertó su interés. Eran demasiado elegantes para su gusto y carecían de ese recuerdo sólido de su infancia y el hermoso tiempo que pasó con sus padres.

Con el corazón roto, José visitó la casa de sus difuntos padres para echar un último vistazo antes de venderla. No podía viajar con demasiada frecuencia y decidió darle la casa a un amigo que conocía a cambio de una buena oferta.

José se detuvo en la sala de estar y miró a su alrededor, alucinando a su yo de la infancia corriendo, riendo y gritando. El rincón donde una vez estuvo el árbol de Navidad estaba desnudo y arrancado de su gloria festiva. La cocina no olía a la tarta de manzana de su mamá.

José agarró su bastón y revisó cada centímetro de la casa. La cocina, la sala y hasta el baño le recordaban las rabietas que hacía cuando era pequeño.

Y finalmente, subió la escalera al ático. Mientras José hurgaba entre los artículos viejos, algo debajo de una caja de cartón llamó su atención. José dispersó las cajas polvorientas y dio un paso atrás en estado de shock.

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"¡¡OH DIOS MÍO!! BETO", exclamó, con los ojos llenos de lágrimas. "¿¿Cómo llegaste hasta aquí??".

José se arrodilló y lloró durante bastante tiempo mientras se frotaba las manos en su viejo tren de juguete. Estaba allí y siempre había estado allí en el ático desde tiempo desconocido. José no tenía idea de cómo llegó allí. No podía culpar fácilmente a nadie, ni siquiera a Johnny, a quien le había prohibido tocarlo hace décadas.

José empacó el tren de juguete y lo llevó a su casa en la ciudad para enseñárselo a su amigo Andrés, un coleccionista y comerciante de antigüedades.

"Hmmm... ¿De dónde lo sacaste?", preguntó Andrés, mientras pasaba sus manos por los finos y prístinos vagones metálicos del polvoriento ferrocarril.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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"Mis padres lo compraron para Navidad cuando yo tenía seis años".

"¡José, no tienes idea de lo que tienes!", exclamó Andrés.

"No entiendo", dijo José, mirando a los ojos de su amigo.

"Esta cosa es muy rara. Y ahora cuesta una fortuna. Conozco a algunos coleccionistas de antigüedades que buscan una pieza tan exquisita".

"Empaquétalo y mantenlo listo. Conozco a un comprador", agregó Andrés mientras José fruncía el ceño, aunque sus ojos brillaban de alegría.

"No, no quiero vender el tren", dijo después de un pensamiento trascendental.

"¿Estás loco, José? Te harás rico. Lloverá dinero en tu casa. Solo cállate y acepta el trato".

"No puedo hacerlo... Este tren de juguete es mi querido recuerdo de mis difuntos padres. Mi infancia está unida a él... Y NINGUNA CANTIDAD DE DINERO PUEDE COMPRAR ESOS RECUERDOS".

José estaba feliz con su decisión y, en su cumpleaños número 71, decidió el destino de su preciado tren de juguete.

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En la noche de las celebraciones de su cumpleaños, José legó su tren de juguete a Joshua, su nieto mayor, que era un fanático del arte.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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Joshua era un aspirante a hombre de negocios al que le encantaba coleccionar artículos antiguos. Incluso tenía un salón en su casa dedicado a exhibir varias piezas de artículos clásicos que había coleccionado de todo el mundo. Antes de pasarle su preciado tren de juguete a Joshua, José solo tenía una condición sincera.

"Prométeme que no lo venderás. Este tren de juguete lleva mis recuerdos de infancia en cada uno de sus vagones. Es más precioso de lo que crees".

"Te lo prometo, abuelo. No venderé este tren de juguete y pasará de generación en generación en honor a tu memoria y amor por él".

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José felizmente legó su amado tren de juguete a su nieto. Estaba complacido de que “Beto” estuviera ahora en buenas manos y nunca más se perdiera.

  • Nunca sabrás el verdadero valor de algo hasta que se convierta en un recuerdo precioso: José siguió adelante después de perder su estimado tren de juguete. A los 71, lo encontró accidentalmente y se dio cuenta de que era una encarnación de los recuerdos de su infancia y se negó a venderlo.
  • Más tarde, se lo dio a su nieto solo después de que le aseguraron que estaría seguro y conservado para las generaciones venideras: Puedes comprar cosas lujosas con dinero, pero no puedes comprar verdadero amor y recuerdos. Cuando Andrés intentó convencer a José de que vendiera el tren de juguete antiguo por un buen trato, José se negó, diciendo que era su querido recuerdo de su infancia y de sus difuntos padres.

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Esta pieza está inspirada en historias de la vida cotidiana de nuestros lectores y escrita por un escritor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes son solo para fines ilustrativos. Comparte tu historia con nosotros; tal vez cambie la vida de alguien. Si desea compartir su historia, envíela a info@amomama.com.

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